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El día en que Clemente Colling cayó en mis manos

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El día en que Clemente Colling cayó en mis manos



Hay personajes que transcienden a sus creadores, y da igual si son reales o ficticios. ¿Es que alguien duda de la realidad de don Quijote y Sancho Panza después de más de cinco siglos? Son más famosos que el mismísimo rey que los vio nacer. ¿Alguien se acuerda de lo que hizo Felipe IV? Y a poco que casi también Miguel de Cervantes se convierte en pura ficción desbancado por esos dos manchegos universales que se inventó. Menos mal que Santiago Muñoz Machado ha convertido a don Miguel en otro personaje a la altura de Alonso Quijano en un estupendo libro titulado Cervantes. Algo parecido les pasa a William Shakespeare con Hamlet, a Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes, a Mary Shelley con Frankenstein o a Lewis Carrol con Alicia, por no hablar de Antoine de Saint-Exupéry con el Principito, Michael Ende con Momo o Elena Fortún con Celia.

Pero de ninguno de ellos quería escribir yo ahora, sino de otro personaje mucho menos conocido y que sí fue real. Hace años descubrí a un gran cuentista, el que más me ha cautivado de todos los que he leído hasta la fecha y que me sedujo en cuanto leí el primer libro suyo que cayó en mis manos. Tiene un nombre anodino y poco literario: Felisberto Hernández. Era uruguayo y fue un pianista prodigioso que abandonó la música por la literatura. Indagando hace tiempo sobre su vida, di con un fantástico libro, muy bien documentado, que Antonio Pau escribió en 2005 sobre este fabuloso escritor: Felisberto Hernández - El tejido del recuerdo.

Cuando supe por primera vez de Felisberto Hernández, hubo un libro que anduve buscando durante unos meses, pero que no encontré, al menos a un precio razonable —entiéndase por razonable menos de 100 euros, que ya son demasiados para una economía maltrecha como la mía en el mercado de libro de viejo: Por los tiempos de Clemente Colling. El primer libro suyo que conseguí fue La casa inundada y otros cuentos, con prólogo de Julio Cortázar y dibujos del artista uruguayo Glauco Cappozzoli. Más tarde leí uno de escritos póstumos titulado Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es. Pasó el tiempo y me olvidé —léase 'me quedé con las ganas' de Clemente Colling.

Hace unos días, el escritor Emilio Gavilanes me recomendó la lectura de Leer para contarlo de José Luis Melero. En cuanto Gavilanes me recomienda un libro, soy obediente, me pongo manos a la obra y salgo a su caza y captura. Busqué una librería en Madrid donde lo tuvieran disponible. Solo había dos: la Alberti en el barrio de Argüelles y la Librería del Mercado en Lavapiés. Me decanté por la segunda. No había estado nunca en ella y me apetecía conocerla. Así que para allá que me fui ruando por Madrid. Bajando por Embajadores en dirección a Tribulete —calle en la que se encuentra la Librería del Mercado—, a la altura del Teatro Pavón, me encontré con una librería de libros usados. «De la que vuelva, me paso por aquí», me dije. En Tribulete, me hice con el ejemplar del libro de José Luis Melero que andaba buscando. Remonté la calle Embajadores y me metí en la otra librería: TuuuLibrería. Allí estuve husmeando por ver si encontraba algún libro que me interesara. ¡Nada! Justo cuando me había dado por vencido y me disponía a reemprender la vuelta a casa, miro a mi izquierda y mis ojos se posan por casualidad en una pequeña repisa donde reposa el libro… Por los tiempos de Clemente Colling. ¡Por fin nos encontramos! Se cumple la máxima de que es el libro el que encuentra al lector y no al revés. Lo hojeo y pregunto cuánto cuesta. Me dicen que la voluntad, pero que para que la librería sea sostenible, el mínimo ideal son tres euros. Doy cinco. Al fin y al cabo esos son los años que habían pasado desde que lo busqué por primera vez. Salgo de allí más contento que las castañuelas de Teresa Laiz. «Aquí tengo que traer a Ayoze», me digo. Ayoze G. Padilla acaba de publicar un poemario —Sanctus: déjame entrar y es aún peor, más compulsivo, que yo para esto de los libros. Librería en la que entra, más pobre que se vuelve cuando sale de ella. «No solo de comida vive el hombre, hay que nutrir el espíritu», se justifica... Entre bibliómanos nos entendemos.


Vuelvo al objeto de mi deseo, ese librito que habla del tal Clemente Colling, quien fuera el primer maestro de música de Felisberto Hernández. Para el escritor Juan Carlos Onetti, Por los tiempos de Clemente Colling era el libro más importante de Felisberto Hernández. Lo escribió en 1942. Aquella primera edición tenía el siguiente epígrafe a continuación de la portadilla: 

Editan la presente novela de Felisberto Hernández un grupo de sus amigos en reconocimiento por la labor que este alto espíritu ha realizado en nuestro país con su obra fecunda y de calidad como compositor, concertista y escritor.

El ejemplar que conseguí en TuuuLibrería es una edición moderna de 2009 de Ediciones del viento, la editorial gallega con sede en La Coruña. Es una novela corta, poco más de ochenta páginas. El prólogo, brevísimo y elogioso, es del poeta Julio Supervielle. En realidad se trata del juicio que Supervielle escribió sobre la obra de Hernández y que publicó el periódico montevideano El País en 1943:

Su narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas antologías, las hay absolutamente admirables, y lo felicito de todo corazón por habernos dado este libro.

La novela es una pequeña obra maestra autobiográfica en la que Felisberto Hernández juega magistralmente con la evocación y el recuerdo. Todo gira en torno al maestro Clemente Colling, ciego y desharrapado, pero los verdaderos protagonistas de la narración son los objetos, las cosas, las ideas, las sensaciones, los recuerdos, las reflexiones… las evocaciones del pasado. Un mundo en el que aparentemente no sucede nada pero donde ocurre todo: 

A veces pienso en lo larga y tolerante que es la vida, después de haberla malgastado tanto tiempo. Otras, cuando pienso en los amigos que se me murieron y en que yo sigo viviendo, me parece que este tiempo es robado y que lo tengo que vivir a escondidas. Otras veces pienso que si me ha dado por escribir los recuerdos, es porque alguien que está en mí y que sabe más que yo, quiere que escriba los recuerdos porque pronto me iré a morir, de no sé qué enfermedad.

¿Será Clemente Colling el Alonso Quijano de Felisberto Hernández? Lo ignoro. Solo sé que fui dichoso el día en que Clemente Colling cayó en mis manos.

Michael Thallium

El día en que Clemente Colling cayó en mis manos




BIBLIOGRAFÍA:

Hernández F. (2009) Por los tiempos de Clemente Colling. La Coruña: Ediciones del viento.

Hernández F. (1975) La casa inundada y otros cuentos. Barcelona: Lumen.

Hernández F. (2017) Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es. Escritos póstumos. Madrid: Sitara.

Melero J.L. (2015) Leer para contarlo. Zaragoza: Xordica.

Muñoz Machado S. (2022) Cervantes. Barcelona: Planeta.

Padilla González, A. (2024) Sanctus. Déjame entrar. San Cristóbal de la Laguna: LeCanarien.

Pau A. (2005) Felisberto Hernández. El tejido del recuerdo. Madrid: Trotta.


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). El circo del contorsionismo. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV87). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/11/el-dia-en-que-clemente-colling-cayo-en.html

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