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Me dicen que no vuelva

Encabezados
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Me dicen que no vuelva



—Tendrías que tomar magnesio. Te vendría bien para dormir mejor, tú que duermes tan mal. Y hay otra cosa que te va a venir muy bien. Es natural. Se llama ashwagandha…

—¿Asguaqué?

—Ashwagandha, te baja los niveles de cortisol.

Estábamos los tres sentados a la mesa de un restaurante en Madrid. Ellas me habían escuchado con atención cuando les conté lo de los resultados de los análisis. Que si el colesterol alto, que si el ácido úrico alto, que si el azúcar alto…  En definitiva, que más me vale que me cuide y que adelgace si no quiero que me pete la patata. Conversaciones de personas que ya tienen una edad. Entre los tres superábamos los ciento cincuenta años, más de siglo y medio. Buenas amigas, inteligentes, con estudios: una física de mente científica con vocación de psicóloga y actriz de teatro, y la otra psicóloga con vocación de nutricionista y pintora. Sin hijos la primera, madre la segunda. ¿Y yo? No sé muy bien ni qué hago ni quién soy. Soltero y sin hijos.

La física psicóloga nos cuenta que la terapia EMDR viene muy bien para resolver conflictos y solucionar problemas, que es más eficaz que la gestalt y que si bla, bla, bla. Cuando terminamos de comer, curioseo qué significa eso de la terapia EMDR: desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares. Las siglas vienen del inglés, como casi todo lo que nos rodea en los últimos treinta años: Eye Movement Desensitization and Reprocessing. Ahí se queda la cosa. Nos despedimos y me marcho para aplicarme mi particular terapia: comprar libros. No los compro por vicio, creo. Los leo, sí. 

Termino en la librería Alberti de la calle Tutor. Allí recojo un libro que había encargado la semana anterior, las Memorias de don Diego Duque de Estrada. Me lo había recomendado Dativo Donate hacía ya casi un mes, aunque él me lo nombró por el título original que le diera su autor hace más de cuatrocientos años: Comentarios del desengañado de sí mismo, prueba de todos estados y elección del mejor de ellos. Sigo curioseando las estanterías y engarfio con el dedo índice el lomo —en realidad la cabezada— de las Crónicas de la Guerra Civil de Wenceslao Fernández Flórez. No satisfecho con el doblete, no hay dos sin tres, añado un tercer libro. Elijo Me piden que regrese, la última novela de Andrés Trapiello, para completar la terapia del triplete: el libro encargado, el encontrado y el esperado.

Salgo de la librería y voy caminando a casa. Cuando llego, me pongo a leer. Me doy cuenta de que en las últimas tres semanas he estado sumergido en lecturas que tienen a Madrid como telón de fondo y a España como escenario. Primero fueron La fuente de Orfeo, luego La lengua de Dios, después Dos Mil Madrid Cincuenta y Cuatro, y más tarde El Círculo Leibniz. Cuatro libros, cuatro novelas estupendas de Santiago Miralles. Ahora leo esta de Trapiello que transcurre en Madrid, en 1945, justo cuando la Segunda Guerra Mundial está a punto de terminar en Europa y la dictadura de Franco ya tenía visos de ir para largo en España. Para quienes lean a Trapiello, esta novela les recordará a un libro anterior titulado Μadrid 1945. Leo y leo cautivado por la historia de Benjamin Smith y Sol Neville en un Madrid de pobretura, miseria, diversión y lujo. Leyendo el pasaje en que un carromato baja por la calle del Mesón de Paredes y Benjamin tiene que echarse a un lado para dejarle paso, descubro que allí había una Inclusa, el lugar donde terminaban los expósitos de Madrid. Me da por salir a ruar —andulear, diría Cansinos Assens— para ver si sigue allí. Llego al n.º 66 de Mesón de Paredes. Nada. Ni rastro de la Inclusa. Tan solo una diminuta placa. Al menos descubrí por qué la Inclusa se llama «inclusa». Pura corrupción fonética. Lo resumo: viene de una ciudad de los Países Bajos que se llamaba —y sigue llamándose— Inkhuizen. A los madrileños les costaba trabajo pronunciar aquello de inkhuizen, así que lo transformaron en inclusa. Quien quiera saber más, que indague. 

