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Píldoras de filosofía del lenguaje para tiempos turbulentos

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Píldoras de filosofía del lenguaje para tiempos turbulentos

Estamos acostumbrados a pensar acerca del lenguaje como un medio transparente que nos permite representar las cosas tal cual son, que nuestros lenguajes nos dotan de un vocabulario a través del cual formulamos descripciones correctas del mundo. Cuando contrastamos estas descripciones con el mundo pueden suceder dos cosas: que se adecúen a aquello que buscan describir o que no lo hagan. Conocer, por tanto, es encontrar descripciones de las cosas que se adecúen a la realidad, encontrar un lenguaje que nos permita representar las cosas tal como son.

Pero ha habido muchos pensadores que han argumentado que no tiene demasiado sentido hablar del lenguaje como algo que representa «las cosas tal como son»: las cosas, en sí mismas, no son de ninguna manera, o más bien, los seres humanos no podemos acceder a ellas de este modo. En términos de Richard Rorty (2022), «no podemos ponernos detrás de nuestro lenguaje» para confrontar nuestras descripciones de las cosas con las cosas mismas. Antes bien, solo podemos acceder a ellas a través de nuestro lenguaje mismo, bajo una de las muchas posibles descripciones de ellas. Así, la idea de que podemos llegar a conocer las cosas mismas, tal y como son, y medir por tanto su ajuste con nuestras descripciones, es un absurdo.

Aquí cabe matizar que no se trata de sugerir que no podemos en ningún caso hablar de adecuación. Es evidente que la mayor parte de las afirmaciones pueden adecuarse a los hechos: si digo que llueve cuando el cielo está totalmente despejado, es evidente que mis palabras no se adecúan con los hechos. Lo que interesa a estos autores es más bien prestar atención a los vocabularios en que se formulan las descripciones complejas del mundo. ¿Puede el mundo preferir ser descrito en el lenguaje de la física newtoniana por encima del de la ética, por ejemplo? Rorty sospecha que no, en la medida en que son lenguajes incomparables: uno sirve para examinar y dirigir nuestras interacciones con los demás, guiarnos hacia sentimientos nobles; el otro, para predecir fenómenos naturales y manipular las cosas.

Lo mismo sucede cuando comparamos el modo en que distintos vocabularios se relacionan con un mismo objeto. Conversando con un amigo con un pronunciado sesgo cientificista me decía: está estudiado que la descripción que Santa Teresa de Jesús ofrece de sus éxtasis místicos es consistente con la sintomatología de un trastorno psiquiátrico. En ese caso, aquellos episodios podrían ser descritos de forma adecuada, fiel incluso, en el vocabulario de la psiquiatría médica. Pero la descripción que ofrece la propia Santa Teresa de los mismos hechos se formulan en el vocabulario de la mística cristiana: no nos habla de alteraciones hormonales o de procesos cognitivos, sino de una conexión profunda con la realidad espiritual de las cosas, un acoger a Dios en una misma. Si uno se toma en serio el planteamiento rortiano, y se esfuerza por dejar de lado la inercia que nos lleva a privilegiar las descripciones científicas, ¿no es cierto que la descripción de Santa Teresa es tan válida como una posible descripción psiquiátrica?

Para Rorty, lo mismo sucedería con todos los ámbitos del conocimiento. También al ámbito penitenciario, por ejemplo, podemos aproximarnos desde vocabularios muy diversos. Nuestro ordenamiento jurídico presenta las prisiones como penas impuestas como consecuencia de un delito y orientadas a la reinserción y a la rehabilitación de los delincuentes; los teóricos foucaultianos nos las describen como dispositivos al servicio de la disciplina y la protección de determinados intereses políticos; Miguel Hernández como «fábricas del llanto» que «se arrastran por la humedad del mundo,/ van por la tenebrosa vía de los juzgados:/ buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,/ lo absorben, se lo tragan». ¿Cómo privilegiar un lenguaje sobre otro? ¿Cómo comparar estos vocabularios entre sí? La cárcel, en sentido estricto, es todas esas cosas y ninguna a la vez. Más bien, nos diría Rorty, no tenemos ninguna manera de deshacernos del lenguaje para contrastar estos distintos vocabularios con «el éxtasis místico en sí» o «la prisión en sí» y de ese modo descubrir qué vocabulario se adecua mejor. En palabras de Rorty (1989), «el mundo no habla. Solo nosotros lo hacemos. El mundo puede, una vez que nos hemos programado a nosotros mismos con un lenguaje, causarnos creencias. Pero no puede proponernos un lenguaje para hablar. Solo otros seres humanos pueden hacer eso» (p. 6).

Esta idea tiene consecuencias para la noción de verdad. Se trata de un argumento en tres pasos: 1) existen distintos vocabularios, entre los que el mundo no puede decidir, y que pueden ser igualmente legítimos; 2) en consecuencia, hay diversas descripciones que pueden ser apropiadas para un objeto, en la medida en que se expresan en vocabularios diferentes; 3) esto nos obliga a abandonar la idea de que llegar a poseer una verdad es el resultado de un proceso de profundización en el mundo, de un descarte de las descripciones menos ajustadas que permite obtener una única descripción adecuada del objeto.

