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300 dosis con sentido
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Lo de trescientas dosis con sentido, el título, es mío, pero
la idea original de escribir un texto con trescientas palabras, ni una más ni
una menos, es de Jesús Herrán, quien lleva ya más de doce años escribiendo un
artículo semanal de trescientas palabras en El Diario Montañés. Ya he dicho que
la idea original es suya, aunque no sé si es por voluntad propia o por
exigencias del guion, es decir, porque así lo exige la redacción del periódico.
Sea como fuere, el asunto es que me pareció un excelente ejercicio de síntesis
concentrar en trescientas palabras un texto que tenga sentido y que, con
suerte, le ofrezca al lector el alboroque del valor literario en la lectura. En
mi caso, me acostumbré, por exigencias del guion, a escribir textos de mil
ochocientos treinta caracteres con espacio para la revista Scherzo.
Recuerdo que al principio me parecía una aberración acortarle la voz a quien
escribe, entiéndase, la libertad de explayarse, pero luego se los enviaba
puntualmente a Eduardo Torrico, el redactor jefe de la revista Scherzo.
Torrico falleció, tristemente, hace unos meses, pero los mil ochocientos
treinta caracteres con espacio se han quedado conmigo.
En Numinis, esta revista filosófica que abarca tantos otros
asuntos, donde participan personas tan variopintas como atrevidas y en la que
la libertad de expresión campa por sus páginas, hemos decidido comenzar este
tesoro de trescientas dosis con sentido constreñidos por el número trescientos.
Su final llegará cuando alcancemos trescientas dosis de trescientas dosis con
sentido o, lo que es lo mismo, trescientos artículos de trescientas palabras
cada uno. Eso, si el azar no lo impide, sumará un total de noventa mil
palabras.
Yo he sido el primero y lo he tenido más fácil. La pelota está
ahora en el tejado de Sergio Cánovas.
Michael Thallium
09/11/2023
2
Excelente concepto Michael, al
cual me alegro de poder contribuir. Quisiera reflexionar sobre cómo parece que
vivimos en el triunfo del hedonismo: parece como si la gente se alegra de vivir
puramente en el momento, sin aspirar a nada más elevado. Parece como si
estuviéramos rodeados de placeres fácilmente accesibles solo limitados por el
dinero o el tiempo. Digo parece porque, por supuesto, cada persona y su
situación es un mundo, y seguramente otros me digan que me equivoco o que
sucede todo lo contrario.
Ciertos valores como la
responsabilidad, la moderación, la humildad, la empatía, etc., parecen haber
desaparecido en buena medida de la conciencia colectiva. Esta falta de valores
luego se refleja en nuestros representantes políticos, produciéndose una
progresiva degradación social y política. Una sociedad es más que la mera unión
de unos individuos interesados, sino que mantiene unos lazos más trascendentes
en forma de cultura, costumbres, lengua, y un largo etcétera. ¿Veis hacia a
dónde quiero llegar?
No pretendo ser un moralista, un
censor o un asceta, pero no puedo evitar pensar que una sociedad cuyo sentido
moral se disuelve (ya sea rápida o lentamente) está abocada a su
autodestrucción. Tampoco contribuye el hecho de que el ser humano es un ser eternamente
insatisfecho; tan pronto hemos saciado nuestras necesidades y deseos, otros
nuevos vienen a sustituirlos. Yo personalmente creo que hay algo más que la
mera satisfacción de nuestros deseos, una lucha por alcanzar un ideal más
elevado que nosotros mismos. Cada uno tiene el suyo propio; ya sea ser una
mejor persona, ayudar a los demás, aprender para conocer mejor el mundo, y
otras muchas formas más.
De nuevo, esta es mi perspectiva,
que necesariamente es subjetiva y que no tiene por qué corresponderse con
vuestra opinión o realidad ¿Qué opinas tú al respecto Pavlo Verde?
Sergio Cánovas
19/11/2023
3
Excelente pregunta, Sergio. Estoy
de acuerdo con el grueso de tu diagnóstico, aunque debo matizar algunas cosas.
No creo que la responsabilidad, la moderación, la humildad o la empatía hayan
desaparecido de la conciencia colectiva y diría que son valores que se siguen
encomiando y practicando, al menos en cierta medida. Hay uno de ellos, sin
embargo, que sí palidece más: la moderación, lo que me permite entroncar con el
triunfo del hedonismo que tú mencionas. Aquí sí concuerdo contigo en las
conclusiones, si bien las causas que nos han llevado a esta situación son de
todo menos inocentes.
Este triunfo del hedonismo, que
yo calificaría mejor de «consumismo» para no faltar al buen nombre de la
sabiduría epicúrea, no se debe a un súbito ataque de frivolidad colectiva, sino
a las dinámicas de un sistema económico, el capitalismo posfordista adicto a
los combustibles fósiles, que impone su lógica sobre el conjunto de la
población. Los placeres limitados por el dinero o el tiempo que mencionas son
fruto del márquetin agresivo, la obsolescencia programada y, en definitiva, de
los intereses de compañías cuyo único horizonte es la obtención de beneficios a
cualquier precio, aun a costa de la salud de las personas y el planeta.
