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Μοntando muebles

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Montando muebles

En el Diccionario manual enciclopédico ilustrado de la lengua española e hispano-americana —sí, así de largo es el título—, publicado en 1924 por la editorial de Saturnino Calleja, el de los cuentos, define la palabra ‘mueble’ como: 

«adj. Lo que puede llevarse de una parte a otra. Dícese especialmente de los bienes o hacienda  (u.t.c.s.). // m. Cada uno de los enseres, objetos o alhajas que sirven para la comodidad  o adorno de las casas.»

Calleja murió en 1915, así que no pudo haber editado el Diccionario, pero da igual, porque hizo tantas cosas —además de los cuentos— mientras vivió, que su capacidad ha quedado más que acreditada en los anales de la edición y la pedagogía.



Volviendo al mueble, a eso que se mueve, los romanos tenían el refrán res mobilis, res vilis, que viene a ser algo así como «cosa movible, cosa inservible». Las leyes romanas dividían los bienes entre mobiliarios e inmobiliarios, es decir, los bienes que se mueven y los que no. Los bienes que no podían moverse tenían más valor. De ahí que, desde el punto de vista del patrimonio personal, prefiramos tener inmuebles a muebles, aunque los primeros sin los segundos resultan un tanto sosos.

Valga esta introducción para decir que me pasé hoy la tarde montando muebles. Dicho así, pareciera que he montado muchos. No. Solo dos. Algo ridículo: una pequeña y humilde librería para dar cobijo a los libros —desde luego si hay algo movible, o sea, mueble, es un libro— que atesoro y que ya no caben en los anaqueles, y una mesa de trabajo. Algo sencillo. Sobre todo si lo compras en Ikea —y no es por hacerle publicidad a la empresa que el sueco Ingvar Kamprad fundó en 1943—, te lo traen a casa y luego tú te pones a revivir los momentos de la infancia con el Meccano monta que te monta: tuerca aquí, tornillo allá, móntatelo, móntatelo. Hoy casi nadie se acuerda del Meccano, y menos aún son quienes lo conocen. El Meccano lo inventó Frank Hornby allá por 1901 en Liverpool. El juguete se hizo muy popular en España durante la década de los años 70, luego desapareció y… ¡si te he visto, no me acuerdo! Menos mal que años más tarde llegó Ikea y a todos los que no tenemos una economía boyante —la mayoría de personas— nos dio por montar muebles. ¡A fuerza ahorcan! Vamos, que si tienes pasta —y no de la italiana— vas tú a pasarte las horas muertas montando muebles. ¡Tararí que te vi! Pagas y te lo haces a medida con un ebanista que tiene hasta más empaque que un humilde carpintero.

Es verdad que luego da satisfacción ver el mueble montado por uno mismo, esa satisfacción similar a la de la infancia cuando uno gritaba tras la proeza lograda: ¡Mira, mamá! ¡Mira, papá! De mayores, ya no gritamos ¡mira, mamá! o ¡mira, papa! Como mucho, si uno está casado o vive emparejado dirá: ¡mira, cari! ¿Qué te parece cómo ha quedado? Quienes vivimos solos, solitos nos lo guisamos. Lo cual no deja de ser una ventaja, porque seguramente que muchas parejas y matrimonios se hayan roto tras el montaje de un mueble. Una tarea que es en principio ‘edificante’, puede convertirse en un suplicio o una guerra abierta: Que si eres un inútil, pero que si no ves que ahí no va el tornillo, que si tan listo eres hazlo tú, que te vayas de aquí que me estás poniendo nervioso, pero que qué poca maña que tienes… Y todo eso rociado con el abundante arsenal de insultos en español que van del inocente cagüenla pasando por el frecuente gilipollas hasta el imperativo vete a tomar por el culo, además dicho así, con el artículo determinado ‘el’, que parece que le da más fuerza. No, no es lo mismo vete a tomar por culo que vete a tomar por el culo. Ese ‘el’ le confiere una contundencia y una saña innegables. 

Quizás no tarden mucho el Ministerio de Sanidad o el Ministerio de Igualdad en regular el montaje de bienes movibles para evitar enfermedades mentales o el maltrato verbal y físico de quienes montan muebles a falta de economía boyante que les permita pagar a otros para que se los hagan y se los monten. Quedará prohibido decir tacos, que no utilizarlos cuando lo requiera el ensamblaje de las piezas del mueble en cuestión. Estaremos más regulados por el bien común y habrá que tener un certificado que avale que uno es apto para montar muebles sin hacer daño a terceros. Para cuando eso pase, quizás Ikea sea historia como en su día lo fueron el Meccano de Frank Hornby y los cuentos de Calleja.

Cosa movible, cosa inservible. Si nos dejan o los dineros no llegan, aquí seguiremos, montando muebles.

 

Michael Thallium

Montando muebles


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Montando muebles. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV73). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/08/ntando-muebles.html

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2 comentarios:

  1. Tanro anhelar bienes inmuebles cuando luego nosotros mismos no somos otra cosa que muebles de Ikea en busca de alguien que nos monte como es debido

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