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Compostando compañías: homenaje a Donna Haraway

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Compostando compañías: homenaje a Donna Haraway

        Recientemente (el 6 de septiembre) la filósofa estadounidense Donna Haraway cumplió 80 años. Quisiera aprovechar esta cifra redonda, sin mayor justificación, para rendirle un pequeño homenaje. No pretendo ofrecer un análisis exhaustivo de su obra, que no he leído ni por asomo íntegramente, ni resumir las principales líneas de su pensamiento. Tan solo compartir algunas de las migas que esta autora imprescindible ha ido dejando por el camino para que quienes hemos llegado después pudiéramos orientarnos acaso un poco mejor.

            En primer lugar, Haraway destaca por ser una de las teóricas blancas que más puso en valor y se esforzó por desarrollar un feminismo sinceramente interseccional. Como bien sabían las feministas racializadas (Angela Davis, bell hooks, Gloria Anzaldúa…), con las que Haraway establece un necesario y fructífero diálogo, no existen identidades puras. No hay una categoría «mujer» que pueda englobar de manera homogénea a todas las personas de género femenino. Otro tanto sucede con cualquier otro concepto paraguas («hombre », «persona negra», «clase trabajadora»…). Al contrario, lo que tenemos son sujetos híbridos atravesados por distintos ejes de socialización y opresión (los cíborgs que más renombre han dado a Haraway tienen más que ver con esa hibridación que con fusiones futuristas de carne y máquina). Esta falta de pureza y de homogeneidad no nos condena a la fragmentación de los movimientos sociales, sino a la creación de afinidades donde lo que prime sea la lucha conjunta, sin borrar las diferencias, contra el enemigo común: la lógica de dominación encarnada en «ismos» tan bien conocidos como el capitalismo, el machismo, el racismo, el colonialismo…

        De lo anterior se sigue una llamada a vivir y pensar aceptando nuestra posición. En línea con otras teóricas feministas del conocimiento como Sandra Harding, Helen Longino o María Lugones, Haraway ha apostado siempre por reconocer el carácter situado de todo conocimiento. Importa desde dónde teorizamos, tanto a nivel individual como colectivo. No hay saber definitivo o eterno, sino un diálogo constante de las personas entre sí y entre las personas y el resto del mundo. Un diálogo siempre mediado por la sociedad, la cultura y sus artefactos. Cualquier conocimiento, científico u otro, será siempre fruto de un delicado equilibrio entre todos estos factores. Esto no es una apología del relativismo. No todo vale, pero la validez de lo que sabemos proviene de la posición que ocupe dentro de una intrincada red de máquinas, personas, historias y otros seres orgánicos e inorgánicos. Así pues, nos conviene abrazar con humildad la fragilidad de nuestros sistemas de conocimiento y sobre todo revisar constantemente el papel que cada una de nosotras, en cuanto sujetas híbridas que somos, ocupa dentro de dicha red.

        Al hilo de esto último, Haraway apuesta por entender la ciencia no como una especie de tótem infalible y casi divino, sino como un producto cultural más dentro de algunas sociedades humanas. De nuevo, no está sola en esto, sino alineada con los estudios culturales sobre la ciencia y los CTS (estudios de ciencia, tecnología y sociedad). Ahora bien, ¿qué implica considerar la ciencia como «cultura»? No menospreciarla ni ponerla al mismo nivel que las ocurrencias más variopintas, sino entender cómo ese exitoso e influyente artefacto que son las ciencias actuales ha sido posible gracias a factores políticos, arquetipos culturales, preocupaciones bien situadas históricamente… En definitiva, a motivos contingentes. Haraway reivindica, además, junto con autores como Latour, el protagonismo de los «objetos de estudio»: la ciencia no la hacen solo las científicas imponiendo su visión sobre aquello que estudian. También hay que tener en cuenta «la voz» (en sentido metafórico o literal) de lo que o los que son estudiados. Estos no se dejan estudiar sin más, sino que para estudiarlos es necesario tratar con ellos de maneras concretas. O hacemos lo que nos permiten hacer o, de lo contrario, nos repelerán y no habrá estudio posible. Bien sabe esto Haraway, bióloga de formación y rigurosa estudiosa de la primatología con esta doble lente cultural y agencial. Desde esa lógica, fenómenos humanos como el sexismo han influido en la forma en que estudiamos a los primates, pero ellos también han tenido algo que decir en el relato que formulamos sobre sus vidas.