Me allego a la calle Amazonas por ver si sigue allí también el bar El Anillo donde desayunó Benjamin Smith apenas llegado a Madrid. Ni rastro, aunque la calle Amazonas sea de las más transitadas de El Rastro. Muy cerca de allí está la placa que conmemora a un escritor hoy ya olvidado: Antonio Zozaya. Sigo leyendo. La historia me cautiva, sobre todo la de ese niño, Chito, avispado por el hambre y bueno que sirve de escudero a Smith —un Quijote con su Sancho—, un enredo de espías americanos, alemanes y españoles, de represión en la Dirección General de Seguridad; de carteristas, ganguistas, descuideros e isidros; de comunistas y falangistas a los que les dan mulé; de parejas con su martelo en la penumbra del petromax; de jóvenes litri, de camisas abullonadas y vestidos drapeados; de tertulias, de dimes y diretes… Una novela azarosa y de amor.

Pasa un día. Ya casi estoy terminándola. Voy al Teatro Monumental a ver los ensayos de la Orquesta y Coro RTVE. Me queda poco. Me debato entre finiquitar el libro de Trapiello o escuchar la música. En la novela también salen a relucir Allegri, Mozart, Beethoven y Brahms. Me digo: no, a la palabra, lectura; a la música, escucha. Y escucho. Es una obra contemporánea que se estrena mañana. Le han dado un premio de 100.000 € al compositor. A mí me parece que, pssch. No quiero ser simplón, pero nada nuevo bajo el sol: mucho enjambre de abejas, ruiditos y glisandos. ¡Y no será porque yo no escuche mucha música actual! En fin, hay cosas que mejor no entenderlas. 

En el descanso apuro las pocas páginas que me quedan. Me emociona ese final con un guiño extraordinario a Pio Baroja. Concluyo la lectura. Y me quedo con esa sensación extraña, como un vacío, al terminar un buen libro y presiento, no sé por qué, que en algún momento Andrés escribirá una segunda parte de la novela cuyo protagonista sea ese niño avispado, Chito, que termina en un correccional de Jaén. Lo digo porque Andrés también escribió la continuación del Quijote y El final de Sancho Panza y otras suertes.

Quedo para comer en La Sanabresa con Christoph König, el director de la Ocrtve. Uno de los camareros tiene un bigote que bien podría pasar por el de los camareros que describe Trapiello en Me piden que regrese. Hablamos de música y de libros. König es un gran lector, le encanta Der Mann ohne Eigenschaften de Musil, le gusta aprender, es curioso. Me dice que le presente a ese escritor del que le había hablado la semana pasada. Se refiere a Santiago Miralles. Le digo que cuando se tercie, así lo haré. Terminamos y nos despedimos.


Aún quedan tres horas para que Andrés Trapiello presente su novela en la librería Alberti. Llamo por teléfono a Emilio Gavilanes. Gran tipo y magnífico lector. Le pregunto si quiere acompañarme a la presentación. Me responde que no sabe si podrá, que tiene que acompañar a su hija a no se qué de la escuela de música que acaba de abrir. Sé que si puede, vendrá. Emilio aprecia y ha leído mucho a Trapiello. A Emilio yo lo conocí por Andrés, así que todo queda en casa.

Me meto en una cafetería. Pido un smoothie —vamos, lo que viene a ser un puré muy frío de frutas, verduras y hortalizas— de espinacas, apio, manzana y kale. Quizás sea por los remordimientos del colesterol, del ácido úrico y del azúcar (a todo esto: ya llevo un día y medio tomando magnesio y ashwagandha). La pluma y el cuaderno están en astillero, es decir, preparados para atacar en cuanto me dé por utilizarlos, pero opto por escribir al portátil. Urge rapidez y fino acabado. Los lectores nunca saben cuándo ni cómo el escritor escribe sus textos. Estas palabras las escribo en la Maison Kayser de Gaztambide. Puro espejismo, porque lo que tú puedas estar leyendo ahora, en realidad es una almazuela compuesta a ratos perdidos entre lecturas, escuchas y anduleos por Madrid. 

