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La lengua de Miralles

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 La lengua de Miralles

Lo abrí una vez hube llegado a casa. Me lo habían enviado por correo a precio de saldo. Ya lo he dejado escrito en algún que otro lugar: me gustan los libros de viejo. Al hojearlo, de entre sus páginas se desprendió uno de esos secretos que a veces albergan los libros usados y que ofrecen indicios de quiénes pudieron haber sido sus dueños. Comprobé lo indiscretos que pueden llegar a ser los recibos de compra. Si yo hubiera sido espía en busca de información privilegiada para desmontar una red de tráfico de armas, habría encontrado una fuente muy valiosa. Supe que lo habían adquirido a las 14:07 del lunes 17 de abril del año 2006 en un gran almacén del Paseo de la Castellana de Madrid; por saber, también supe el nombre de la mujer que lo compró, Ángela Padilla López, e incluso el nombre de la mujer que la atendió, una tal Elena Pineda. El precio eran 19,00 €. Por aquel entonces aún figuraba la cantidad equivalente en pesetas: 3.161. Aquellos días debía de haber una Feria de Canada en el club del gourmet, muebles, decoración y servicio crear hogar en las plantas 3.ª y 4.ª… Menos mal que un libro es solo eso, un libro, porque si de una ojiva nuclear se hubiera tratado, adquirente y facilitadora habrían sido desenmascaradas de inmediato.

Seguí hojeando y descubrí que también había un marcapáginas que alguien había hecho a mano a partir de un recorte rectangular de la hoja de un cuaderno de cuadrícula, de esos que se utilizan en los colegios. ¿Sería Ángela quien lo habría hecho? No es probable, porque el dibujo que lo decoraba parecía obra de alguien de corta edad. Ángela había pagado con tarjeta bancaria —de cuyo número también sabía las últimas cuatro cifras—, así que, como mínimo, era mayor de edad, no una criatura. Una de las caras del marcapáginas parecía haber sido coloreada con plastidecor, que como todo el mundo bien sabe es la marca comercial de unas conocidísimas pinturas de cera que todos alguna vez hemos utilizado de pequeños. El diseño era sencillo: un marco relativamente grueso de color amarillo, un fondo azul y, en primer plano, dos flores que parecen tulipanes, una roja, arriba a la izquierda, y otra naranja, abajo a la derecha, con sus respectivos tallos verdes. A todas luces, obra de una mano femenina. ¿Lo habría confeccionado una hija pequeña de Ángela? A saber.

Ignoro cuáles fueron los motivos por los que esa enigmática compradora se deshizo del libro. El asunto es que terminó en mis manos casi veinte años después de que se publicara y diecinueve desde que lo compraran aquel lunes de 17 de abril de 2006. Yo también he dejado mi impronta en el libro con una escueta anotación firmada a lápiz en la guarda volante: «Me llegó por correo el jueves 26 de septiembre de 2024». Así queda constancia de su nuevo dueño que lo guarda como oro en paño, porque el libro es sencillamente extraordinario, una novela histórica portentosa: La lengua de Dios, de Santiago Miralles. De la novela y su autor no sabía nada hasta hace apenas un par de semanas. Fue una concatenación de casualidades: Emilio Gavilanes me lleva a La Mala Zorra y a Dativo Donate, y Dativo Donate a La lengua de Dios y a Santiago Miralles.


Quien quiera leer una excelente novela histórica, ha de leer esta de Santiago Miralles. Exquisitamente tramada, La lengua de Dios narra una parte de la vida de fray Hortensio Paravicino, monje trinitario, poeta y predicador real de Felipe III y Felipe IV. Un hombre culto a quien el Greco retrató hasta en dos ocasiones, y que se codeaba con Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca —cuyas brillantes plumas se remecían en toda España—, Diego de Velázquez o Gaspar González, el Conde Duque de Olivares. 

La historia comienza con un incidente aparentemente irrelevante: el apuñalamiento del hermanastro de Pedro Calderón en el Mentidero de los Representantes, del que hoy solo queda una placa conmemorativa en la calle del León. Calderón termina profanando el convento de las Trinitarias, lo cual desemboca en intrigas y luchas de poder entre los grandes escritores del Siglo de Oro. De la nada surge un conflicto de dimensiones insospechadas entre Pedro Calderón y fray Hortensio Paravicino, quien acaba injustamente ridiculizado. Poetas, escritores, autores, actrices, representantes, coimas, cortesanas, políticos, reyes… todos ellos se ven envueltos en una trama que atrapa también al lector transportándolo al Madrid del siglo XVII. 

Madrid era lugar de rumores y bulos, y bastaba con saber dónde escuchar y dónde dar curso a sombras de verdades para que los flujos de la palabrería sirviesen para aprender lo que importaba saber.

Amores, desengaños, decepciones, mentiras, verdades, ambiciones, traiciones… ¡Pobre Paravicino! ¿Quién no se habrá sentido alguna vez como él en la vida? 

El amor por los muertos y ausentes es como la pintura. Se pone un gran pintor a hacer un retrato o un lienzo cualquiera; por fuerza hace el dibujo sobre el yeso y usa el pincel para los colores; pero veis que, estando pintando sobre el lienzo, se aparta para ver el efecto que hace y no se asegura del brochazo que dio de cerca hasta que llega a examinarlo de lejos. Pues esto mismo pasa con el amor: que se engendra en la presencia y la cercanía de la comunicación, pero se juzga y se crece en la ausencia y en la distancia.

La vida de fray Hortensio Paravicino es un poco la de todos nosotros, zarandeados a veces por los caprichos del destino o la malicia del hombre. Una novela portentosa, emocionante, que aguanta muchas relecturas, y con un final conmovedor que solo puede lograrse con la genial y prodigiosa lengua de Miralles.


Michael Thallium


La lengua de Miralles



BIBLIOGRAFÍA:

  • Miralles S. (2005) La lengua de Dios. Madrid: Martínez Roca.


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). La lengua de Dios. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV80). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/10/la-lengua-de-miralles.html

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