Dicho esto, cómo no compartir tu
preocupación ante la disolución moral de nuestra sociedad. Un remedio sería,
además de la lucha por nuestros propios ideales, la revitalización de una ética
de la frugalidad y los límites, valores de sobra conocidos en el mundo
mediterráneo y practicados generalizadamente hasta hace apenas unas décadas,
así como la reivindicación de una ética del cuidado y que tuviese en cuenta no
solo al prójimo, sino al extranjero, y no solo al humano, sino también al mundo
más-que-humano.
Pero todo esto son
elucubraciones. Me gustaría saber qué opina Manuel García.
Pavlo Verde
03/12/2023
4
Mi
querido Pavlo, ¡siempre metiéndome en berenjenales! ¿Sabes? Ya hace tiempo que
no tengo ese afán por cultivar plantas, ¡y qué decir de las berenjenas, son un
cultivo de larga duración, puede tardar casi un año entre la germinación y el
fin de la fructificación! No creo que nuestra época se defina por vivir siempre
el momento. Quizás aquello que acompaña al consumo no sea sino una orientación
al futuro, pero un futuro muy próximo, tan próximo que hace del cuidado de la
berenjena todo un berenjenal.
El
consumismo nos crea imaginarios orientados al futuro, aquello que vende lo que
compramos no es un presente, sino una experiencia de futuro. ¡Pocos casos son
los que pagamos al mismo tiempo que disfrutamos del pago! El problema de
nuestra sociedad no es la insatisfacción, sino que la satisfacción es dada por
la esperanza en un porvenir, de otra satisfacción: consumimos utopías. Mientras
leo un libro pienso en el siguiente, mientras me acuesto con alguien pienso en
el siguiente… Queremos llenar una vida que sabremos que no estará ahí para
siempre dedicando el presente a la planificación de un futuro inmediato.
Entre tanta prisa, abogo por la pausa y por la altitud de miras. Orientarnos al futuro, ¡sí! pero un futuro que salga de la carcasa plástica y fósil de un individuo descarnado y nervioso, que piensa que si pasa mucho tiempo entre sus decisiones y sus actos va a dejar de ser él mismo: un futuro común que incluya en esa mirada a todos los humanos -y más que humanos- para que puedan disfrutar del milagro de pensar en quienes les sucedan. Empecemos cultivando una berenjena como quien construía una catedral, sabiendo que no seremos nosotrxs quienes recojan sus frutos.
Entre
tanto filósofo, echo en falta una antropóloga, ¿no crees, Gadea Claver?
Manuel García
24/12/2023
5
Pavlo, Manu,
disculpad mi demora, pero a una etnógrafa «de toda la vida» le gusta hacer
investigaciones que llevan su tiempo. Una es presa de su acelerado tiempo, qué
le vamos a hacer. Quizá en los ritmos no he podido ver crecer un berenjenal,
pero sí un semillero de plantas como el orégano, la albahaca roja, el romero…
Las plantamos en enero, pero ¡Qué pequeños brotes son todavía! Y digo enero
porque estamos en febrero, ¿No deberían salirles ya ramas y frutos?, ¿a qué
esperan? A mí nadie me ha enseñado el ritmo de las plantas, cuando me las
encuentro están ya grandes y maceradas o bien cortadas en rodajas para mi
consumo. Nadie me había enseñado que las plantas tienen cada una su ritmo y
necesitan cosas singulares; que si más frío, que si menos sol, que si mucha
agua...
Ayer por la
mañana video-llamé a mamá para enseñarle los nuevos brotes y me dijo que se
parecían a los bebés, por la ternura que a mi madre le dan los brotes de vida
humanos y no humanos, y porque al nacer todas las plantas se parecen entre sí:
brotes verdes con pequeñas hojas. Algo que sí diferencia a los bebés y a los
brotes es que tenemos más claro cuáles son los ritmos de crecimiento de los
primeros. Desde el «sentido común» notamos si a una humana no se le han
respetado sus tiempos de crecimiento cuando era pequeña, -los que dependen de tu marco
cultural-. Sabemos que cada cosa a su tiempo.
Sin embargo, ¿tenemos tan claros los ritmos de las plantas?, ¿tenemos tan claro
nuestro papel sobre su «buen crecimiento»? No lo sé, pero sé que, aunque no los
conozcamos, no cuadran bien sus ritmos de crecimiento frente a la ventaja del
hegemónico fertilizante. ¿Silvia Sebastián?
Gadea Claver
26/02/2024
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¡Qué emocionante!
ResponderEliminar¡En breve lo descubriremos!
ResponderEliminarBien, Sergio; bien Pavlo. A ver qué sintetiza Manuel.
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