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Neuma: espíritu, soplo, aliento… eso significa en griego pneûma, aunque en la lengua vernácula se escriba πνεῦμα. De ahí derivan neumático, neumonía, neumólogo, neumología… Lo que pocas personas saben, salvo aquellas que hayan estudiado música a fondo, es que neuma era un signo que se empleaba para escribir la música antes del sistema de notación actual. También era un grupo de notas con el que solían terminar las composiciones de canto llano. Hay también otra acepción de neuma: la expresión del pensamiento hecha por mímica o por medio de una interjección o voz de sentido imperfecto, es decir, cuando se mueve, por ejemplo, la cabeza para significar algo sin mediar palabra.


Liber antiphonarium de toto anni circulo a festivitate sancti Aciscli usque in finem, Catedral de León.

Pero lo que realmente me trajo neuma a la cabeza no fue la música, sino la acepción literal que lo vincula a la respiración: el soplo, el aliento. Estamos vivos porque respiramos. Algo que hacemos todos los días desde que nacemos; el aire nos invade los pulmones con el primer llanto y desde ahí el oxígeno pasa a la sangre que nos baña todo el cuerpo para que funcionemos, para que funcionemos bien, en definitiva, para que vivamos hasta dar ese último aliento: el neuma postrero. Así que el llanto es también necesario e inherente a la vida… Con llanto emocionado y feliz  de nuestros padres llegamos, y con el llanto triste de otros nos marchamos.

La purita verdad, como dicen los mexicanos, es que si hoy escribo de neuma es porque esta mañana fui al hospital a la consulta de neumología. Allí me atendió una neumóloga, la que me tocó en suerte. No la conocía de nada. Se presentó. Solo me quedé con el apellido, Hernández. El asunto es que me atendió tan bien, que se lo dije, que hacía muchos años que no me trataban con ese detenimiento en un hospital. Y no lo dije porque me hubieran tratado mal anteriormente. Simplemente, me sentí escuchado y ella intentó poner remedio a las razones que me habían llevado a su consulta. Salí de allí satisfecho e indagué con el teléfono móvil para averiguar su nombre y escribir un agradecimiento en la aplicación del hospital. Descubrí que su nombre era Anna Rebeca Hernández González, que era venezolana y que si ahora escribo sobre ella es porque el agradecimiento en una aplicación de móvil me sabía a poco. Si te tratan bien, hay que reconocerlo y agradecerlo. Así que gracias, doctora Hernández.

Así comenzó el día por la mañana temprano. No sabía que la medicina y la vida, en todas sus dimensiones, iban a estar muy presentes. Por la tarde, a las 17:17 h, recibí un mensaje de otra médica, en este caso amiga. Para mí, Nuria; para sus pacientes, la doctora Herrán. Nuria Díez Herrán es sobrina del editor Jesús Herrán, a quien conocí por José Antonio Abella, escritor y también médico. Un día, hace tiempo, Abella me dijo que Nuria escribía muy bien. Yo mismo pude comprobarlo por un texto que ella había escrito para el cumpleaños de Emilio Pascual, editor, escritor… y sabio. Sin embargo, Nuria, la doctora Díez Herrán, se empeña en decir —quizás haciendo honor a la cabezonería de los Herrán— que no escribe bien, que sus textos son horribles. Tomé cartas en el asunto: «Insisto. Eres muy buena escribiendo y, aun a riesgo de resultarte cansino, te pido que algún día escribas un libro o muchos; si no, te amenazo con escribir uno sobre ti… Yo que tú, me pondría a escribir pero que ya. La amenaza es seria y firme». Hete aquí un atisbo de esa amenaza, la patita que asoma por debajo de la puerta. La doctora Díez Herrán anda por Cantabria; si la ven, háganle saber que uno no se anda con chiquitas: o escribe o alguien desde Madrid escribirá sobre ella.

Más tarde, volví a tener otra experiencia médica. En este caso con un oftalmólogo de quien he sabido por otra médica, especialista en medicina gráfica: Mónica Lalanda. Me topé por casualidad con uno de los vídeos del doctor José Carlos Pastor en redes sociales. Para quienes no lo conozcan, el doctor Pastor es médico, catedrático e investigador. Está en fase terminal de un cáncer prostático que lo tiene postrado sin poder moverse. Sin embargo, su actitud y entusiasmo —también el buen humor e ingenio— frente a la adversidad son, verdaderamente, ejemplares, como también fue ejemplar la actitud de José Antonio Abella hasta que dio el «postrero neuma» hace menos de dos meses. El caso es que cuando lo vi por internet, me dije: «Con este tengo que conversar yo en persona como sea». Así que le pregunté a Mónica Lalanda si tenía trato con el doctor Pastor. Me dijo que había sido alumna suya en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid y que sí, que se escribía con él. Mónica se puso en contacto con él, me proporcionó su número de teléfono, lo llamé, hablamos y, dicho y hecho, concertamos una cita para conocernos en persona y conversar al día siguiente.


Hay personas con quienes verdaderamente merece la pena mantener una conversación. Y yo tenía curiosidad por saber lo que piensa un oftalmólogo consciente de que su vida se agota, de que el último neuma está a la vuelta de la esquina. ¿Para qué? Para abrir los ojos, para compartir, para aprender, quizás, a ver el mundo.

P. S.: "¡Ay, Nuria, la discreta Nuria, la inigualable Nuria! Impúlsala, empújala. Claro que, si ello le ha de quitar tiempo a sus actividades hospitalarias, estoy por parodiar al Licenciado Márquez Torres y decir: «Si no escribir la ha de obligar a seguir curando, no escriba nunca para que nos haga a todos sanos»" - Emilio Pascual dixit.

Michael Thallium

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Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Ver el mundo. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV75). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/08/ver-el-mundo.html

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