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Ciencia y crisis ecosocial (1/9) - Lo que la ciencia no es (y por qué no ayuda)

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 Lo que la ciencia no es (y por qué no ayuda)

La dana y sus consecuencias catastróficas ha puesto el cambio climático en el centro de la discusión política estas últimas semanas. Como contrapartida y por desgracia, ha traído consigo a un envalentonado grupo de negacionistas que atribuyen las terribles consecuencias de este desastre a «la gota fría de toda la vida» o al desmantelamiento de presas en los cauces que se desbordaron el día 29 de octubre. Poco importa que numerosas personalidades científicas concernidas hayan cuestionado la analogía entre la gota fría y esta dana o que desde la ciencia de la atribución se pueda estimar cuánto ha influido el cambio climático en la magnitud e impacto del suceso (espóiler: bastante). Da igual que se haya confirmado que entre 2018 y 2024 se han desmantelado un total decero presas en la cuenca del Júcar. Todo vale con tal de poner en duda la gravedad o la realidad misma del cambio climático antropogénico.

      Más allá de los certeros desmentidos que ya se han hecho de todas las comparaciones ilegítimas, bulos y acusaciones infundadas, poco se puede hacer para convencer a un negacionista recalcitrante (más si cabe cuando el negacionismo climático está inherentemente asociado a la derecha y la extrema derecha). Sin duda es imprescindible que las climatólogas, ambientólogas y demás científicas hagan su trabajo y expliquen por qué resulta razonable creer que fenómenos como la dana han sido provocados o agravados por un cambio climático antropogénico, y a la vez por qué tiene todo el sentido creer que dicho cambio climático es real (aunque a estas alturas dé casi vergüenza seguir con esa discusión). Ahora bien, lanzar puros datos no bastará.

En las próximas columnas me propongo ensayar algunas claves para complementar este discurso de «lo dice la ciencia», que no por tener buenas intenciones ha obtenido buenos resultados. El objetivo no será en ningún caso generar desconfianza hacia las ciencias implicadas en el análisis y la predicción de la crisis climática, y vaya por delante que me alineo plenamente con ellas y con grupos como el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). No obstante, hará falta algo más que confianza en las ciencias para plantar cara al (siempre derechizado) negacionismo.

    Esta primera columna reflexionará sobre la naturaleza misma de la ciencia y la confiabilidad que podemos depositar en ella ante eventos como el cambio climático. La premisa de la que parto es que sometemos a las ciencias a unos estándares teóricos abusivos que en la práctica ninguna ciencia concreta puede cumplir. Y esta es una de las razones por las que la comunicación científica puede llegar a cortocircuitarse cuando debatimos con un negacionista.

Desde la imagen estereotípica de la ciencia (además así, en singular, como si no hubiese diferencias entre las distintas disciplinas científicas) se exige un saber libre de valores y totalmente desinteresado, ajeno a todo tipo de influencia externa. Esta neutralidad se obtendría a través de una herramienta llamada «método científico», el famoso método hipotético-deductivo. Ya sabéis, observas, planteas una hipótesis, la pones a prueba, si fallas, pruebas otra cosa y, si aciertas, ¡bingo! Lo cual nos lleva a otro de los estereotipos científicos más sonados: que la ciencia, cuando acierta, nos dice la verdad sobre un estado o un proceso del mundo. Es decir, da el golpe en la mesa definitivo, la última palabra. Este ideal va aparejado a otro: el del consenso. Hasta que todos los científicos no estén de acuerdo sobre una cuestión no se habrá alcanzado una verdad definitiva y por lo tanto el debate estará abierto.

No sé si hay alguien en particular que crea todas y cada una de las cosas que acabo de exponer, pero a grandes rasgos esta síntesis podría representar un ideal social de lo que la ciencia es (o al menos debería ser). Sin embargo, a poco que uno examine lo que las ciencias (en plural) han hecho y hacen, se resquebraja punto por punto.

En primer lugar, las ciencias se caracterizan por ser un producto cultural y eso hace que estén trufadas de valores, bien sean epistémicos (valores acerca de lo que es mejor o peor desde un punto de vista científico) o sociales (sesgos y prejuicios, pero también necesidades históricas o visiones particulares de cómo es el mundo). Esto no hace que sean un enjambre subjetivo donde todo valga y no se pueda llegar a ninguna conclusión válida. Ahora bien, la objetividad de la ciencia no residirá en la ausencia de valores o intereses, sino en la canalización de los mismos a través comunidades de investigación amplias y diversas.

