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Tecnofobia para niños S1E1: Phineas y Ferb y la fantasía de un jardín imperial

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Tecnofobia para niños S1E1
Phineas y Ferb y la fantasía de un jardín imperial

Escribo estas primeras líneas en el comienzo del verano de 2024, con cierto vértigo por tener que organizar una estación que se me presenta vacía. Más o menos cien días hay de vacaciones y llegan las clases de nuevo, y uno se pregunta, «ay, ¿qué tendría que hacer para pasarlo de miedo?». Mis referentes en organización de planes veraniegos son dos críos –hoy adultos, quizás– que me acompañaron en aquellos primeros desayunos estivales en casa de mi abuela: Phineas y Ferb. Para quienes no los hayáis conocido, son dos hermanos que, en cada día del verano, fabrican complejos artefactos para hacer puentes, luchar contra momias, escalar la torre Eiffel, descubrir algo que nunca existió o bañar a un mono con gel. Sin embargo, todo aquello se idea en instantes, se construye sin salir –en la mayoría de los casos– del patio trasero y se desecha sin dejar rastro alguno. De hecho, salvo algunas escenas secundarias, sólo vemos el resultado de este artefacto técnico, móvil y activo, olvidando todo lo que sucede más allá de aquel jardín –un jardín que, todo sea dicho, se mantiene cuidado con mimo gracias a cortacéspedes y jardineros que tampoco vemos–. De alguna forma, pareciera que aquello que está más allá del objeto final, de aquello que encontramos a mitad de cada capítulo en su jardín (o incluso aquello que da lugar a aquel jardín amaestrado), sencillamente no existe. Quizás pensaréis que el calor veraniego me está afectando y os preguntéis qué es aquello que está «más allá del objeto técnico». Veamos.

Aunque os pueda sonar ridículo pensar en la materialidad de un dibujo animado, os invito a preguntaros por qué razones no serían posible las construcciones de Phineas y Ferb. Aquí os dejo algunas que se me han venido a la cabeza: no tienen financiación para el material ni conocimientos técnicos avanzados para desarrollarlo, el vecindario no está preparado para aguantar ese consumo de energía e incluso puede que carezcan de los permisos necesarios para comenzarlo a construir antes de que llegue la policía. Ahora bien, supongamos que todo esto está solucionado, ahora deberemos estudiar sobre qué se sostiene toda esta cadena de suministros, conocimientos y permisos. De aquí surgirían nuevos interrogantes: ¿los materiales necesarios para la fabricación provienen de un modelo extractivista? ¿acaso la fabricación de las partes no es realizada por trabajadores explotados en territorios explotados? ¿cuáles son las emisiones fósiles totales de la fabricación, transporte y desecho de estos productos? ¿dónde terminan los restos una vez son usados? Y quizás con la edad surgiría un par de nuevas preguntas, ¿qué tipo de relación tenían ambos con el concejal de urbanismo para que le permitiera tales construcciones?, o, ¿pueden el resto de vecinos disfrutar del verano con los ruidos y, probablemente, los cortes de luz que provoquen sus artefactos?

La respuesta a estas preguntas es aquello que está detrás del objeto técnico, que podremos llamar «complejo técnico» y que, presumiblemente, es el mismo para la mayoría, sino todas, las construcciones de Phineas y Ferb. Este complejo técnico incluye un ordenamiento entre regiones determinadas, el empleo de unos recursos y materias primas sobre otros, unos medios específicos de utilización y generación de energía, unos tipos particulares de trabajadores… (Mumford, 2020) Dado que todo objeto técnico, toda construcción de jardín, tiene detrás este complejo sistema de recursos, brazos e imaginarios, resultaría ingenuo –si no cínico– no preguntarnos qué hay más allá de aquello que empleamos en el plácido jardín de nuestra casa. Soy consciente de que parece una perogrullada: obviamente, de algún lado habrán venido estos artefactos. No obstante, lejos de ser algo trivial, esta reflexión nos ayuda a comprender el fundamento de nuestra relación con los objetos técnicos y ampliar aquello que entendemos por tecnologías.

