

Elogio del profesor de bachillerato
¡Qué lío esto de la enseñanza! Cuando era estudiante —y no me refiero a los años universitarios, sino a los de primaria y secundaria, en mi caso, a finales de los años 70 y toda la década de los 80—, ya me iba dando cuenta de la degradación de la educación con cada nueva ley de educación que se aprobaba. Durante la década de los 80, tres leyes distintas, la LOECE (1980), la LODE (1985) y la LOGSE (1990) y, desde entones, cinco leyes más; un total de ocho. A esto súmesele las distintas leyes de las competencias educativas que emanan de las diecisiete comunidades autónomas que hay en España.
Las leyes de educación las hacen políticos —que podrán contar o no con especialistas en educación, pero cuyas leyes son más políticas que educativas— y así nos luce el pelo. Amén del sesgo ideológico que puedan tener, a mí me da que están diseñadas para crear ciudadanos que saben bajar teclas y obedecer, no para formar personas con pensamiento crítico. La educación es un negocio, y da igual que sea pública o privada. Es un negocio para las editoriales, para los profesores, para las empresas de limpieza, para las papelerías, empresas de alimentos… Para las editoriales, por los libros de texto; para los profesores, porque con ello se ganan un sueldo; para las empresas de limpieza, porque alguien tiene que limpiar los edificios; para las papelerías, porque venden el material escolar; para las empresas de alimentos, porque suministran los comedores escolares… La red clientelar se extiende con miles de nudos interconectados y que pasan inadvertidos.
Hay profesiones que solemos considerar vocacionales: médicos, enfermeros, profesores, por nombrar las más típicas. Sin embargo, en cuanto a los profesores, ha ocurrido un fenómeno bien interesante en los últimos cuarenta años y mucho más aún en los últimos diez. La profesión ha ido paulatinamente dejando de ser vocacional para convertirse en una suerte de empleo ocupacional. La enseñanza pública se ha convertido en una cartera de empleo. ¿Quién no ha aconsejado a alguien eso de «tienes que sacarte unas oposiciones para tener un sueldo fijo y tener tus vacaciones escolares»? Es decir, la enseñanza pública ha ido convirtiéndose en un medio de vida al margen de la vocación —yo no he oído todavía a nadie aconsejarme que me haga médico para ganarme la vida—. Ojo, que algo sea vocacional no significa en absoluto que haya que hacerlo gratis. Los profesores tendrían que estar muy bien pagados, y si son buenos, ¡más todavía!
Prosigamos. Demos por hecho que el profesor, independientemente de si tiene vocación o no, ya ha conseguido su plaza y está inserto en el sistema educativo. Cuando llega ahí, se da cuenta de la maraña clientelar en la que se ha metido y que, muy probablemente, tenga poco que ver con lo que esperaba, a saber: una clase y unos alumnos ávidos de aprender. Cada profesor capeará el temporal como pueda. Y si encima le ha tocado impartir una asignatura que se considera «maría», entonces el esfuerzo para lograr que los alumnos aprendan será colosal.
Hace poco estuve tomando un café con Ángel Basanta. Dicho así, es como quien oye llover: ¡Pero quién coño es ese señor? Ángel Basanta es uno de los pocos críticos literarios de verdad, de los reputados, que quedan. Ha sido presidente de la Asociación Española de Críticos Literarios y actualmente es vicepresidente de la Asociación Internacional de Críticos Literarios. Si le preguntan que para qué sirve un crítico literario, la respuesta inmediata y clara es: para orientar. Además de crítico, Ángel Basanta ha sido catedrático de Lengua y Literatura de enseñanza secundaria. Toda una vida dedicada a la literatura como docente y crítico. A sus 74 años, sigue leyendo ávidamente y, a juzgar por los indicios, debió de ser un muy buen profesor de literatura y además es una persona generosa: donó su biblioteca de más de 14.000 ejemplares al pequeño concejo gallego de Pastoriza, en Lugo.
Conversando con él sobre educación, mientras apurábamos un café, ambos éramos conscientes de que la batalla de formar buenos lectores está perdida. «Hay un artículo que yo no escribiría y que se titularía Elogio del profesor de bachillerato», me dijo con un atisbo de nostalgia avivada con entusiasmo. Cuándo le pregunté que por qué no lo escribiría, me repuso con cierta añoranza que lo daba por algo ya viejo, por algo que sintió cuando era profesor de bachillerato y que ahora, ya jubilado, se le había pasado la época. «Pues entonces, si no lo escribes tú, ¡lo escribo yo!», me vine arriba al escucharlo.
