Lo que la ciencia no es (y por qué no ayuda)
La dana y sus consecuencias catastróficas ha puesto el cambio climático en el centro de la discusión política estas últimas semanas. Como contrapartida y por desgracia, ha traído consigo a un envalentonado grupo de negacionistas que atribuyen las terribles consecuencias de este desastre a «la gota fría de toda la vida» o al desmantelamiento de presas en los cauces que se desbordaron el día 29 de octubre. Poco importa que numerosas personalidades científicas concernidas hayan cuestionado la analogía entre la gota fría y esta dana o que desde la ciencia de la atribución se pueda estimar cuánto ha influido el cambio climático en la magnitud e impacto del suceso (espóiler: bastante). Da igual que se haya confirmado que entre 2018 y 2024 se han desmantelado un total decero presas en la cuenca del Júcar. Todo vale con tal de poner en duda la gravedad o la realidad misma del cambio climático antropogénico.
Más allá de los certeros desmentidos que ya se han hecho de todas las comparaciones ilegítimas, bulos y acusaciones infundadas, poco se puede hacer para convencer a un negacionista recalcitrante (más si cabe cuando el negacionismo climático está inherentemente asociado a la derecha y la extrema derecha). Sin duda es imprescindible que las climatólogas, ambientólogas y demás científicas hagan su trabajo y expliquen por qué resulta razonable creer que fenómenos como la dana han sido provocados o agravados por un cambio climático antropogénico, y a la vez por qué tiene todo el sentido creer que dicho cambio climático es real (aunque a estas alturas dé casi vergüenza seguir con esa discusión). Ahora bien, lanzar puros datos no bastará.
En las
próximas columnas me propongo ensayar algunas claves para complementar este
discurso de «lo dice la ciencia», que no por tener buenas intenciones ha
obtenido buenos resultados. El objetivo no será en ningún caso generar
desconfianza hacia las ciencias implicadas en el análisis y la predicción de la
crisis climática, y vaya por delante que me alineo plenamente con ellas y con
grupos como el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático
(IPCC por sus siglas en inglés). No obstante, hará falta algo más que confianza
en las ciencias para plantar cara al (siempre derechizado) negacionismo.
Esta
primera columna reflexionará sobre la naturaleza misma de la ciencia y la confiabilidad
que podemos depositar en ella ante eventos como el cambio climático. La premisa
de la que parto es que sometemos a las ciencias a unos estándares teóricos
abusivos que en la práctica ninguna ciencia concreta puede cumplir. Y esta es
una de las razones por las que la comunicación científica puede llegar a
cortocircuitarse cuando debatimos con un negacionista.
Desde la
imagen estereotípica de la ciencia (además así, en singular, como si no hubiese
diferencias entre las distintas disciplinas científicas) se exige un saber
libre de valores y totalmente desinteresado, ajeno a todo tipo de influencia
externa. Esta neutralidad se obtendría a través de una herramienta llamada «método
científico», el famoso método hipotético-deductivo. Ya sabéis, observas,
planteas una hipótesis, la pones a prueba, si fallas, pruebas otra cosa y, si
aciertas, ¡bingo! Lo cual nos lleva a otro de los estereotipos científicos más
sonados: que la ciencia, cuando acierta, nos dice la verdad sobre un estado o
un proceso del mundo. Es decir, da el golpe en la mesa definitivo, la última
palabra. Este ideal va aparejado a otro: el del consenso. Hasta que todos los
científicos no estén de acuerdo sobre una cuestión no se habrá alcanzado una
verdad definitiva y por lo tanto el debate estará abierto.
No sé si hay
alguien en particular que crea todas y cada una de las cosas que acabo de
exponer, pero a grandes rasgos esta síntesis podría representar un ideal social
de lo que la ciencia es (o al menos debería ser). Sin embargo, a poco que uno
examine lo que las ciencias (en plural) han hecho y hacen, se resquebraja punto
por punto.
En primer
lugar, las ciencias se caracterizan por ser un producto cultural y eso hace que
estén trufadas de valores, bien sean epistémicos (valores acerca de lo que es
mejor o peor desde un punto de vista científico) o sociales (sesgos y
prejuicios, pero también necesidades históricas o visiones particulares de cómo
es el mundo). Esto no hace que sean un enjambre subjetivo donde todo valga y no
se pueda llegar a ninguna conclusión válida. Ahora bien, la objetividad de la
ciencia no residirá en la ausencia de valores o intereses, sino en la
canalización de los mismos a través comunidades de investigación amplias y
diversas.
