

Un desplome seco de plumas verdes y amarillas
Cuentan que Wolfgang Amadeus Mozart tuvo un estornino y que lo tuvo durante unos tres años. Si lo sabemos es porque quienes se dedicaron a estudiar su vida leyeron las cartas, los cuadernos de contabilidad y diarios que dejó escritos. Allí encontraron algunos apuntes como el del día en que lo compró, el 27 de mayo de 1784: «Pájaro estornino, 34 Kr». En aquella época la moneda que circulaba en los estados alemanes del sur, en Suiza y Austria era el Kreutzer o crucero. Esa fue la moneda que dio nombre al cruceiro brasileño hasta su desaparición en 1994 cuando lo sustituyó el actual real. Junto a aquella anotación de Mozart del precio del estornino había también una melodía y una exclamación: «¡Eso fue hermoso!» Al parecer, el estornino reprodujo con bastante exactitud una melodía que Mozart había compuesto unas semanas antes. El pájaro murió el 4 de junio de 1787 —cuatro años antes que su dueño— y Mozart lo enterró en el patio trasero de su casa —con poema dedicado, cortejo fúnebre y todo, según narró muchos años después el diplomático danés Georg Nikolaus von Nissen que se casó con Costanza, la viuda de Mozart, en 1809. Llama la atención que Mozart se tomase tantas molestias por el pájaro y, sin embargo, apenas mencionase ni lamentase la muerte de su padre una semana antes.
Los estorninos no son unas aves especialmente bellas —plumaje oscuro, nada colorido—, pero tienen una habilidad que llama muchísimo la atención: imitan la voz humana con asombrosa precisión así como el canto de otros pájaros. Las mejores imitadoras de la voz humana —y de cualquier ruido o sonido que exista— son las aves lira que los europeos descubrieron en Australia allá por 1797, diez años después del deceso del estornino «mozartino». Lo mismo te imitan una motosierra, que el sonido de un móvil, el disparo de una cámara fotográfica o el claxon de un automóvil. Los loros, las cotorras y las graculas son también parlanchinas, pero quienes se llevan la palma son los periquitos, que tienen un vocabulario muy extenso. En 1995, se documentó en el Libro Guiness de los récords un periquito que tenía un vocabulario de 1.728 palabras. Aquel periquito se llamaba Puck. Por cierto, puck es el nombre que en inglés designa el disco que se utiliza para jugar al hockey sobre hielo. Quizás aquel periquito le recordara a su dueño a un disco de hockey, por su pequeño tamaño, aunque también podría haberlo llamado Puck en honor a un sprite del folclore inglés. Sí, sprite, que en español se dice ‘duende’, así que quienes vuelvan a beber una bebida refrescante con ese nombre que sepan que se están bebiendo un duende.
Los periquitos son alegres, coloridos, muy sociables y dicen que hablan. Digo ‘dicen’, porque yo tengo dos y ninguno habla, al menos por el momento; digo también ‘dos’, porque ahora son dos. Ayer, durante unas pocas horas, solo tuve uno y hace siete meses ninguno. El asunto merece una breve explicación. Hará unos siete meses, me regalaron una periquita albina, casi bebé. Durante cuatro meses estuvo sola en una jaula cuya puerta siempre estaba abierta. Juguetona, cariñosa, divertida… pero sola. A los cuatro meses, compré un periquito verde césped por 22 euros para que le hiciera compañía cuando salgo de viaje. Estuvieron juntos tres meses… hasta ayer por la mañana. Me levanté muy temprano y mientras me vestía noté que el periquito estaba embolado balanceándose extrañamente sobre uno de los palos. Me acerqué, bajó la cabeza como mirando al suelo desde lo alto del palo. La periquita albina hizo ademán de acercarse rápidamente a su compañero y entonces sentí un desplome seco de plumas verdes y amarillas en el suelo de la jaula. El periquito verde césped boqueaba en el suelo. Lentamente se acercó a una esquina mirando hacia arriba, buscando quizás el aire que le faltaba, y allí, junto al comedero, apoyó el pico en una rejilla. La vida siguió su curso. Salí a cumplir con mis quehaceres y, al regresar de camino a casa, compré otro periquito, azul cobalto, para que la periquita no se sintiera sola. Al llegar a casa, saqué el cuerpecillo del periquito, tan colorido como sin vida, limpié la jaula y metí al nuevo inquilino.
El periquito verde césped solo estuvo con nosotros tres meses, no tres años como el estornino de Mozart. Tampoco tuvo un entierro con poema ni cortejo fúnebre. Terminó envuelto en papel de cocina y depositado en el cubo de la basura. Ahora, un día más tarde, contemplo la jaula. En uno de los palos hay una bolita blanca de nieve, apocada, que no juega, y al lado una mancha de azul cobalto encendido ajena al pasado de su compañera. Barruntos… Me vuelve a la cabeza aquel desplome seco de plumas verdes y amarillas.
Michael Thallium
Un desplome seco de plumas verdes y amarillas
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Un desplome seco de plumas verdes y amarillas. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV101). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/02/un-desplome-seco-de-plumas-verdes-y.html




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