Se aproxima la hora. Me dirijo a la librería Alberti, donde había estado hace dos días. En la puerta me encuentro con Miriam y Andrés, entiéndase, Trapiello y su mujer. Nos saludamos, hablamos brevemente del novelón que ha escrito y aprovecho para hacerle la pregunta intuyendo que luego la librería se pondrá hasta los topes con sus lectores. 

—¿Escribirás una secuela de esta novela cuyo protagonista sea Chito?

—No lo había pensado, pero podría ser. Da para una novela, sí.— Andrés se sonríe.

Andrés Trapiello y Maite Rico en la librería Alberti.

Duda resuelta e intuición corroborada: la Alberti se llena hasta la bandera y más allá. Maite Rico, fundadora de La lectura, conversa con Andrés Trapiello y presentan Me piden que regrese. Trapiello desvela por qué le puso ese título a la novela. Al parecer, las últimas palabras que dejó escritas Emily Dickinson antes de morir fueron: Called back. Andrés siempre buscó una buena traducción de ese mensaje que Emily les dejó a sus primas. Y la encontró en una muy libre que hizo María Manent: me piden que regrese. Quien quiera saber qué tienen que ver las palabras de Dickinson con la vida de Smith habrá de leer el libro. Hasta aquí puede uno leer.

Termina la presentación. Emilio Gavilanes no ha venido. Supongo que el amor de padre le ha podido y habrá estado haciendo de chofer para su hija. La librería está concurridísima. Saludo a Maite Rico. No nos conocíamos en persona, pero en alguna ocasión hemos intercambiado algún  que otro mensaje por X. Me despido de Andrés. Me despido de Miriam… y salgo pitando.

Ya en casa, me siento al ordenador para terminar de urdir la almazuela. Emilio Gavilanes me escribe un mensaje: «Michael, al final no me dio tiempo a ir a la presentación. Tenemos un buen pifostio. ¿Qué tal ha sido?» Le respondo que lo sabrá mañana. «Me hubiera gustado mucho ir. A Andrés le tengo una admiración insuperable, pero no de ahora; desde los años 70, cuando salía en Encuentros con las letras, que tú no conocerías porque eras muy pequeño. También le tengo un gran cariño. Es muy buena gente», añade Emilio. ¡Estupendo escritor Gavilanes! 

Prosigo con la urdimbre. Me llama alguna amiga por teléfono y me pregunta qué tal me encuentro. Me meto dos píldoras de magnesio y una cápsula de ashwagandha para el cuerpo. Últimamente algunos amigos me repiten que me cuide. También mi madre. Sí, que ya lo sé, que tengo que bajar de peso. Yo les cuento que me he comprado este o aquel libro, que he leído esta o aquella novela. Temerán que me vaya a volver loco. Algunos me miran con tristeza (mi madre con amargura) cuando me ven con un nuevo libro entre las manos. Me dicen que no vuelva… que no vuelva a comprar libros.



Michael Thallium


Me dicen que no vuelva



BIBLIOGRAFÍA:

  • A. Trapiello. (2024) Me piden que regrese. Barcelona: Destino.
  • A. Trapiello. (2022) Madrid 1945. Barcelona: Destino.
  • A. Trapiello. (2015) El final de Sancho Panza y otras suertes. Barcelona: Destino.
  • D. Duque de Estrada. (2022) Memorias. Valencina de la Concepción: Renacimiento.
  • S. Miralles. (2000) La fuente de Orfeo. Sevilla: Algaida.
  • S. Miralles. (2004) Dos Mil Madrid Cincuenta y Cuatro. Madrid: Calambur.
  • S. Miralles. (2005) La lengua de Dios. Madrid: Martínez Roca.
  • S. Miralles. (2006) El Círculo Leibniz. Madrid: La Discreta.
  • W. Fernández Flórez. (2022) Crónicas de la Guerra Civil. Alcobendas: Ediciones 98.

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Me dicen que no vuelva. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV81). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/10/me-dicen-que-no-vuelva.html

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