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Ciencia y crisis ecosocial (8/10) - Meditaciones latourianas (con la participación de Lapicero Blanco y otras artistas invitadas)

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Esta columna pertenece a una serie llamada Ciencia y crisis ecosocial. Véanse aquí la primerasegundaterceracuartaquintasexta y séptima columna de la serie, previas a esta octava.

Meditaciones latourianas (con la participación de Lapicero Blanco y otras artistas invitadas)

La tarea de hacer política de y con las ciencias es compleja y exige una aproximación multifactorial y precisa. En esta columna quisiera centrarme en un aspecto muy general, pero no por ello menos necesario, en el camino que debemos emprender.

Simplificando mucho, desde el siglo XVII se impuso un ideal científico basado en la siguiente premisa: se debe estudiar la naturaleza, el universo, cualquier parte de él, con la misma frialdad con la que un astrónomo estudiaría un cuerpo celeste remoto con el que nunca interactuará directamente. Se trataba de observar el universo, incluyendo la Tierra, «como desde fuera», desde el punto de vista de Dios, según la célebre expresión de Hilary Putnam.

            Sin embargo, las ciencias de la Tierra y el clima del último siglo nos hablan de nuestro planeta en otros términos. Estaríamos ante un mundo formado no por objetos galileanos (como los lejanos e indiferentes cuerpos celestes), sino de lo que Latour (2019) denomina «agentes lovelockianos», en referencia a James Lovelock, uno de los fundadores de la «teoría Gaia». Según otra de las progenitoras de la teoría, Lynn Margulis (1998): «[Gaia] es un nombre conveniente para un fenómeno de escala terrestre: la regulación de la temperatura, la acidez/alcalinidad y composición gaseosa. Gaia es una serie de ecosistemas en interacción que componen un único y masivo ecosistema sobre la superficie de la Tierra» (120). Es decir, los integrantes vivos de los ecosistemas terrestres, los agentes lovelockianos, crean con sus acciones y relaciones las condiciones de (in)habitabilidad de la Tierra. Nuestro planeta no fue siempre el refugio de vida que es hoy, sino que llegó a serlo y se mantiene como tal gracias a la labor de los propios seres vivos (y unos cuantos no-vivos). Hablar aquí de agentes o acciones no implica que sean seres racionales, movidos por intenciones complejas (aunque en muchos casos puede que sí, ya que la vida mental de los seres vivos es más rica de lo que pensábamos); hay que entender la agencia lovelockiana en un sentido más básico, como la capacidad de participar en e influir sobre los procesos bio y geoquímicos. Un agente lovelockiano es aquel que por el hecho de vivir y en todo lo que hace para mantenerse con vida tiene un impacto, a veces mínimo, a veces masivo, sobre su entorno.

Es importante recalcar, como hace Donna Haraway (2019), que Gaia y sus agentes lovelockianos no son una persona o una diosa, sino un fenómeno complejo sistémico que compone un planeta vivo, «un evento intrusivo que deshace el pensar como nos es habitual» (79). Y no solo lo deshace, sino que nos fuerza a pensar de otra manera. Nos obliga, literalmente, a aterrizar y reconocer que:

todo lo que hay por conocer de […] lo Terrestre, se limita, visto desde el espacio, a una minúscula zona de pocos kilómetros de grosor entre la atmósfera y las rocas madre. Una película, un barniz, una piel, unas cuantas capas infinitamente plegadas. Hablad de la naturaleza en general todo lo que queráis, exaltaos ante la inmensidad del universo, penetrad con el pensamiento el centro del planeta, aterraos frente a esos espacios infinitos: de todas maneras, todo lo que os concierne reside en esta minúscula Zona Crítica. De ella parten y a ella regresan todas las ciencias que nos importan (Latour, 2019: 100).

Otra diferencia fundamental entre los objetos galileanos y los agentes lovelockianos tiene que ver con nosotros mismos. Podemos ver y estudiar un planeta o un asteroide, pero rara vez interactuaremos con ellos y, si lo hacemos, serán encuentros con escasas consecuencias, pues la desproporción de escala es considerable. Dicho sintéticamente, los cuerpos celestes pertenecen a un plano de realidad distinto al nuestro. A pesar de nuestros escarceos espaciales, los seres humanos pertenecemos al plano terrestre, el único que nos resulta ponderable y vivible. No estamos al mismo nivel que los cuerpos celestes, sino ligados por completo a uno de ellos: el planeta Tierra. Y en el plano terrestre quienes tienen el control son los agentes lovelockianos. Nosotros mismos pertenecemos a esta categoría y nos pasamos toda nuestra estancia en la Tierra interactuando con otros agentes lovelockianos. Podemos estudiar el espacio exterior con indiferencia, porque de hecho hay poco en juego (salvo, quizás, si un meteorito se dirigiese hacia la Tierra), pero estudiar la vida terrestre como si nada es una actitud errónea, ya que somos parte de aquello que estamos estudiando.

