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Breve historia del derecho de conquista


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Breve historia del derecho de conquista

 El conflicto es algo inherente al ser humano, que ha terminado manifestándose de forma sumamente compleja en forma de la guerra moderna. Una mezcla de intereses, ambiciones y voluntad de poder han sido el cóctel que ha motivado a la humanidad a lo largo de los siglos a luchar, matar, destruir y conquistar por prácticamente cualquier motivo; el poder, los recursos, la tierra, la religión, la ideología, etc. Del mismo modo que por los motivos más peregrinos hemos tenido conflictos con los demás, así también se ha ido a la guerra.

La guerra es tan antigua como la propia humanidad, los métodos y los motivos han cambiado pero el conflicto siempre ha existido. Antes siquiera de ser Homo Sapiens, la lucha entre tribus era un fenómeno existente aunque raro. No es hasta el sedentarismo que el conflicto por el control de los recursos empieza a ocurrir de forma más o menos recurrente. De esta base parte la guerra hasta mediados del siglo XX, y con ella una idea implícita: el derecho de conquista. Pero ¿en qué consiste este concepto?

Por el derecho de conquista, se otorga la propiedad de un territorio al conquistador que lo ha tomado por la fuerza de las armas, quedando abolido el statu quo anterior. Es decir, la propiedad del territorio no se determina por ley o por quien hubiera estado antes, sino por el control militar efectivo del mismo. Si un jefe tribal, un rey o un estado es incapaz de defender su territorio, este pasa a formar parte del botín del conquistador sin importar el estatus de iure de dicho terreno. De este modo, la prosperidad y la paz de una nación serían imposibles sin un poderoso ejército capaz de defenderla de las amenazas exteriores (o interiores), como lo refleja la sentencia latina «si vis pacem, para bellum» (si quieres la paz, prepárate para la guerra). El derecho de conquista suele venir acompañado de otra celebérrima sentencia latina: «vae victis» (¡Ay de los vencidos!) que expresa la indefensión de los vencidos sometidos a la voluntad del conquistador.

 Este principio implícito ha sido practicado por toda la humanidad sin importar el lugar ni la época: Las anexiones del imperio romano, las conquistas a lomo de caballo de las tropas mongolas y árabes, la colonización del continente americano, la expansión de los imperios chino y ruso, el reparto del continente africano en el siglo XIX, y así un largo e innumerable etc. El derecho de conquista era un principio asumido por todo el mundo y era la norma hasta el final de la primera guerra mundial. La cantidad de muertos y de destrucción desatada por dicha guerra fue tal, que muchos se empezaron a plantear la necesidad de resolver los conflictos de forma pacífica en el futuro. No en vano, los más idealistas declaran que dicha guerra era «la guerra que pondría fin a las guerras». La Sociedad de Naciones se creó para este fin, pero su inoperabilidad quedó patente con la Segunda Guerra Mundial. Tras el fin de la misma, el derecho de conquista fue tipificado como un crimen tras los juicios de Nuremberg en la forma de «crimen contra la paz».

 De ese modo, una guerra de agresión (antaño justificado por el derecho de conquista) sería un crimen por su mera naturaleza, siempre y cuando no hubiese una justificación o se invocase el principio de legítima defensa. La entidad sucesoria de la Sociedad de Naciones, las Naciones Unidas, fue creada con un propósito aún más firme para el arbitraje pacífico entre los estados, en una era en que la guerra fría amenazaba con la aniquilación de la humanidad por el apocalíptico poder de las bombas nucleares. Desde entonces, las guerras han sido conflictos más o menos regionales o civiles, cuya escalada se ha evitado por todos los medios posibles. El orden en el que vivimos, y que muchos asumen como lo normal, tiene menos de un siglo de antigüedad.

 Desde este nuevo consenso postbélico, la idea de una kantiana paz perpetua ha sido una ilusoria quimera, anhelada por muchos pero constantemente arruinada por la realidad. Y es que de nuevo he de recordar que el conflicto mismo forma parte de la naturaleza humana, independientemente de la era y el lugar. Este mismo motor del conflicto tiene una base animal e instintiva que, si solo ha podido ser superado, es porque la cooperación casi siempre ha sido más ventajosa para el progreso del ser humano. De lo contrario, si la guerra fuese un método óptimo, esta seguiría siendo legitimada como un método viable de expansión más allá de cualquier consideración moral o filosófica.

 Para concluir, quisiera recordar a aquellos pesimistas natos, aquellos admiradores de la copla de Manrique de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», que ese pasado que gustan de admirar e incluso añorar es necesariamente peor que nuestro presente y futuro. No solo se vivía menos y peor, sino que también se vivía sometido al capricho del tirano y a la ley de la espada, sostenidos por el derecho de conquista como base de la expansión militar. Y aunque las guerras y conflictos continúen (porque hemos de asumir que van a continuar) solo podemos desear que seamos lo suficientemente racionales como para saber cuando parar los conflictos e iniciar los diálogos. Tenemos mucho más que ganar cooperando que guerreando.

 

Sergio Cánovas

Breve historia del derecho de conquista


Cómo citar este artículo: CÁNOVAS, SERGIO. (2024). Breve historia del derecho de conquista. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM47). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. www.numinisrevista.com/2024/08/breve-historia-del-derecho-de-conquista.html

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