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Ciencia y crisis ecosocial (7/9) - De la negación a la acción (científica y otra)

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Esta columna pertenece a una serie llamada Ciencia y crisis ecosocial. Véanse aquí la primerasegundaterceracuartaquinta y sexta columna de la serie, previas a esta séptima.

De la negación a la acción (científica y otra)


«En un mundo así, donde a todos los niveles de lo público y también en la vida privada se generalizan la hipocresía y el cinismo, la recomendación de atender siempre a las prácticas que acompañan a los discursos es doblemente importante» (Jorge Riechmann).

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Tras el final de la Segunda Guerra Mundial asistimos a lo que se ha dado en llamar la  «Gran Aceleración» (Steffen et al., 2015), un período de crecimiento exponencial de todos los indicadores socioeconómicos (población, PIB, consumo de energía y recursos, transporte, telecomunicaciones, turismo y un largo etcétera) acompañado de un deterioro ecológico igualmente exponencial en todos los ámbitos imaginables (deforestación, acidificación de los océanos, aumento de temperaturas, contaminación…). Se trata del momento histórico de mayor transformación de la relación del ser humano con los ecosistemas terrestres… y llega hasta nuestros días. Si a pesar de todos los estragos medioambientales nunca hemos llegado a levantar el pie del acelerador (más bien al contrario) es porque cuando empezaron a conocerse los primeros datos perturbadores (y después los segundos, los terceros, los cuartos…) preferimos mirar a otro lado. La Gran Aceleración ha seguido su curso de la mano de la «Gran Negación» (Madorrán, 2023: 297).

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Inciso necesario: aunque hable de «civilización» o «ser humano» en términos abstractos, es obvio que las responsabilidades y los daños no están repartidos por igual. Muchas personas, sobre todo en el Sur global, nunca han llegado a acelerarse o lo han hecho por la fuerza (bruta o más sutil, pero siempre neocolonial). También en el Norte hay quien ha contribuido más y quien ha contribuido menos, dependiendo de su mayor o menor poder político y económico, respectivamente. En todas partes ha habido luchas contra esta Gran Aceleración y Negación. Su éxito ha sido relativo y variable.

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La Gran Negación de la que nos habla Carmen Madorrán incluye los negacionismos organizados y su afán por sembrar confusión y duda. Pero no solo. Las campañas del Heartland Institute, que analicé en la pasada columna, tuvieron tanto éxito en su momento no solo por méritos propios, sino porque jugaban en un terreno de juego que les era propicio. La Guerra Fría, el auge del neoliberalismo, el funcionamiento «normal» de los mercados, la burbuja de opulencia que habían alcanzado muchas personas en Occidente… Conseguir que la urgencia de la crisis ecosocial calase en este ambiente era una carrera de obstáculos. De ahí que llegado un punto ni siquiera hiciese falta negar los hechos: «que los afirmen, que acepten su gravedad, que firmen los Acuerdos de París. Total, nadie los va a cumplir».

En esta línea se mueve Bruno Latour (2019) cuando escribe:

Sabemos de sobra que ningún conocimiento digno de ese nombre se mantiene por sí solo. Los hechos solo pueden ser robustos cuando existe una cultura común que los sostiene, instituciones confiables, una vida pública más o menos decente y medios de comunicación respetables (28).

Los negacionistas se han encargado por todos los medios de que esa cultura común nunca llegue a construirse. Pero existir, lo que se dice existir, nunca ha existido. Y no se debe solo al negacionismo organizado.

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La Gran Negación es ante todo una «actitud negacional» colectiva (Broncano, 2020: 300). Un estado ambiguo, a medio camino entre el conocimiento y la ignorancia plena y que bloquea el re-conocimiento y sobre todo la acción. «Medio sabemos» que el exceso de carne es malo para la salud y para el medioambiente. «Medio sabemos» que el coche privado destruye las ciudades y la atmósfera. «Medio sabemos» que el cambio climático está aquí y causa estragos. Sin embargo, nos cuesta reconocerlo plenamente y tomar las acciones consecuentes. Seguimos adelante con el BAU (business as usual) y natualizamos aquellas prácticas que deberíamos criticar. Entre otras cosas porque los mecanismos para desnaturalizarlas y cambiarlas son principalmente colectivos y harían falta medidas políticas estructurales. Eso también lo medio sabemos.

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Segundo inciso necesario: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Escribo en primera persona no por cortesía, sino porque yo mismo soy parte de aquello que critico.

Lo cual no quiere decir que sea lo mismo ocho que ochenta. Hay personas que prolongan la crisis y esta actitud negacional mucho más que otras. Y algunas, a pesar de sus contradicciones, incluso las combaten. Me remito a lo que comentaba en 2.

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Y así, aunque no seamos negacionistas en sentido estricto, sí lo somos en algún sentido práctico. Como indica de nuevo Latour (2013): «vosotres sois a pesar de todo climatoescéptiques toda vez que este conocimiento, aunque está ampliamente difundido, no desencadena la acción que sería necesaria. Como dice un proverbio chino: "Saber y no actuar es no saber"» (7).

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Una tentación podría ser apostar por «más conocimiento», «más ciencia», «más educación». Nada de esto está mal de por sí. Al contrario. Pero que sea la solución a nuestro problema es cuestionable, como bien insinúa el amigo Adrián Santamaría al recrear una escena académica típica basada en:

aceptar que estamos ante una crisis de civilización por la que deberíamos dejarnos atravesar y para la que se requiere de cambios urgentes y, sin embargo, acto después, pasar a mejores asuntos, hacer como si ésta no estuviese teniendo lugar o fuese “un ruido de fondo” (33).

