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La digna hermosura

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La digna hermosura




Soy paleógrafa. Paleógrafa de las pocas que quedan, quiero decir. Nunca antes en la historia de la humanidad hubo tan pocas. Cada una, como solía decirse en tiempos remotos, rara avis. Soy una de las pocas humanas que aún maneja algún que otro documento de papel. Muy de tarde en tarde, bien es cierto. Dejó de existir hace más de un siglo. Y su consumo se penalizó gravemente en el año 2060. He llevado mi trabajo de investigación en la clandestinidad. Hace apenas unos días, me saltó en la computadora un documento digital de hace exactamente dos siglos, del 10 de enero de 2025. Por el modo en que las palabras estaban combinadas, sin duda, lo escribió un varón —el documento estaba firmado por Michael Thallium, pero la firma es irrelevante, porque por aquellos años había seres humanos que se cambiaban de sexo— y lo hizo en respuesta a un texto titulado El vil embruteciemiento que él mismo había escrito una semana antes en una revista de filosofía llamada Numinis. El mundo parecía muy complejo entonces. En mi trabajo de investigación, eludiendo la supervisión omnímoda de la Inteligencia Madre —hace doscientos años la llamaban artificial—, he consignado esa fecha como un acontecimiento de importancia vital para la evolución de la humanidad: 3 de enero de 2025. El último año del primer cuarto del siglo XXI acababa de comenzar.

Freddie, mi compañero de investigación, murió hace cuatro días. En realidad, no murió, lo mataron. Llevábamos varios meses intentado talar un árbol de algún bosque para fabricar un papel similar al que se hacía a comienzos del siglo XXI. Sabíamos los riesgos que corríamos. Cuando Freddie me llamó para confirmar que había logrado talar un pino sin que ninguno de los DVAyE —Dispositivos de Vigilancia, Arresto y Ejecución— de última generación lo detectara, le advertí de que tuviera mucho cuidado. Me aseguró que lo había escondido en un laboratorio ad hoc —expresión latina que significa «para esto»; el latín fue una lengua de enorme importancia en la antigüedad, hoy extinguida—, que el tronco estaba a buen recaudo. Lo mantuvo oculto varias semanas, pero justo cuando me comunicó que por fin había logrado fabricar el deseado papel, la conexión se cortó abruptamente. Eso no era un buen augurio. Hace cuatro días llegó la aséptica comunicación de Inteligencia Madre de la eliminación de Freddie: «actividad ilícita, sujeto eliminado y preterido». Cuando te pillan, desapareces físicamente y no queda rastro alguno de tu existencia. Me he sobrepuesto, porque ambos habíamos decidido seguir con la operación adelante contra viento y marea —esta expresión ya no se usa en 2225, aclaro. Llevo jugándome la vida unos cuantos años. Queríamos recuperar la escritura manuscrita. La tinta ya la habíamos fabricado gracias a un apunte que el mismo varón-sujeto hizo en otro texto al referirse a un tal Dativo Donate que vivía en una localidad llamada Belmonte donde había un castillo. De Belmonte y del castillo no ha quedado nada. Sabemos que el tal Dativo escribió algunas novelas y que hacía recreaciones históricas, pero no hemos conseguido hacernos con ningún registro de su existencia. No obstante, a juzgar por las valoraciones que hizo el mencionado varón-sujeto, Dativo Donate al menos escribió dos novelas muy meritorias: La Mala Zorra y La isla de Caravaggio. Caravaggio debió de ser un pintor cuyos cuadros, muy valorados, estuvieron expuestos durante muchos años en museos de distintas naciones. Al parecer, todos se destruyeron al poco de la Prohibición de 2060: el lienzo y el óleo fueron suprimidos; Caravaggio no consta en ningún registro.

