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Una princesa sin corona

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Una princesa sin corona

Una tarde de otoño cuando todo parecía normal, el zumbido del viento aleteaba la madera, toda la casa se estremecía al paso del ventarrón que seguía sacudiendo, no solo la casa, sino todo el vecindario. Las personas se enclaustraban cuando caía la tarde, aunque el mercado de la zona seguía abierto, siempre esperando que algún cliente llegara después de la hora de siesta. Las personas, en su mayoría trabajadoras del mercado llegaban a sus casas pasada las seis de la tarde. La calle resultaba vacía a esa hora, pero cuando las luces comenzaban a clarificar el cielo casi nocturno, la vendedora de la casa del frente salía con sus frituras para la venta. Los borrachitos del barrio se entremezclaban con las personas del parque para mirarlos jugar, mientras bebían su trago corto de a sol. No se sabía si para ellos era invierno o verano, pero siempre estaban con el dorso descubierto.

Cuando caía la tarde, las personas se agolpaban en el parque para ver jugar a los que corrían tras la pelota, aunque los que jugaban estaban muy subidos de peso, era un tremendo espectáculo cuando la pelota rodaba mucho mejor que los jugadores. Ante la parranda futbolística de los viernes por la tarde, las personas del barrio mantenían sus vítores a viva voz cuando se celebraba el gol escaso que se podía imaginar con tremendos colosales. La señora de la esquina, donde había una bodega, siempre sentada en la puerta de su bodega, porque después del fulbito venía el full-vaso, por eso tenía todas las cervezas lo más heladas posibles, lo que no se podía saber si era para causar una irremediable neumonía o para el deleite de los jugadores, quienes lejos de celebrar el ganar o perder, se desquitaban con la bebida relativamente alcohólica que se vendía.

En medio de aquellas algarabías de las tardes de los viernes, llegó a casa de los granados una perrita de muy buen semblante, era pequeña como una salchicha, de pelo pegado al cuerpo, uñas de coqueta y mirada triste como quien busca piedad frente a la maldad humana, pero como no había forma de colocarle otro nombre que no fuera el de una reina, le llamaron princesa. La perrita era muy cariñosa, pero también oscilaba un celo terrible, sobre todo con los dueños de aquel animalito singular. Caminaba por la cuadra buscando cortejo y es que su semblante inspiraba las ganas de acercarse y acariciar su pelaje. Era dócil cuando presentía que la persona no se acercaba con el afán de llevársela, porque era muy coqueta, lo cual no impedía que no inspirara respeto. Los viernes por la tarde, mientras todos jugaban en el parque del barrio, princesa se acercaba con su dueña, Marcela.

La mirada de princesa era un poco altiva, será que de pronto habrá creído que era de la realeza, pero lo cierto es que siempre se comportaba de esa manera cuando la dueña la sacaba para hacer sus necesidades. Así pasaron varios meses y algunos años en que princesa se mantenía solterita, a pesar de los múltiples pretendientes que postulaban para preñarla. Sin embargo, Marcela no consideraba a nadie como digno para que la pisara. Y es que, princesa era una perrita de su casa, por lo que el pretendiente también debía estar a la altura de sus expectativas caninas, mínimo tenía que ser un perro de raza, pero por doquier había puro perro chusco. Hasta que un día, en un descuido de Marcela, princesa se había cruzado con el perro de la esquina, el negro. Y princesa era de color miel. Meses después, princesa dio a luz a cinco hermosos cachorros que Marcela dio en adopción, pero no contaba con que princesa se dejó cruzar de nuevo en un descuido, la pisó el chato.

Todo iba bien en el embarazo de princesa, hasta que un día Marcela tuvo que salir de urgencia de su casa, no podía quedarse a cuidar a princesa por la tarde, dado que en la mañana trabajaba en el mercado, fue entonces que princesa tuvo la necesidad de dar a luz ella sola, sin la compañía de nadie, fue en ese trance donde uno de sus perritos no pudo nacer y se quedó atrapado a medio camino, lo cual le provocó a princesa una hemorragia interna al no poder expulsar con naturalidad a su perrito. Tarde fue la llegada de Marcela, quien al llamarla por su nombre no se acercaba, pero cuando llegó al patio de su casa, encontró a princesa recostada, agonizando de tanto dolor, dado que llevaba horas intentando terminar de dar a luz. En vano fue el esfuerzo que realizó Marcela, porque a los minutos princesa exhaló su último aliento. El paso de princesa quedó marcado en la vida de Marcela y de todos aquellos que la conocieron.  

Vladimir Sosa Sánchez

Una princesa sin corona

 

Como citar este artículo: SOSA SANCHEZ, VLADIMIR. (2025). Una princesa sin corona. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CD01). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/3/una-prrincesa-sin-corona.html


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