 Así pues, las ciencias nos muestran nuestro planeta y más en concreto la Zona Crítica como algo excepcional y delicado, que no podemos ver «desde fuera», sino en el que tenemos que aprender a manejarnos «desde dentro». Prosigue Latour (2019): «Según el modelo de los objetos galileanos es coherente la idea de naturaleza como recurso explotable. Con agentes lovelockianos, en cambio, es inútil hacerse ilusiones» (97).  Somos parte de este mundo, agentes lovelockianos necesitados de otros agentes lovelockianos, y cualquier decisión que tomemos influirá en su devenir, que es también el nuestro. Más cuando nuestra capacidad de alterar, cortocircuitar y dañar los sistemas gaianos y al resto de agentes lovelockianos es tan desproporcionada.

De lo anterior Latour (ib.) extrae la siguiente conclusión: «las ciencias de la naturaleza-proceso no pueden tener la misma epistemología un tanto condescendiente y desinteresada de las ciencias de la naturaleza-universo, pues la filosofía que protegía a estas no sirve de nada a las primeras» (101-2). En una suerte de ruta circular, las ciencias de la Tierra nos abrían a una visión gaiana del mundo y esa visión nos devuelve a las ciencias, que deben replantearse su lugar ante el escenario que ellas mismas esbozan. Ya no es posible mantener una imagen (poco realista, además) del hacer científico como una práctica epistémica situada en ninguna parte. Según afirman los amigos Sergio Martínez Botija y Adrián Santamaría (2018): «A los agentes lovelockianos les son, en definitiva, concomitantes las ciencias situadas: solo aquellas pueden arrojar claridad sobre la singular situación ante la que nos encontramos» (14). Esta será la premisa para repolitizar las ciencias (si es que alguna vez dejaron de ser políticas).

Ahora bien, más allá de cualquier situación sociopolítica más concreta, ligada a un tiempo histórico, una clase social, un orden racial y/o patriarcal (lo que las feministas han teorizado como «conocimientos situados»), la situación primigenia en la que las ciencias deben reconocerse es la de la Zona Crítica, la superficie terrestre, con sus ecosistemas y climas complejos y frágiles. Entiendo, al estilo de Latour, que la política es siempre territorial y debe responder a las exigencias de territorios concretos. En un mundo globalizado como el nuestro, el territorio básico es la Tierra entera en calidad de Zona Crítica, de Gaia. Así pues, las ciencias de la Zona Crítica o ciencias gaianas han de hacerse responsables del delicado problema que tenemos les humanes ante las crisis ecosociales globales: «descubrir de cuántos otros seres necesitan para subsistir. No se trata de buscar el acuerdo de todos estos agentes superpuestos, sino de aprender a depender de ellos. Ni reducción ni armonía» (Latour, ib.: 109). De nuevo Sergio y Adri (perdónenseme las confianzas) junto con el también amigo Jesús Pinto, tercer integrante de aquel proyecto pionero que fue Lapicero Blanco, y José María Santamaría (2018), condensan aún mejor lo que está en juego aquí: se trata de hacer ciencia (por lo menos en lo tocante a la Tierra y sus agentes) «como si la vida importase».

Pavlo Verde Ortega

Meditaciones latourianas (con la participación de Lapicero Blanco y otras artistas invitadas)


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2025). «Meditaciones latourianas (con la participación de Lapicero Blanco y otras artistas invitadas)». Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CM46). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/03/ciencia-y-crisis-ecosocial-810.html


Bibliografía

HARAWAY, DONNA. (2019). Seguir con el problema. Consonni.

MARGULIS, LYNN. (1998). Symbiotic planet. A new look at evolution. Basic Books.

LATOUR, BRUNO. (2019). Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política. Taurus.

SANTAMARÍA, ADRIÁN y MARTÍNEZ BOTIJA, SERGIO. (2018). Nunca fuimos postmodernos. Tres respuestas terrestres a un objetor anti-ecologista.

SANTAMARÍA PÉREZ, ADRIÁN, MARTÍNEZ BOTIJA, SERGIO, PINTO FREYRE, JESÚS y SANTAMARÍA GARCÍA, JOSÉ MARÍA. (2018). Propuesta de un marco para una bioética del cuidado, o como si la vida importase. Hacia una comprensión de (y un compromiso ante) nuestra finitud. Ene. Revista de enfermería 12(3)

Putnam aborda la cuestión del ojo de Dios en varios pasajes de su obra a partir de los años 80. La primera aparición del concepto tiene lugar en su libro Razón, verdad e historia. Para los conocimientos situados son referencia obligada el artículo «Conocimientos situados» de Donna Haraway o el libro Ciencia y feminismo de Sandra Harding.


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