

De cómo la ciudad se quedó sin ley
Las
luces de la noche se levantaban a través de la ciudad, la tranquilidad se podía
respirar en medio de ese otoño que parecía verano, pero era una pasividad
inauténtica, las luces era el engaño para un tiroteo que rompió el silencio de
la noche. En el fondo de la vida se alcanzaba a oler la muerte que esparcía su
humor entre las personas que deseaban vivir. Mientras las ráfagas destruían la
poca esperanza que se tejía en medio de ese silencio sepulcral, dos sujetos
emprendían cobardemente la huida a través de la nubosidad nocturna del puerto
herido. La ley comenzó a desaparecer cuando el populismo se alzó como espuma en
medio del gentío. Las luces de la verdad se vieron opacadas por la ineptitud de
quienes se creían con el derecho a gobernar, pero en realidad solo se dedicaban
a saquear las arcas del poder. No había forma de hacerles entender de que todos
se debían ir.
En
medio de esa lanza clavada en el tejido social, surgió la figura de quienes
deseaban con todas sus fuerzas eliminar a todos aquellos que estaban
desgastando nuestra vitalidad. No obstante, muchos se alzaban con voz potente,
pero solo era por llamar la atención, pues en su discurso no existía la mínima
empatía frente a ese prójimo que se desangraba en la calle, cuando luchaba por
llegar a su casa sano y salvo. Pero, el terror había ganado terreno, y eso poco
le parecía importar a quienes ostentaban el poder, porque ellos no eran tocados
por la criminalidad. Solo el pueblo es el que sufre las consecuencias de
quienes dicen ser gobernantes, pero que en realidad solo llenan sus regordetas
panzas y sacan leyes paliativas que no apuntan a los problemas de fondo. Solo
escuchan por momentos, pero hacen oídos sordos cuando la gente se va a casa.
La ciudad se quedó sin ley alguna, las personas estaban desprotegidas, cada una a su suerte; solo se podía llamar suerte si lograban llegar vivos a casa. Porque, incluso, llegar a casa era una forma de supervivencia que solo podía suponer algo: si llegas vivo es porque tienes suerte. Pero, todos sabíamos que la suerte no pintaba en este entierro, así que, si llegaban vivo a casa, era porque no era tu hora. Toda ley es necesaria para que una sociedad funcione, aunque la desobediencia civil también necesaria para que el gobierno despierte de su letargo sustancial de poder y se atreva a bajar al llano del pueblo.
Vladimir Sosa
Sánchez
De cómo la ciudad se quedó sin
ley
No hay comentarios:
Publicar un comentario