Tomarse en serio la idea de que el mundo no puede decidir entre diversos lenguajes para privilegiar uno sobre el resto, y que, por tanto, no hay una única descripción privilegiada del mundo, nos fuerza a sustituir estas metáforas de la verdad por lo que Rorty (2002) denomina «metáforas de la extensión» o «metáforas de la amplitud». Según estas metáforas, «cuantas más descripciones haya disponibles, y cuanto más integradas se hallen, mejor es nuestro entendimiento del objeto identificado por esas descripciones» (Rorty, 2002, p. 126). La comprensión no consiste ya en la capacidad de descartar todas las descripciones aparentes y ser capaz de identificar la descripción que representa «realmente» el objeto en cuestión. Por el contrario, la comprensión se vincula con la capacidad de hacer proliferar las descripciones, y, en particular, de conectar las viejas descripciones con otras nuevas (Rorty, 2002). Podemos volver sobre nuestro ejemplo para clarificar esta idea. Mientras que ciertas descripciones de las prisiones son incompatibles entre sí, sí podemos establecer algunas conexiones entre estos vocabularios para comprender mejor el fenómeno. Podemos decir, por ejemplo, que las cárceles son medios a través de los cuales pretendemos reorientar a quienes infringen las leyes hacia unos valores y unos estándares de conducta comunes, pero que lo hacen a través de la imposición de un dolor y una sujeción a la disciplina y la violencia que las convierte en «fábricas de llanto», en lugares de un profundísimo desarraigo.

¿Qué actitud debemos tener entonces hacia la verdad? Tendemos a pensar que una actitud virtuosa respecto a la verdad corresponde precisamente a ese empeño del sabio por alcanzar un conocimiento preciso de las cosas, descubrir la naturaleza íntima de los fenómenos como resultado de un arduo proceso de revisión y de crítica, de superación de los propios prejuicios, ideas preconcebidas y equívocos. El conocedor, el sabio, sería en última instancia aquel que alcanza la verdadera naturaleza de las cosas que se encuentra en el núcleo de la realidad; el amor a la verdad sería entonces la pasión que dirige ese esfuerzo. Pero si nos deshacemos de esa metáfora de profundidad, ese impulso carece ya de sentido. ¿Quiere decir esto que debemos abandonar la pretensión de conocer, desentendernos de un sentimiento tan noble como el amor a la verdad?

En absoluto. Rorty (2002) dirá por el contrario que es preciso tan solo ajustar lo que entendemos por «amor a la verdad» a esta nueva forma de comprender el lenguaje y nuestra relación con el mundo. Si de lo que se trata es de conseguir establecer nuevas conexiones entre una gran diversidad de descripciones, formuladas en vocabularios muy diferentes, entonces el amor a la verdad tendrá más que ver con el encuentro entre voces distintas. Así, «el amor a la verdad debería verse (…) como amor a la conversación, a comparar las propias opiniones políticas, las teorías científicas o las obras de arte favoritas de uno con las de los demás, y a desembrollar los desacuerdos» (Rorty, 2002, p. 102). Se trata, en sus palabras, de «interpretar el amor a la verdad como una actitud hacia el resto de seres humanos y no como una actitud hacia algo no humano» (Rorty, 2002, p. 115).

En un clima político caracterizado precisamente por la ausencia de toda capacidad de conversar, esta visión puede dotarnos de herramientas para movilizar ciertos afectos positivos. Si no existe una única descripción adecuada de los hechos, sino más bien una pluralidad de posibles vocabularios con los que representarla, podemos replantear nuestra relación con las perspectivas de otros. El ideal político no será ya una competencia entre distintos léxicos, la búsqueda de imponer una única forma de representar la realidad que se presupone la única correcta, sino más bien la búsqueda de un pluralismo sano y la capacidad de enriquecer nuestras perspectivas a través de las propuestas de los demás. Podemos decir, de hecho, que mayor obstáculo que suponen fenómenos como la posverdad o la polarización es la dificultad que impone a la hora de establecer una deliberación, una conversación común. Pero la aceptación de la posibilidad de perspectivas plurales no tiene por qué llevarnos, por fuerza, hasta allí. Por el contrario, podemos leer estas propuestas desde la posibilidad de converger con los demás de forma tolerante, de respetar la pluralidad de perspectivas y trabajar en común por enriquecer no solo nuestras descripciones del mundo, sino también en particular nuestras visiones políticas.


Teresa López Franco

Píldoras de filosofía del lenguaje para tiempos turbulentos


Bibliografía:

RORTY, RICHARD. (1989). Contingency, irony, and solidarity. Cambridge: Cambridge University Press.

- RORTY, RICHARD. (2002). Filosofía y futuro. Barcelona: Gedisa.


Cómo citar este artículo: LÓPEZ FRANCO, TERESA (2024). Píldoras de filosofía del lenguaje para tiempos turbulentos. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CL3). ISSN ed. Electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/08/pildoras-de-filosofia-del-lenguaje-para-tiempos-turbulentos.html 

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1 comentario:

  1. Gran artigo! Das mellores explicacións de Rorty, que non sempre poñia as cousas fáciles para facerse entender. Estou de acordo en todo, agás nunha cousa: que é iso de que o mundo non fala? O mundo, sexa o que for, non fai outra cousa que falar todo o tempo e comunicarse connosco. Non digo que non haxa que conversar, pero hai que incluir o mundo nesa conversa, non deixalo de lado como fai Rorty

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