Ante un ojo atento, no hay una distinción radical entre la forma en la que observamos las construcciones de Phineas y Ferb y los productos de supermercados, concesionarios, museos, gasolineras, restaurantes o paquetes de Amazon. En todos los casos y en distintos grados, consumimos el producto final y nos desentendemos de aquello que hay detrás de ese producto. Especifico en distintos grados porque hay un mayor o menor desconocimiento del proceso de valor si eres el trabajador de la fábrica, la gestora de la empresa, el camionero, el cajero, la madre que lo compra o el fife que se encuentra el plato o el móvil encima de la mesa. Sin embargo, pese a colaborar de alguna forma en alguna de las partes de la cadena de suministro desde el suelo a la mesa, guardaríamos esa relación con productos muy concretos en fases muy concretas de estos, mientras que la experiencia generalizada del consumidor –aquel que consume tal o cual producto– es el de desvinculación con la cadena de valor de aquello que consume. Esta despreocupación o desconocimiento por la forma de aproximarnos a aquello que consumimos no ha sido siempre así, sino que responde a un momento histórico al que autores como Ulrich Brand y Markus Wissen (2021) han llamado «modo de vida imperial». Precisamente, la característica principal de este modo de vida es que «oculta sistemáticamente las condiciones de producción –de la extracción de recursos naturales a las condiciones laborales de los trabajadores– que le permiten externalizar los impactos negativos de las operaciones del capital a regiones periféricas del mundo» (Brand y Wissen, 2021: 9). ¡Ay! ¿Cómo sería la serie si nos mostrasen los procesos de producción que llevan a semejantes megamáquinas? ¿Acaso no pasaría de ser de una ficción tecnófila a un documental woke?

Si entendemos que los modos de vida y las tecnologías que se emplean en estos están estrechamente imbricadas y dado que gran parte de aquello que consumimos no deja de ser una retahíla de objetos tecnológicos (desde los móviles a los alimentos), podemos hablar, junto al modo de vida imperial, de las «tecnologías imperiales» (Almazán, 2023). Estas tecnologías estarían caracterizadas por grandes consumos energéticos –sólo posibles debido a un uso exponencial de combustibles fósiles–, el empleo de materiales provenientes y desechados en el Sur Global, un diseño y fabricación monopolizado por un pequeño grupo de compañías y, en general, una fractura metabólica con los equilibrios sociales y ecológicos del planeta (es decir, el abandono de procesos económicos circulares para abrazar los procesos lineales asociados a la idea del progreso). Pensemos algunas fabricaciones de Phineas y Ferb: un gran estadio para una guerra de pulgares, un cohete para hacer una granja lunar o un lanzador de antigravedad. Todas estas tecnologías son, bajo la definición que esbozábamos, tecnologías imperiales y, con ello, participan presumiblemente del complejo tecnológico asociado a aquella fractura con los metabolismos sociales y ecológicos, especialmente de las comunidades y territorios del Sur Global. ¡Ay! ¡Phineas, si te vieran tus padres! Los niños nos juzgarán, como reza aquel lema ecologista, pero, ¿quién juzga a estos niños?

Si la cuestión fuera tan sencilla como rechazar en su totalidad las tecnologías imperiales, la serie de capítulos podría terminarse aquí. Sin embargo, no parece que sea ni una estrategia política adecuada ni un futuro utópico en casi ningún sentido, ¿podríamos criticar de la misma forma al armamento nuclear y a la medicina nuclear? Aunque ambas provengan del mismo modelo, ¿no cabe acaso hacer alguna diferencia? En los próximos capítulos de esta serie, trataré de habitar la complejidad de las tecnologías, las matizaciones necesarias dentro de «lo imperial» y las lecturas con brocha fina que cabe hacer de la no neutralidad de la tecnología, de forma que, si no acabamos siendo tecnófobos, al menos sí tecnolofilófobos.


 
Bibliografía

-      ALMAZÁN, ADRIÁN. (2023). Técnicas humildes para el Siglo de la Gran Prueba. En Albeida, José; Arribas, Fernando y Madorrán, Carmen. (2023). Humanidades Ecológicas: Hacia un humanismo biosférico (275 - 291). Tirant Ediciones. 

-      BRAND, ULRICH Y WISSEN, MARKUS. (2021). Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo. Tinta Limón Ediciones.

-      MUMFORD, LEWIS. (2020). Técnica y civilización. Pepitas de Calabaza.


Como citar este artículo: GARCÍA, MANUEL. (2024). Tecnofobia para niños S1E1. Phineas y Ferb y la fantasía de un jardín imperialNuminis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CL1). https://www.numinisrevista.com/2024/07/tecnofobia-para-ninos-s1e1-phineas-y-ferb-y-la-fantasia-de-un-jardin-imperial.html

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