¿El cambio climático es un hecho científico?
La semana pasada concluía mi columna aludiendo al hecho de que la crisis ecosocial y sus múltiples manifestaciones (cambio climático, pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, escasez de recursos, crisis humanitaria…) no es una hipótesis científica más entre muchas otras. Obviamente, las ciencias de la tierra (y en buena medida las ciencias sociales) nos dicen muchas cosas al respecto de todas estas crisis entrelazadas y en ningún caso deberíamos menospreciar el valioso conocimiento que nos ofrecen. Sin embargo, aparte de piezas de conocimiento científico, la crisis ecosocial supone ante todo un conjunto de realidades acuciantes y a menudo terribles para millones de personas en el mundo.
Lo que me gustaría plantear en esta columna es cómo en
torno a la experiencia directa de los problemas ecosociales surgen distintos
conocimientos no científicos (lo que en la columna anterior llamaba
esquemáticamente «sentido común») que deberían llamar nuestra atención por su
capacidad para captar las consecuencias de esta crisis de una manera muy
incisiva.
Una primera forma de este conocimiento ecosocial no
científico tiene que ver con las vivencias personales. Es decir, cómo la gente,
con independencia de su formación o trasfondo, ha presenciado o sufrido
fenómenos ligados a la crisis ecosocial. Si bien el conocimiento es un complejo
entramado de evidencias, justificaciones y explicaciones donde el componente
social e intersubjetivo es imprescindible, no debemos olvidar que una de las
bases del mismo reside en la experiencia que cada una de nosotras/os tiene del
mundo desde nuestro cuerpo. De esta manera, en palabras de Michael Polanyi
(158): «nos encontramos con un estado de alerta general […], no dirigido a
ninguna satisfacción específica, sino simplemente a explorar lo que hay allí;
un impulso de lograr el control intelectual sobre las situaciones a las que nos
enfrentamos» (p. 150). Esta alerta situacional básica se vehicula a través de
la percepción en el corto plazo y de la memoria en el largo. En conjunto forman
lo que podríamos llamar «experiencia personal». Por medio de esta experiencia
podemos ser en buena medida conscientes de cómo es nuestro entorno, cómo cambia
y cómo nos afecta. Y en un mundo de crisis ecológica podemos darnos cuenta de
que «algo pasa» gracias a ella.
Sonia Stephens y Denise DeLorme (2024)
llegan a afirmar que: «Las vivencias de los miembros de la comunidad [se pueden
considerar] una forma de experticia que los individuos han desarrollado a lo
largo del tiempo como resultado de su experiencia directa de un fenómeno».
Sirva de ejemplo el comentario que mi amigo Pablo Bores hizo a la segunda
columna de esta serie: «la opinión de mi padre o su mayor interés por el cambio
climático es porque ha nota[d]o muchísimo el cambio de temperatura en su pueblo
de la montaña palentina». Así lo prueba el hecho de que: «El cierzo ahora pega
menos» (comunicación personal). Y como este podríamos dar cientos de muestras
de cómo hemos experimentado la expansión urbana de nuestras ciudades y el
deterioro de los ecosistemas; cómo ya casi no se estrellan bichos contra el
limpiaparabrisas de los coches, porque sus poblaciones se han reducido; cómo el
verano se ha vuelto asfixiante en muchas partes del mundo; o, en los peores
casos, cómo padecemos fenómenos climáticos extremos.
Pero no pensemos solo que este tipo de
experiencias son algo individual e intransferible. Al contrario, la experiencia
personal nunca se adquiere en solitario y es siempre compartida, formando así
lo que podríamos llamar «experiencias colectivas» o «comunitarias», auténticos
corpus de conocimiento. En los últimos años han aparecido sugerentes estudios
al respecto. Quisiera destacar uno centrado en las comunidades pesqueras de
Shimoni-Vanga, en la costa sur de Kenia. Según el equipo investigador, los
datos e informaciones de estas comunidades, abundantes y prolijos, se solapan a
menudo con los que la comunidad científica plantea:
En los últimos 30 años, las comunidades de Shimoni-Vanga
han observado numerosos cambios relacionados con el clima en su entorno
costero. Los cinco indicadores más frecuentemente reportados a partir de los
datos de la encuesta son: 1) una disminución en la cantidad de capturas de
especies de animales y plantas marinas (reportada por el 98 % de los
encuestados), 2) un aumento en las temperaturas atmosféricas promedio (97 %),
3) una disminución en la precipitación promedio (97 %), 4) un aumento en las
temperaturas durante la temporada NEM ("Kaskazi") (94
%), y 5) un aumento en la frecuencia de sequías extremas (92 %) (Chambon
et al., 2024).
Más aún, al tener una relación mucho
más directa con el terreno, el conocimiento de estas comunidades pescadoras
muchas veces cubría áreas que desde la academia no se habían estudiado:
encontramos que cinco cambios reportados por las
comunidades de SSF de Shimoni-Vanga no habían sido documentados en la
literatura [científica]. Este es el caso de la información sobre la dinámica
costera relacionada con un aumento de las corrientes locales y cambios en los
niveles del mar y las mareas; la disminución de las precipitaciones y la
disminución de la abundancia de algas verdes utilizadas para atraer peces con
trampas de cesta. Todos estos cambios se relacionan directamente con las
actividades pesqueras locales (ib.).
Todo esto muestra que el conocimiento
medioambiental no es patrimonio exclusivo de las ciencias y que desde cauces no
científicos se pueden llegar a saber cosas de las que las propias científicas
no se habían percatado. También, y más importante, pone sobre la mesa que no
existe división entre los efectos de la crisis ecosocial en las personas y el
conocimiento acerca de la misma. Si para el señor Bores no hay una diferencia
entre saber sobre los cambios del cierzo y vivirlos o
si lo que los pescadores kenianos saben de su alterado ecosistema es
indisociable de su día a día y su profesión, ¿por qué debería ser distinto para
quienes se dedican a las ciencias de la tierra y del clima? Como sugieren las
autoras del estudio antes citado:
Los organismos intergubernamentales, como el Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), deberían
establecer asociaciones más inclusivas y justas entre los diferentes sistemas
de conocimientos y sus artífices e ir más allá del encuadre del cambio
climático como un problema técnico para reconocer su dimensión cultural,
socioeconómica, histórica y políticas (ib.).
Pavlo Verde Ortega
¿El cambio climático es un hecho científico?
Bibliografía
-
CHAMBON, M.; WAMBIJI,
N.; ALVAREZ FERNANDEZ, S.; AZARIAN, C.; NGUNU WANDIGA, J.; VIALARD, J.; ZIVERI,
P. Y REYES-GARCIA, V. (2024). Weaving scientific and local knowledge on
climate change impacts in coastal Kenya, Western Indian Ocean. Environmental Science
and Policy 160, 103846
-
POLANYI, M.
(1958). Personal knowledge. Towards a Post-Critical Philosophy.
Routledge.
-
STEPHENS, S. Y
DELORME, D. E. (2024). Incorporating lived experience narratives into
interdisciplinary environmental communication projects: A technique for better
environmental communication. Environmental Science & Policy 160,
103846
Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2024). «¿El cambio
climático es un hecho científico?». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CM41). ISSN ed.
electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/12/ciencia-y-crisis-ecosocial-39-el-cambio.html
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario