Fuisteis testigos
Han pasado once años desde que ocurrió. A todos nos pilló por sorpresa, aunque no fue una sorpresa inesperada. Era una posibilidad a poco que uno hiciese cábalas. Aquel día las bolsas de todo el planeta se desplomaron. A veces las bolsas se desploman al capricho de intereses que uno no comprende. Para quienes lo padecieron en primera persona fue algo atroz. Sin embargo, aquel día todos comprendimos por qué las bolsas se desplomaron. En realidad, todos lo padecimos en primera persona, aunque solo para aquellos que estuvieron en la zona cero fue algo verdaderamente atroz. Devastación fulminante. No fue como hace treintaicinco años cuando se pinchó la burbuja tecnológica, a finales del siglo XX.
Era imposible que Irán tuviese una bomba nuclear. Al
menos eso decían todos los expertos por aquel entonces. Después de aquello, el
concepto de «experto» ha cambiado radicalmente. Nadie quiere que lo tilden de
experto. La noche del 9 de agosto de 2024 dos bombas nucleares cayeron sobre
Israel. Arrasaron casi todo el territorio, incluidos los territorios
palestinos. Los palestinos fueron un daño colateral para las cabezas pensantes
del régimen iraní. En cuanto se supo la noticia, millones de musulmanes salieron
a las calles para celebrar con júbilo la derrota del enemigo judío y del
imperio estadounidense. Sin embargo, hubo respuesta. Dos días más tarde, el 11
de agosto de 2024, un artefacto de una potencia nuclear inimaginable para los
mortales que la padecieron cayó sobre Teherán. Más de cinco millones de
personas perecieron al instante. El mundo entero se echó las manos a la cabeza.
Había que detener esa locura. Las semanas previas a la Gran Catástrofe, buena
parte de la atención estaba puesta en un país latinoamericano que no llegaba a
los treinta millones de habitantes. Venezuela acababa de celebrar unas
elecciones que han quedado como el paradigma del fraude electoral del siglo
XXI. Nicolás Maduro, un dictador sucedáneo, se aferraba al poder y al control
de los recursos naturales del país. No hace falta que explicite cómo terminó.
El tiempo pone a todo el mundo en su sitio, también a quienes lo apoyaron.
Recuerdo la cara que se le quedó a uno de sus valedores europeos, José Luis
Rodríguez Zapatero, un político español que mantuvo el silencio hasta que la
situación fue absolutamente insostenible. Ya han pasado once años de todo
aquello. Y son pocos quienes lo recuerdan. La fama es efímera para la mayoría
de seres humanos. Rodríguez Zapatero murió en el olvido hace cuatro años. El
planeta tenía cosas mucho más importantes de las que ocuparse. Venezuela
renació y ha sido uno de los países que más ha contribuido a la mejora del
mundo en estos últimos diez años. También otros muchos líderes, que en aquellos
días eran mundialmente conocidos, cayeron en el olvido, incluso hasta Kamala
Harris, la primera mujer presidente de los EE.UU. Hoy ya casi nadie se acuerda
ni de Putin ni de Biden ni de Trump ni de Netanyahu ni de Jinping. Todos
muertos... y olvidados.
Cuando aquello ocurrió y las bolsas se desplomaron, yo
tenía cincuentaidós años. Fue la primera vez que verdaderamente utilicé mis
conocimientos para medrar y vivir bien. Sabía que siempre que había habido una
devastación —las dos guerras mundiales y otras tantas guerras del siglo XX y
XXI—, las gentes humildes —la mayoría de los habitantes del planeta Tierra—
eran las que más lo padecían; pero igualmente sabía que solo unos pocos
privilegiados aprovechaban las grandes catástrofes para hacer dinero y construir.
Yo tenía claro que esta vez quería estar entre los privilegiados. Lo dejé todo
y me marché a construir para ser una de esas pocas personas que hacen de la
necesidad virtud. Aborrezco la fama. Mantengo el anonimato. Vivo bien. Muy
bien. La mayoría de la población mundial, mermada desde aquel atroz 11 de
agosto, vive míseramente, más míseramente que antes de la Gran Catástrofe. He
procurado ayudar a quienes he podido, pero he comprobado una y otra vez que
solo se puede ayudar a quien quiere ser ayudado. Sigue habiendo ideologías y
religiones. Sigue habiendo personas que las utilizan para controlar a las
masas. Y las masas se dejan controlar en pos de un bienestar precario, aunque
suficiente para mantener la esperanza. Las cosas verdaderamente importantes
siguen siendo las mismas que hace cuarenta siglos, las mismas que hace once
años. Solo ha cambiado la perspectiva. La mayoría de seres humanos ignoran que
con la perspectiva cambia también todo lo que nos circunda.
He sido testigo privilegiado de estos últimos once años. Vosotros fuisteis testigos de vuestro tiempo y no
hicisteis nada para evitarlo, no hicisteis nada para que por fin, por primera
vez en mi vida, yo fuese plenamente feliz. No os quejéis. Tampoco os culpo. No
teníais, no teníamos, perspectiva. Recibid esta confesión sincera que os hace
un hombre, en ningún modo experto, hoy jueves, 9 de agosto de 2035. De ella
también fuisteis testigos.
Michael Thallium
Fuisteis testigos
Cómo citar este artículo: THALLIUM,
MICHAEL. (2024). Fuisteis
testigos. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV72). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/08/fuisteis-testigos.html
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