La figura del profesor de bachillerato es fundamental en el aprendizaje de cualquier persona, y por supuesto que también lo es en el de todo buen lector, de todo escritor y de todo profesional, ya sea abogado, médico o teólogo. No hay excepción. Un niño en la época de la enseñanza primaria, la antigua EGB, lee la literatura infantil o juvenil que le aconsejan. Es en el bachillerato cuando ese lector verdaderamente se forma. El niño en la escuela todavía sigue siendo como un junco que se mece flexiblemente de un lado a otro, es más maleable. La orientación profesional de un alumno está muy influenciada por el mejor profesor de bachillerato que haya tenido. Al igual que el crítico literario, el profesor sirve para orientar. La sabia orientación de un buen profesor hace que la gente cambie. Un alumno, por ejemplo, puede querer ser arquitecto y si tiene un magnífico profesor de física en el bachillerato, quizás le dé por estudiar Físicas en lugar de Arquitectura. El profesor de bachillerato influye decisivamente en la maduración, en la formación y en el aprendizaje de un adolescente. Si un adolescente no ha tenido a lo largo del bachillerato ningún buen profesor, eso es, sencillamente, una verdadera desgracia. Cuando un joven entra a la universidad, ese junco ya no es tan maleable, ya se ha endurecido y, en muy buena medida, ya está orientado. Por eso hay que cuidar ese periodo de la enseñanza. Y en cuanto a la Literatura, prácticamente ha desaparecido de las aulas, se ha fundido en una sola asignatura, Lengua y Literatura, tres o cuatro o cinco horas a la semana, eso da al año unas 120 horas hábiles de las cuales más de diez son para exámenes, y de las que quedan, bastantes más de sesenta son para Lengua, porque los defectos, las deficiencias, los fallos aparecen primero en Lengua. Así que lo que quedan serán treinta o treintaicinco horas para Literatura. Cuando Angel Basanta le contó hace tiempo a José María Merino que tenía que explicar a Baroja en diez minutos, Merino se echó las manos a la cabeza. ¡Es inmensurable! Al año quedan menos horas lectivas para la cantidad de materia que ha de abordarse. A veces los profesores tienen que explicar la Literatura en poco más de 33 horas. Todo el siglo XIX y el siglo XX. Angel Basanta hacía trampa y a Baroja y a Valle-Inclán, les dedicaba dos clases en lugar de diez minutos a cada uno. ¡Y fuera! Que pasara lo que Dios quiera. Hoy ya no se podría hacer eso.
Rita Levy Montalcini escribió hace muchos años un libro muy jugoso en el que relataba cómo llegó a descubrir, a comienzos de la década de los años 50, el factor de crecimiento nervioso de las neuronas. Tres décadas más tarde, en 1986, le concedieron el premio Nobel de Medicina por aquel hallazgo. En la última página de aquel libro escribió:
La saga del factor de crecimiento neuronal, que, con la debida humildad, he puesto como ejemplo del curso por etapas de la investigación científica, ha seguido una trayectoria tortuosa, imprevisible e imperfecta. Como tal, es prueba de que la imperfección, y no la perfección, es la base del humano obrar.
El libro de Rita Levy Montalcini se titulaba Elogio de la imperfección. Sí, el sistema educativo también es imperfecto. Personalmente, no tengo dudas de que el actual gobierno de España —presidente y ministros— así como los políticos que legislan —diputados— no van a cambiar nada para mejorar el sistema educativo más allá del sesgo ideológico y del lavado de cara. Son incapaces. Eso es un hecho irrefutable. Habrá más leyes educativas con los distintos gobiernos de turno que vengan. Mientras no se aborde un cambio sustancial, radical —todos a una como en Fuenteovejuna— seguiremos yendo cuesta abajo, formando bajateclas y ciudadanos que se quejan sin pensamiento crítico. Seguirá habiendo enésimas leyes educativas que no aborden el problema de fondo; habrá generaciones de ciudadanos querulantes, no de personas que hayan consolidado el pensamiento crítico; aumentará el populismo y menudearán los líderes políticos de labia y charlatanes…
A ti, maestro o profesor mediocre, incluso malo, que estás ganándote el pan con tu empleo, no te digo nada. No te preocupes, el sistema te protege. Allá tú con tu conciencia. Pero a ti, buen maestro o profesor, que vives con tu vocación y que seguramente a veces te sientes solo e incomprendido, date por aludido. A ti te dedico mi mayor elogio, aunque tengamos la batalla perdida. Tu trabajo es esencial. Tienes el don de tocar diariamente, año tras año, las vidas de numerosos jóvenes que te recordarán como la persona que en un momento de su vida les hizo descubrir algo nuevo o que les orientó o que les hizo sentir amor por alguna disciplina. Gracias por tu generosidad y tu entrega. Sabe, querido profesor, que solo se pervive en el recuerdo. Y porque tú estarás en el de tantas personas que te recuerden con una sonrisa e incluso admiración, aunque tú jamás lo sepas, yo te elogio y te doy gracias en nombre de todos.
Michael Thallium
Elogio del profesor
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Elogio del profesor de bachillerato. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV83). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/10/elogio-del-profesor-de-bachillerato.html




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