

Una esquiva y desordenada alegría
Nadie recuerda ya los últimos minutos de vida de Alar el Ilirio, el estratega de la emperatriz Irene. Ocurrió en el siglo octavo, aunque decir «ocurrir» es toda una temeridad, pues no quedó ni rastro de su existencia más que el que pudiera haber dejado en algunas pocas mentes fabuladoras. Doce siglos más tarde, un gran poeta y novelista colombiano recogió ese instante final del Ilirio en una narración prodigiosa. Nunca desveló sus fuentes, así que las pocas personas que la leyeron creyeron que Alar era pura fabulación literaria. Muchos años después del colombiano, ya en otro siglo, un español —aquí se complica aún más la historia— recogió en unos escritos las memorias del hermano de su padre, un tío que había muerto cuando él apenas tenía cuatro años. Decimos que la historia se complica aún más porque esos escritos están fechados el 6 de septiembre de 2062 y una pequeña editorial cántabra los publicó en 2023, algo de todo punto imposible a no ser que se den por ciertas la ubicuidad y la increíble cualidad—según refiere el español—que su tío tenía de creerse inmortal hasta que se murió el martes 6 de septiembre de 2019. Sea como fuere y por muy disparatado que resulte, lo cierto es que tanto el colombiano como el español recogen los últimos minutos de vida —una vida ejemplar, por cierto—de Alar el Ilirio con tal precisión que nadie duda de su existencia.
Los últimos minutos de vida de Alar son de los instantes de amor más bellos que jamás se hayan narrado. Alar encontró el amor de su vida cuando conoció a Ana Alesi, la Cretense, con quien pasó dos años y a quien amó hasta el último de sus días. Renunció a Ana, porque el deber así se lo exigía cuando la emperatriz Irene lo requirió para defender el imperio. Alar murió años más tarde en una batalla rodeado de jenízaros turcos. El fin de Alar el Ilirio lo anunció una lluvia de flechas al primer claror de la mañana. Fue una verdadera carnicería. Alar mira impasible. No hay posibilidad alguna de luchar cuerpo a cuerpo con los turcos que rodean la hondonada en la que el Ilirio se encuentra con sus hombres. La primera flecha le atraviesa la espalda saliéndole por el pecho a la altura de las últimas costillas. De repente, un pensamiento se le cruza por la cabeza: «con el nacimiento caemos en una trampa sin salida». A medida que la sangre se le escapa por la herida, humedeciendo de rojo sus vestiduras, ante ese vacío que avanza hacia él, busca la razón que haga valedera su existencia, su vida entera. De pronto, mientras pierde un golpe más de sangre, el recuerdo de Ana la Cretense le va llenando de sentido la historia de sus pasos sobre la tierra. El recuerdo de esos dos años junto a ella le hace sentir que su vida no ha sido en vano, que no hay nada como la secreta armonía que nos une pasajeramente con el gran misterio de los otros seres que nos acompañan en el camino. El solitario grito del ser que ha buscado comunicarse con quien ama y lo ha logrado, así sea vaga e imperfectamente, le bastan al Ilirio para entrar en la muerte con una dicha que se confunde con la sangre que le mana a borbotones. El último flechazo lo clava en la tierra cruzándole el corazón. Y justo en ese instante es presa de una esquiva y desordenada alegría, porque se sabe dueño del vacío de la muerte.
Michael Thallium
Una esquiva y desordenada alegría
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Una esquiva y desordenada alegría. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV100). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/02/una-esquiva-y-desordenada-alegria.html




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