He viajado al 9 de enero de 2025, porque esa es la fecha en la que intuyo que se escribió el texto de marras —«de marras» es una expresión que significa algo así como consabido; aún se utilizaba a comienzos del siglo XXI—, el que apareció publicado digitalmente en la revista Numinis con fecha 10 de enero de 2025. Su autor —no cabe duda de que era un varón— lo tituló La digna hermosura, y estoy convencida de que lo tituló así en contraposición del de la semana anterior: El vil embrutecimiento. ‘Vil’ como antónimo de ‘digno’; ‘embrutecimiento’, de ‘hermosura’. En ese texto hablaba de varios autores que le inducían a la contemplación de la belleza: Tomás Sánchez Santiago, Ignacio Sanz,  Joan Manuel Gisbert, Eloy Sanchez Rosillo, José Mateos, Emilio Gavilanes, Pilar Adón, Andrés Trapiello, Santiago Miralles… Hablaba también de un tal Emilio Pascual de memoria prodigiosa y portentosa sabiduría. También de un tal Pollux Hernúñez, escurridizo, con quien quería mantener una conversación desde hacía muchos meses, pero con resultado infructuoso. Mencionaba también a otro escritor amigo suyo que había fallecido medio año antes, un tal José Antonio Abella —su tozudez, rigor y capacidad de trabajo debieron de ser proverbiales—. Hablaba de un poeta, Ramón García Mateos, que vivía en una ciudad costera llamada Cambrils y que, gracias a la palabra, convertiría Cerralbo, un diminuto pueblo salmantino rayano con Portugal, en un lugar de leyenda. Hablaba de otros muchos —de ninguno de ellos queda registro, meros nombres— que le habían hecho sentir de algún modo la belleza, la hermosura de la vida, quizás. Y también hablaba de una mujer joven, hembra de treintaidós años a la sazón, una tal Andrea Reyes, ilustradora y librera, con quien esa misma mañana había estado conversando sobre los reinos imaginarios. Decía que Andrea era una persona muy entusiasta, con una pasión desbordante por los libros, la literatura y el arte, por la belleza, también la naturaleza, apasionada de la vida en sí misma y de la belleza que esta nos ofrece. También decía que Andrea Reyes era una mujer emprendedora que acababa de embarcarse en su gran proyecto vital: una librería ¡con libros de papel! ¡De papel!

Hace tantos años que no toco un libro de papel completo. Algún ejemplar encontré todavía hace algún tiempo, pero muy deteriorado. Por eso he venido hoy aquí. Como paleógrafa y paleóloga, he descifrado el manuscrito que el susodicho varón escribió la noche del 9 de enero de 2025 y que luego picó al teclado de su computadora; también encontré la conversación que mantuvo con Andrea Reyes, quien en pocos días iba a abrir al público la librería Celama, en honor a El reino de Celama de Luis Mateo Díez —tampoco ha quedado registro alguno de este escritor ni de ninguna de sus novelas—. 

No ha sido fácil. Me ha costado comprender algunas expresiones del español con que se expresaban estos dos sujetos. Y, sobretodo, me ha sorprendido la libertad y el tono en el que conversaban. Sus timbres de voz eran los propios de antes de la Gran Neutralización Vocal nada de diferencias entre voces de hombres, mujeres y niños; todos cortados por el mismo patrón de igualdad  acontecida en 2117. Doscientos años, son muchos años. Pero lo he logrado. Y por eso he venido aquí a suplantar al varón del vil embrutecimiento y de la digna hermosura. El artículo que escribió no sirvió para cambiar la evolución de la humanidad. Los libros desaparecieron. La gente dejó de escribir y pintar. He venido para deciros que disfrutéis de la vida con una actitud contemplativa; disfrutadla de veras. Contemplad lo que os rodea y compartid lo contemplado, observad la vida que está llena de miles de detalles y de magia, no os distraigáis tanto con el móvil o preocupaciones superficiales, fijaos en la esencia de las cosas, tened mirada de poeta: observad la vida en sus pequeños detalles, la belleza de lo pequeño.


Me marcho, regreso a vuestro futuro que es mi presente. Si no vuelvo, sabed que a mí también un DVAyE me habrá eliminado y preterido. Perdonad si usurpo la firma del autor. A él lo he perdonado yo también porque no supo transmitir bien la esencia de la belleza cuando le tocó hacerlo. Fue torpe, muy torpe. Si a mi regreso al siglo XXIII me encuentro a Freddie con vida, sabré que habréis defendido la palabra. No dejéis que desaparezca la digna hermosura de la palabra escrita. Oculto en uno de los anaqueles de la librería Celama, he dejado un papel roto con mi letra manuscrita, testigo de mi paso por la Tierra en el siglo XXI. Anhelaba encontrar mi voz propia. Si lo descifráis, seréis dichosos.  Soy Candela Montijierro. Alea jacta est. Regreso al lugar de donde he venido: tres, dos, uno…


Michael Thallium


La digna hermosura



Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). La digna hermosura. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV95). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/01/la-digna-hermosura.html

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