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Despersonalizados

Ya todos escribimos igual, nos hemos homogeneizado. Me refiero al tipo de letra: que si Arial, que si Times Roman, que si Garamond o Helvética… ¿Dónde quedó algo tan íntimo como la letra manuscrita? Aún varía, afortunadamente, el contenido, aunque a saber por cuánto tiempo más. Las reglas y los algoritmos SEO —yo lo llamo Sindicato de Estereotipos Obligados— te advierten que utilizas frases muy largas y que las tienes que acortar, que tienes que repetir no sé qué palabra para que el texto publicado tenga más visitas, que si el título es muy largo o que si es muy corto, que si quites o pongas este o aquel nexo... Dicho de otro modo, si Cervantes hubiera escrito El Quijote en un blog digital del siglo XXI, el algoritmo habría puesto todos los semáforos en rojo, vamos que no pasaría la prueba, y seguramente El Quijote habría terminado en Los diez pasos del éxito para convertirte en influyente caballero andante o algo por el estilo.

Pero volviendo a lo de la letra manuscrita, tan infrecuente actualmente, la hemos dejado en un rincón. Solo la utilizan los escolares, y de mala gana; los estudiantes, cada vez menos, que ya se toman apuntes al ordenador o en la tableta. Todo lo hemos ido digitalizando en aras de la rapidez, la comodidad, la difusión y de un supuesto entendimiento. Sí, la letra impresa es más legible que la manuscrita, pero si uno se esmera un poco cuando escribe a mano, no tendría por qué resultar ilegible. Es verdad que últimamente se ha puesto de moda eso del Lettering —la caligrafía de toda la vida, solo que en inglés suena más cool— y que hay gente a la que le ha dado por practicar, pero no deja de ser una moda de minorías. Y las modas son siempre pasajeras. En cuanto a las minorías, me gustaría que fueran como en el año 1983 las describía Julián Marías, refiriéndose al filósofo José Ortega y Gasset, en el Jockey Club Argentino: 


El hombre que es miembro de la masa es cualquiera que se abandona a la espontaneidad de la vida y no se exige de una manera particular. El hombre que pertenece a una minoría selecta o rectora no es el que tiene privilegios, no es el que tiene mayores facilidades, es el que se exige a sí mismo, es el que no se contenta con hacer las cosas de cualquier manera o como se hacen, sino que se exige a sí mismo hacerlas bien, hacerlas lo mejor posible, hacerlas como es menester, hacerlas todo lo bien que es capaz. Es decir, en esa exigencia del hombre respecto de sí mismo, no en un privilegio, se funda la condición de minoría.


Ese tipo de minoría es lo que etimológicamente se conoce como aristocracia. El filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila decía que «Verdadero aristócrata es el que tiene vida interior. Cualquiera que sea su origen, su rango, o su fortuna». Suyo es también este escolio: «La sociedad hasta ayer tenía notables; hoy sólo tiene notorios». A los notorios hoy los llamamos influencers o celebrities, así, en inglés, que mola mucho más —vamos, que mola mazo—, aunque eso de ‘molar’ ya esté en desuso. Ahora las cosas rentan o no rentan. Molar no renta; mejor cool. También de Gómez Dávila es este genial escolio con el que cada vez uno va estando más de acuerdo: «La democracia tiene el terror por medio y el totalitarismo por fin». 

La digitalización ha llegado hasta tal punto, que hoy no puedes abrirte una cuenta bancaria si no tienes un teléfono móvil. Todo en favor de la transparencia y la individualización del trato. Todos, en mayor o menor grado, participamos de ese mundo digitalizado y colaboramos en su desarrollo. Si quieres difundir tus contenidos, tienes que usar redes sociales, publicar entradas, hacer vídeos… Si eres mujer, joven y mínimamente agraciada, grábate insinuando el canalillo, que se noten ahí bien ceñidos los pezones, escorzando el culo o marcando cameltoe. Tendrás más visualizaciones. ¡Cantidad antes que calidad! Ya ni siquiera necesitas crear tus propios contenidos; utiliza la IA para crearlos. Tendrás legiones de idiotas que deslizamos el dedito de vídeo en vídeo hasta el infinito y más allá en busca de yo que sé qué entretenimiento... ¡Uy, me he ido por las ramas! Como escribió José Antonio Abella: 


Mas volvamos al gozo de aprender (que siempre he tenido tendencia a perderme en las ramas, quizá porque es en las ramas donde se recogen los frutos).

 

Escribiendo a mano uno puede aprender mucho no solo del mundo, sino principalmente de sí mismo. Por cierto, ya que ha salido a relucir José Antonio Abella, a él le haremos mañana un homenaje en Bañuelos de Bureba, el pueblo donde ejerció de médico rural hace muchísimos años y donde también el maestro Antonio Benaiges —protagonista de la novela Aquel mar que nunca vimos— impartió clases durante la Segunda República. 



Abella fue un hombre sabio y afortunado. En la carta de despedida que aparece en Hermanos en Benaiges, el libro con el que la editorial Valnera y un grupo de amigos le rendimos tributo, José Antonio aconseja algunas lecturas, entre ellas la del capítulo 13 de la primera carta de San Pablo a los corintios:


Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso.

Aunque posea el don de la profecía y conozca los misterios todos y la ciencia entera, aunque tenga una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón, no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado. Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; al hacerme adulto, abandoné las niñerías. Ahora vemos como enigmas en un espejo, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco a medias, entonces conoceré tan bien como soy conocido. Ahora nos queda la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande de todas es el amor.


Sí, me fui por las ramas. Yo solo quería decir que al dejar de escribir a mano con esmero, nos quedamos huérfanos de amor, sin algo tan íntimo como nuestra propia letra. Nos volvemos masa. Sin letra manuscrita, vagamos por el mundo despersonalizados.


Michael Thallium


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Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Despersonalizados. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV82). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/10/despersonalizados.html

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