

Una lengua bella
Los escritores que embellecen una lengua, que la tratan como un objeto de arte, la hacen al mismo tiempo más flexible, más apta para expresar los matices del pensamiento.
Henri Poincaré
Muchos lo conocen como matemático, aunque Henri Poincaré fue bastante más que un matemático. Sería, quizás, más adecuado denominarlo polímata y universalista. He dicho que «muchos» lo conocen como matemático, pero la vasta mayoría de personas, la masa —aquel «hombre masa» del que hablaba José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, el libro que publicó en 1930—, no tiene ni idea de quién fue ni de lo que hizo. Tampoco es que les importe. Creo que vivimos tiempos de creciente empobrecimiento intelectual, entendiendo la palabra ‘intelectual’ en su acepción etimológica más pura y bella: «propio de quienes leen». Y no lo digo con pesimismo, sino como una comprobación de la realidad que me circunda.
Las redes sociales que hoy mayoritariamente se conocen como Facebook, TikTok, X, YouTube, LinkedIn, Instagram, Clapper, Mastodon, Threads… —a saber cuáles serán dentro de diez años— se nutren cada vez más de las aplicaciones de Inteligencia Artificial, una herramienta que puede facilitar muchísimo la vida, pero que —y de esto no tengo ninguna duda— entontece, imbeciliza e idiotiza a la Masa. Y no nos engañemos, la Masa la conformamos todos, y será —lo es— muy difícil sustraerse de ella. A quienes vivimos en las grandes ciudades nos bastaría con echar una vistazo alrededor y observar en cualquier transporte público que todos vamos movileando —le oí utilizar este verbo, en la presentación del libro Medir las palabras de Pedro Álvarez de Miranda, al filósofo Emilio Lledó refiriéndose a ese acto hoy tan cotidiano de deslizar compulsivamente el dedito por la pantalla del teléfono móvil en busca de una dosis de dopamina; en América Latina habría que decir ‘celulear’ en lugar de ‘movilear’— y rara vez se ve a alguien que lea un libro de papel. Yo voy servido de un buen número de marcapáginas en el bolso y cada vez que veo a alguien que va leyendo un libro, me acerco y le regalo uno con un sencillo mensaje: «Toma, como hoy rara vez veo a alguien leer un libro en el transporte público, te regalo un marcapáginas».
Decía al principio que Henri Poincaré era un polímata y un universalista. Nació en Nancy, la que fuera durante siglos capital del Ducado de Lorena, una pequeña ciudad de unos 45.000 habitantes en 1856, año en que Poincaré salió del vientre de su madre. Todos salimos de ahí, del vientre de nuestras madres... hasta que se implante e impere la ectogénesis, ¡que todo llega!
Hoy Nancy tiene más de 100.000 habitantes y un rico patrimonio de arquitectura modernista. Henri Poincaré murió en Paris el 17 de julio de 1912, dos años antes de que se declarase la Gran Guerra. Su famosa «conjetura», propuesta en 1904, solo pudo resolverla casi un siglo más tarde, en 2002, el matemático ruso Grigori Perelmán.
El humanista italiano Nuccio Ordine publicó en 2013 un suculento librito, La utilidad de lo inútil, en el que dedica uno de los capítulos a Henri Poincaré. En 1904, Poincaré escribió El valor de la ciencia, un ensayo donde describe dos actitudes frente a la utilidad de las matemáticas, la ciencia y, en general, el conocimiento:
Sin duda a menudo se os ha preguntado para qué sirven las matemáticas, y si esas delicadas construcciones que sacamos enteramente de nuestro espíritu son artificiales y concebidas por nuestro capricho. Debo hacer una distinción entre las personas que hacen esta pregunta. Las gentes prácticas reclaman de nosotros solamente el medio para ganar dinero. Ésas no merecen que se les responda; más bien convendría preguntarles para qué acumular tantas riquezas y si, para tener tiempo de adquirirlas, es necesario despreciar el arte y la ciencia, únicos que nos dotan de almas capaces de gozarlas.
Henri Poincaré distingue entre los «prácticos intransigentes», las personas que solo piensan en el beneficio, y los «curiosos de la naturaleza», quienes buscan entender qué clase de indagaciones pueden servir para aumentar nuestro conocimiento. Claramente, Poincaré se incluye entre los curiosos de la naturaleza.
Nuccio Ordine murió el 10 de junio de 2023. En octubre de aquel año, Arantxa Serantes publicó aquí, en Numinis, una columna en memoria de Ordine. En el librito de Nuccio Ordine, ese canto apasionado a la utilidad de lo inútil, aparece también la cita de Henri Poincaré que abre esta columna de los viernes. En cuanto la leí, me vinieron a la cabeza —o al corazón para quienes así mejor lo entiendan— escritores que cuando toman en sus manos la péñola y escriben, embellecen nuestra lengua: Ramón García Mateos, con cuya novela Cuando el mundo se llamaba Cerralbo ha logrado crear un mundo tan real como mítico a fuerza de palabras, palabras que nombran la realidad y la hacen nuestra, porque cuando las cosas tienen nombre, se presentan más cercanas, más nuestras; Tomás Sánchez Santiago que en el poemario El que menos sabe cincela las palabras con amor y sabiduría, observando lo que pasa inadvertido, esas pequeñas cosas a las que ya casi nadie presta atención; José Antonio Muñoz Rojas, quien nos dejó Las cosas del campo hace ya casi setentaicinco años, una cumbre del poema en prosa a la que cualquier montañero de la palabra debe ascender alguna vez en la vida; José Mateos cuya obra poética recopilada en Los nombres que te he dado y sus ensayos, pura filosofía poética, expresan todos aquellos matices del pensamiento de los que hablaba Poincaré.
Todos ellos y otros muchos que pasan inadvertidos para la Masa tratan la lengua como un objeto de arte, la embellecen, la cuidan, la miman. Nadie los movilea o celulea. Casi nadie los lee. Y está bien que así sea, porque solo quienes cultivan y comprenden la utilidad de lo inútil son merecedores de recoger el fruto de una lengua bella.
Michael Thallium
Una lengua bella
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Una lengua bella. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV103). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/03/una-lengua-bella.html




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