A esto Adrián lo llama «akrasía», un «no creer en lo que se sabe». Lo conflictivo de esta actitud es que, al contrario que en la negacional, aquí sí se sabe del todo, no solo a medias, y hay reconocimiento explícito. Un reconocimiento que no lleva a ningún lado.

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Insiste Latour (2013): “La cuestión no es tanto cómo reparar los defectos del pensamiento, sino de qué modo compartir la misma cultura, cómo hacer frente a los retos de un paisaje que podemos explorar colectivamente. Aquí nos encontramos de nuevo el vicio habitual de la epistemología, consistente en atribuir a los déficits intelectuales lo que es apenas un déficit de práctica común” (35).

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¿Significa esto que no hay nada que hacer, científicamente hablando? ¿Para qué tanto escribir sobre ciencia, hechos, cuestiones de interés… durante seis columnas si luego resulta que esto es un asunto social mucho más amplio en el que la ciencia ni pincha ni corta? Y lo más importante: si las prácticas comunes actuales, tan jodidas como están, convierten cualquier buen conocimiento sobre la crisis ecosocial en ignorancia o indiferencia ¿qué sentido tiene que la comunidad científica siga produciendo hechos y valores? ¿No es una tarea tan irrisoria como lanzar una botella al mar con un mensaje a la espera de que alguien lo lea?

Llegadas a este punto resulta tentador darle la razón a Manuel Sacristán (2003) cuando afirma que no es la ciencia lo que hay que cambiar: «Lo que hay que rectificar es la política de la ciencia. Y la política en general» (266). Parece como si Gavovic, Smith y White (2021), destacados científicos del clima, hubieran tenido esto en mente al llamar a: «una moratoria sobre la investigación sobre el cambio climático hasta que los gobiernos estén dispuestos a cumplir sus responsabilidades de buena fe y movilizar urgentemente una acción coordinada desde el nivel local hasta el mundial».

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A la máxima de Sacristán no le falta interés ni verdad: hay que cambiar las actuales políticas científicas, marcadas por la precariedad y el productivismo. Y definitivamente hay que cambiar un escenario político general de militarismo, autoritarismo y capitalismo desenfrenado. Pero esa incitación a cambiarlo todo en la política para no tocar nada en la ciencia me resulta insatisfactoria. Implica una división demasiado tajante entre lo científico y lo político. Como si no hubiese algún tipo de política en las prácticas científicas. Como si la política fuera solo aquello que la politología estudia.

Menos interesante me parece la propuesta de moratoria de Glavovic y compañía. Detrás de este arrebato de dignidad se esconde una concepción empobrecida de la ciencia como productora de cuestiones de hecho, pero poco preocupada por las cuestiones de interés y de cuidado (véase la columna 5). El mensaje que transmiten es: «Nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo (de diagnóstico); ahora vosotros (los políticos) haced el vuestro (de legislación)». Cuando en realidad no hay dos trabajos distintos, sino múltiples facetas de una misma tarea.

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Sin olvidar nunca la vocación de cambio sistémico de la sociedad (lo que bien podríamos llamar voluntad revolucionaria, en el mejor sentido de la palabra), sigo pensando que tiene sentido abordar el tema de la ciencia por separado. No como una realidad autónoma, simplemente por separado. Y esto es así porque creo también que las ciencias pueden contribuir, por la parte que les toca, al cambio social. Pueden encontrar medios para combatir mejor los negacionismos, la actitud negacional o la akrasía y así movilizar a capas mayores de la población. En definitiva, no solo son una marioneta de las prácticas comunes y el horizonte político, sino que también crean en parte dichas prácticas y horizontes.

La cuestión es: ¿cómo hacer ciencia para hacer política a nuestro favor?

Pavlo Verde Ortega

De la negación a la acción (científica y otra)


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2025). «De la negación a la acción (científica y otra)». Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CM45). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/02/ciencia-y-crisis-ecosocial-79-de-la.html

 

Bibliografía

BRONCANO, FERNANDO. (2020). Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical. Akal.

GLAVOVIC, BRUCE; SMITH, TIMOTHY y WHITE, IAIN. (2021). The tragedy of climate change science. Climate and Development14(9), 829–833.

 https://doi.org/10.1080/17565529.2021.2008855

MADORRÁN, CARMEN. (2023). La generación de los cristales rotos: ecofeminismo para una cultura de la suficiencia en Humanidades ecológicas. Hacia un humanismo biosférico, (eds.), Albelda, J., Arribas-Herguedas, F., y Madorrán, C. Tirant Humanidades.

LATOUR, BRUNO. (2013). War and peace in an age of ecological conflicts. Conferencia en el Peter Wall Institute de Vancouver.

LATOUR, BRUNO. (2019). ¿Dónde aterrizar? Cómo orientarse en política. Taurus.

SACRISTÁN, MANUEL. (2003). M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres. El Viejo Topo.

SANTAMARÍA, ADRIÁN. (En prensa). El cómo de la filosofía a partir de un panorama, una exploración, una renuncia y un ahondamiento. Tesis doctoral. 

STEFFEN, WILL; BROADGATE, WENDY; DEUTSCH, LISA; GAFFNEY, OWEN y LUDWIG, CORNELIA. (2015). The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration. The Anthropocene Review, 2(1), 81-98. https://doi.org/10.1177/2053019614564785

Muy recomendable es también la clasificación del negacionismo por diferentes niveles que hace Riechmann en The Conversation.

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