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El vil embrutecimiento

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El vil embrutecimiento




Somos muchos millones. Millones de personas en el mundo, quiero decir. Nunca antes en la historia de la humanidad hubo tantas. Cada una, como suele decirse, de su padre y de su madre. Somos más de ocho millardos de habitantes o, lo que es lo mismo, ocho mil millones de seres humanos. Ni una vida entera daría para contarlos uno a uno. Si a alguien se le ocurriese hacerlo a razón de dos individuos por segundo —que ya es mucho contar— y sin pausa, como poco tardaría más de 128 años en lograrlo. Ejercicio tan inútil como imposible. Hay tanta variedad y complejidad que resulta dificilísimo —al menos a mí— comprender el milagro de la vida humana. 

Vivo en un mundo complejo. Durante muchos años pensé que me lo comería, que llegaría allí donde quisiera, y así pareció ser durante algún tiempo. Era más joven también. Y aunque el entusiasmo uno no lo pierde, poco a poco va estampándose de bruces contra la realidad… 

No, no era este el modo en que quería haber empezado este texto. En realidad lo que quería haber escrito desde el principio es que hay conflictos que tienen difícil solución y, probablemente, imposible. Que esto lo afirme un posibilista tiene su miga. Llevo cincuenta y dos años habitando el planeta Tierra. Soy consciente de que pertenezco a una minoría muy minoritaria en el mundo: hombre blanco, europeo, español, madrileño… Y cincuenta y dos años llevo, por poner un ejemplo, oyendo y viendo hablar del conflicto entre palestinos e israelíes. No veo ninguna solución a medio plazo —y seguramente tampoco la vea en lo que me quede de vida—. No la vi hace más de veinte años, y el tiempo me ha dado la razón. Es un conflicto politizado, lamentablemente, y polarizado…

No, tampoco era así como quería haber comenzado este texto. En realidad quise haberlo empezado con una pregunta: ¿Qué hace que las personas vayan a una guerra? Y seguramente la hubieran seguido otras del tipo: ¿Qué hace que se enfrenten al enemigo cuerpo a cuerpo? ¿Qué que convivan con la muerte día tras día? Así, en abstracto, que los países entren en guerra es más fácil de comprender: en la mayoría de los casos, una mera cuestión de intereses económicos…

Pero no, tampoco ese hubiera sido un buen principio, no. En realidad quería hablar de los políticos de la sociedad en la que estoy inmerso. Un presidente de gobierno mendaz y artero y una corte de polarizadores; una oposición pasmada, ineficaz e ineficiente; unos ciudadanos adormecidos, manipulados y polarizados…

No, tampoco era así como quería haber comenzado, porque eso hubiera sido dar protagonismo a quien no lo merece. No. En realidad quería contar una anécdota que me ocurrió hace ya un cuarto de siglo. Estaba comiendo con el dueño de un hotel, un noruego con muchísima pasta, y con el director de quien yo era asistente. El noruego, sabiendo que el director era católico creyente, le dijo mofándose: «Bueno, Martín, si Dios existe, ¿dónde están los milagros?». Martín, el director, dio una respuesta que se me ha quedado grabada en la memoria: «Pues el verdadero milagro es que, habiendo tantas personas en el mundo, no estemos a palos ni dándonos de hostias». Al noruego con pasta se lo llevó un cáncer en menos de seis meses hace veinticuatro años; don Martín se jubiló hará seis o siete, y por algún lugar andará si no se ha muerto aún.

Pero no, tampoco era así. Eso es una fútil anécdota. En realidad quería hablar de la feria de la vida, de los bajos fondos, de la vileza de las personas, del embrutecimiento silencioso y metastásico —también tecnológico— que subyace en la sociedad... 

En realidad, nada de lo que he escrito es como yo quería que fuese: ni el comienzo ni el final. De lo que realmente quería escribir hoy —ya confirmo que sin éxito alguno— es del vil embrutecimiento humano.


Michael Thallium

El vil embrutecimiento


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). El vil embrutecimiento. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV94). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/01/el-vil-embrutecimiento.html

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