Por otro lado,
el método científico es más un mito que una realidad. Claro que parte de las
ciencias han trabajado alguna vez formulando hipótesis y poniéndolas a prueba,
pero también funcionamos así en ámbitos no científicos tan banales como buscar
algo que hemos perdido. Además, como señala Karen Kovaka (2021):
En lugar de
seguir un solo método, los científicos son oportunistas y hacen uso de
cualquier herramienta que tengan a su disposición para recopilar datos y
responder preguntas (Currie 2015). A menudo, la investigación científica es
exploratoria, en lugar de centrarse en la prueba de hipótesis (13).
Por no mencionar la importancia
que tienen los modelos en ciencias como la climatología (imprescindible si
hablamos de crisis climática), que en sí mismos no son hipótesis corroborables.
En cuanto a
los ideales de verdad y consenso, me remito a las palabras de Lee McIntyre
(2018):
[…] no importa
cuán buena sea la evidencia, nunca puede demostrarse que una teoría científica
es verdadera. No importa lo rigurosamente que haya sido contrastada, toda
teoría es “solo una teoría”. Debido a la forma en que se reúne la evidencia
científica siempre es teóricamente posible que en el futuro se haga acopio de
un cierto conjunto de datos que refute una teoría. Esto no implica que las
teorías científicas estén injustificadas o que carezca de sentido creer en
ellas. Pero sí significa que en algún punto los científicos deben admitir que,
incluso la mejor de las explicaciones, no puede ofrecerse como verdad, sino
solo como una creencia fuertemente garantizada basada en la justificación, dada
la evidencia (p. 47).
Lo
más que podemos tener son teorías o explicaciones estabilizadas dada su mayor
plausibilidad, el mayor número de evidencias a favor y la capacidad de producir
explicaciones coherentes de un número amplio de fenómenos. Por lo tanto, no
será necesario un consenso absoluto, una unanimidad dentro de la comunidad
científica, para dar más validez a una explicación que a otra. Aunque,
definitivamente, cuanto mayor sea el consenso más estable y plausible se podrá
considerar una hipótesis (de ahí que el 97-99% de científicas de acuerdo con la
hipótesis del cambio climático antropogénico sea un dato tan contundente).
Sea
como fuere, y por impertinente que pueda ser tener que debatir sobre el cambio
climático a estas alturas, si alguna conclusión se puede extraer de los
párrafos precedentes es que, para discutir con escépticos, apelar a una ciencia
pura, infalible y dotada de una varita mágica llamada «método científico» va a
jugar en nuestra contra. Y es que por recalcitrante que sea la realidad y abrumadora la evidencia científica, la propia naturaleza de las ciencias nunca podrá ofrecer la certeza absoluta que un negacionista exige (aunque sea deshonoestamente). En su lugar, partamos mejor de una posición más
humilde y centrémonos en enfatizar la (altísima) plausibilidad del discurso
producido por el IPCC y demás expertas en ciencias de la Tierra. En la próxima
columna esbozaré una propuesta que explore esta posibilidad.
Bibliografía
MCINTYRE, LEE. (2018). Posverdad. Cátedra.
KOVAKA, KAREN. (2021). Climate change denial and
beliefs about science. Synthese 198 2355–2374 https://doi.org/10.1007/s11229-019-02210-z
En la cuestión de ciencia y valores, recomiendo Science and values de Larry Laudan para una exposición del papel de los valores epistémicos y Science in a social world de Helen Longino para una defensa inteligente de los valores sociales en las ciencias. Se pueden complementar con el repaso a las distintas teorías feministas de la objetividad que hace Alssandra Tanesini en el séptimo capítulo de su An introduction to feminist epistemologies. Un clásico en la crítica a la «método-manía» científca es Contra el método de Paul Feyerabend. Para una reflexión sobre los modelos, véase el artículo «Models in science» de la Enciclopedia Standford de Filosofía.
Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2024). «Lo que la ciencia no es (y por qué no ayuda)». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CM39). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/12/ciencia-y-crisis-ecosocial-19-lo-que-la.html
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Quedo a la espera de tus siguientes columnas.
ResponderEliminar