Por otro lado, el método científico es más un mito que una realidad. Claro que parte de las ciencias han trabajado alguna vez formulando hipótesis y poniéndolas a prueba, pero también funcionamos así en ámbitos no científicos tan banales como buscar algo que hemos perdido. Además, como señala Karen Kovaka (2021):

En lugar de seguir un solo método, los científicos son oportunistas y hacen uso de cualquier herramienta que tengan a su disposición para recopilar datos y responder preguntas (Currie 2015). A menudo, la investigación científica es exploratoria, en lugar de centrarse en la prueba de hipótesis (13).

Por no mencionar la importancia que tienen los modelos en ciencias como la climatología (imprescindible si hablamos de crisis climática), que en sí mismos no son hipótesis corroborables.

En cuanto a los ideales de verdad y consenso, me remito a las palabras de Lee McIntyre (2018):

[…] no importa cuán buena sea la evidencia, nunca puede demostrarse que una teoría científica es verdadera. No importa lo rigurosamente que haya sido contrastada, toda teoría es “solo una teoría”. Debido a la forma en que se reúne la evidencia científica siempre es teóricamente posible que en el futuro se haga acopio de un cierto conjunto de datos que refute una teoría. Esto no implica que las teorías científicas estén injustificadas o que carezca de sentido creer en ellas. Pero sí significa que en algún punto los científicos deben admitir que, incluso la mejor de las explicaciones, no puede ofrecerse como verdad, sino solo como una creencia fuertemente garantizada basada en la justificación, dada la evidencia (p. 47).

    Lo más que podemos tener son teorías o explicaciones estabilizadas dada su mayor plausibilidad, el mayor número de evidencias a favor y la capacidad de producir explicaciones coherentes de un número amplio de fenómenos. Por lo tanto, no será necesario un consenso absoluto, una unanimidad dentro de la comunidad científica, para dar más validez a una explicación que a otra. Aunque, definitivamente, cuanto mayor sea el consenso más estable y plausible se podrá considerar una hipótesis (de ahí que el 97-99% de científicas de acuerdo con la hipótesis del cambio climático antropogénico sea un dato tan contundente).

      Sea como fuere, y por impertinente que pueda ser tener que debatir sobre el cambio climático a estas alturas, si alguna conclusión se puede extraer de los párrafos precedentes es que, para discutir con escépticos, apelar a una ciencia pura, infalible y dotada de una varita mágica llamada «método científico» va a jugar en nuestra contra. Y es que por recalcitrante que sea la realidad y abrumadora la evidencia científica, la propia naturaleza de las ciencias nunca podrá ofrecer la certeza absoluta que un negacionista exige (aunque sea deshonoestamente). En su lugar, partamos mejor de una posición más humilde y centrémonos en enfatizar la (altísima) plausibilidad del discurso producido por el IPCC y demás expertas en ciencias de la Tierra. En la próxima columna esbozaré una propuesta que explore esta posibilidad.

 

Bibliografía

MCINTYRE, LEE.  (2018). Posverdad. Cátedra.

KOVAKA, KAREN. (2021). Climate change denial and beliefs about science. Synthese 198 2355–2374 https://doi.org/10.1007/s11229-019-02210-z

 

En la cuestión de ciencia y valores, recomiendo Science and values de Larry Laudan para una exposición del papel de los valores epistémicos y Science in a social world de Helen Longino para una defensa inteligente de los valores sociales en las ciencias. Se pueden complementar con el repaso a las distintas teorías feministas de la objetividad que hace Alssandra Tanesini en el séptimo capítulo de su An introduction to feminist epistemologies. Un clásico en la crítica a la «método-manía» científca es Contra el método de Paul Feyerabend. Para una reflexión sobre los modelos, véase el artículo «Models in science» de la Enciclopedia Standford de Filosofía. 


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2024). «Lo que la ciencia no es (y por qué no ayuda)»Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CM39). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/12/ciencia-y-crisis-ecosocial-19-lo-que-la.html

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