        Precisamente esta constatación de la agencia de los organismos no humanos nos lleva al último punto. Y es que la obra de Donna Haraway, sobre todo en lo que va de siglo XXI, supone ante todo una invitación a celebrar la simbiosis. Por esta no hay que entender un ingenuo beneficio mutuo para dos o más organismos, sino los encuentros que involucran activa y creativamente a miembros de distintas especies, que en el proceso se transforman y encuentran nuevas maneras de vivir. De aquí surgen, en palabras de Haraway (2019), «cuasi-individualidades lo suficientemente buenas para vivir un día, o un eón» (p. 102). Todos los seres vivos somos fruto de este tipo de enredos y el ser humano no es la excepción. Para Haraway, la demostración predilecta de este hecho es nuestra relación con los perros, bichos con los que hemos convivido hasta convertirnos en «especies de compañía» la una de la otra, de tal manera que hoy resulta casi imposible hablar de perros y humanos por separado, sino de ensamblajes diversos de humanos-con-perros y perros-con-humanos.

        Haraway parte de este tipo de compañías y simbiosis como medio para imaginar futuros deseables ante el escenario de crisis ecosocial en el que nos encontramos. En contra de los relatos antropocéntricos que han caracterizado a la modernidad capitalista, ella nos insta a sembrar mundos mejores desde coordenadas de justicia social y ecológica, en un ejercicio filosófico y político más parecido a la generación de compost (ella misma se confiesa «compostista»), una mezcla de sujetos impuros de especies diversas, que a la filosofía y la política tradicionales.

        Donna Haraway no es un fenómeno aislado. Si algo he querido mostrar con estas líneas es que su filosofía se enmarca en contextos concretos y ha sido posible solo gracias a un diálogo constante con otras autoras y criaturas de todas las calañas. La belleza de su obra no reside en la genialidad, sino en su poder evocador y en su capacidad para unir voces, tradiciones y tendencias diversas sin afán totalizador. Tampoco es una autoridad infalible. En coherencia con sus propias ideas, conviene leerla siempre como una perspectiva más ente otras, situada y precaria, sujeta a críticas y siempre a medio concluir. Este homenaje que ya llega a su fin es pues también una invitación a adentrarse en su obra sin mitomanías, con el deseo de que quien lo haga encuentre materias vivas para alimentar fértiles pilas de compost que nos permitan construir colectivamente horizontes mejores para toda clase de bichos. 


Pavlo Verde Ortega

Compostando compañías: homenaje a Donna Haraway


Bibliografía

Para adentrarse en las contribuciones de Haraway al campo de la insterseccionalidad recomiendo su volumen Ciencia, cyborgs y mujeres y en especial dos de sus textos: «Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX» y «"Género" para un diccionario marxista: la política sexual de una palabra». En cuanto a los conocimientos situados, la referencia ineludible es, cómo no, «Conocimientos situados», del mismo volumen, así como su ensayo  «Las promesas de los monstruos». La obra que mejor encarna las incursiones de Haraway en los estudios culturales de la primatología es Primate visions: gender, race and nature in the world of modern science, mientras que su giro compostista y multiespecie lo representan el Manifiesto de las especies de compañía, When species meet y Seguir con el problema (de ahí proviene la única cita literal de la columna). Huelga decir que esta compartimentación temática es imperfecta, pues cualquiera de los textos mencionados remite simultáneamente a múltiples de los puntos que aquí se esbozan. Huelga aún más decir que no he leído todos estos libros y artículos. 

        Ahora bien, para leer a Donna Haraway lo más recomendable es no leer solo a Donna Haraway. Aparte de las autoras ya mencionadas arriba, la obra de Haraway no puede separarse de las de otras como Cherríe Moraga, Audre Lorde, Teresa de Lauretis, Isabelle Stengers, Viciane Despret o Lynn Margulis, por mencionar solo a algunas. Pero lo más recomendable con relación a Haraway es apreciar la vida más que humana a nuestro alrededor. Si tantas lecturas y nombres abruman, recomiendo en su lugar querer y dejarse querer por un perro. Con eso Haraway se dará por satisfecha. 


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2024). Compostando compañías: homenaje a Donna Haraway. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CM37). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.


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2 comentarios:

  1. No conozco la obra de Haraway. Gracias por hablarnos de ella. El título "Ciencia, cyborgs y mujeres" me ha traído a colación la canción "Sy Borg" que Frank Zappa escribió en 1979: https://youtu.be/-u-0e4Gn2BU?si=FZc1eoRoIF8Tq8bk

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