La humanocracia y la guerrarquía
«La democracia es la esperanza
del incauto y la estrategia del ladrón.»
Nicolás Gómez Davila
Hace diecinueve años, allá por 2005, escribí un artículo que titulé La humanocracia. Pensé entonces que realmente me había inventado la palabra, que había sido fruto de las reflexiones que había ido anotando en un cuadernillo del que solía acompañarme en mis viajes. Ya entonces apunté que el recuerdo de aquellas reflexiones escritas a ratos perdidos en cafeterías, bares, coches de tren, estaciones y aeropuertos se correspondía vagamente con lo que verdaderamente había anotado. Era como si el recuerdo hubiese contenido mejor todas las ideas y su perfecta formulación. Nada más lejos de la realidad, que es tozuda y le pone a uno en su sitio: en el tintero se quedaron más ideas que las que recogió el papel.
En 2005, Humanocracia ya
llevaba casi medio siglo publicado. Ese era el título de un libro de un tal
José Giácoma, publicado en Buenos Aires, en 1956. Eso no lo supe hasta años más
tarde —los buscadores de internet no eran tan eficientes como lo son ahora—, y
aún transcurrieron unos cuantos más hasta que me hice con un ejemplar. José
Giácoma fue un italiano muy viajero: Francia, Alemania, Siberia, Afganistán,
China, África, Argentina... En resumidas cuentas, la palabra ya se la había
inventado alguien antes que yo. Muchos años después de aquel artículo de 2005,
llegaron también algunos autores estadounidenses que la emplearon en
inglés, humanocracy, y la revistieron de esa aura de mercadeo
típica del mundo de los gurús empresariales en los Estados Unidos, aunque con
un significado distinto al que José Giácoma le dio en su día y al que, por
supuesto, había esbozado yo a la sazón. Para Giácoma va el crédito de haberla
empleado primero. La palabra, sin embargo, sigue siendo tan residual como el
porvenir que probablemente le espere.
Por aquel entonces, año 2005, andaba yo hastiado por los
nacionalismos políticos y religiosos de toda índole —que aún hoy sigo
considerando perniciosos, insanos y limitadores—, impotente al comprender que
era casi inútil ir en contra de la mayoría, lo cual conllevaba ir también en
contra de los poderosos medios de comunicación. Si hastiado estaba entonces,
¿cómo puede estar uno actualmente en España, país en el que vivo, donde la
cantilena nacionalista está a la orden del día? Casi veinte años más tarde, sigo
pensando que las razones que un individuo pueda presentar para convencer a esa
mayoría son estériles. Tanto las mayorías como las minorías pueden estar
equivocadas. El desasosiego me surgía —y me sigue surgiendo— cuando el
individuo tiene que enfrentarse a esas mayorías mayoritarias o a esas minorías
minoritarias —en cualquier caso, mayoritarias ambas frente al individuo— y se
ve solo o marginado ante los demás. Aun reconociendo que el camino del
individuo solitario y empecinado en contra de los demás que “se equivocan”
puede ser un argumento para las dictaduras —igual de perniciosas que los
nacionalismos—, lo cierto es que ya entonces consideraba que la democracia era
un sistema abocado al cambio.
Propuse en su día que ese cambio de régimen podría ser la
humanocracia, basada en la libertad humana, no solo en la libertad política. Me
refería a un liberalismo que se limitase el poder a sí mismo y que actuase en
los asuntos rigurosamente políticos, que respetara a las minorías (que pueden
aspirar a convertirse en mayorías), que no interviniese en la vida privada de
las personas diciéndoles lo que tienen que pensar, creer o hacer. Frente a
democracia (gobierno del pueblo), proponía el término humanocracia (gobierno
de seres humanos).
Cada pueblo tiene su frontera, su religión o creencias,
su lengua, su cultura, su color de piel… La verdadera convivencia se produce
entre seres humanos. Los nacionalismos políticos son una representación
artificial de una nación. Los nacionalistas que se alzan en defensa de un
pueblo, aun reconociendo la buena voluntad de alguno de ellos, obvian que el
ser humano está por encima de una nacionalidad. La nacionalidad es
circunstancial y advenediza —en muchos casos, bien es cierto, también
condicionante— pero el ser humano es sustancial y debiera tomarse en
consideración por ser simplemente eso: humano.
Históricamente, cada sistema político ha sido la
respuesta práctica a un determinado tipo de organización social con el fin de
favorecer la convivencia entre personas, independientemente de que en muchos
casos esa convivencia se base en la injusticia o el desequilibrio. Dictadura,
monarquía, oligarquía, autarquía, teocracia, aristocracia, oclocracia… todas
ellas son palabras que se refieren a distintos sistemas políticos. ¿Cuál sería
ese nuevo sistema que garantizase los valores y derechos individuales y que
favoreciera la convivencia entre seres humanos? Inventarlo sería un ejercicio
muy interesante y más provechoso aún ponerlo en marcha. Y habría que hacerlo
más allá de esa monserga política que no soporto: la falsaria y partidista
dicotomía entre izquierdas y derechas.
Por lo que concierne a la convivencia entre seres
humanos, prefiero como modelo la utopía a la distopía. Una
reflexión distópica me haría ver todo tan negro que, ante las
democracias basadas en una economía consumista e insolidaria, no se me ocurre
más desenlace que el auge de los nacionalismos y de la guerrarquía, ese estado
latente de guerra continua que la mayoría de seres humanos ven a través del
televisor o del teléfono móvil y que unos pocos millones padecen atenazados en
primera persona, temiendo asomar la cabeza por si alguien les vuela la tapa de
los sesos o les cae una bomba encima.
Lamentablemente, intuyo que dentro de veinte años —si es
que uno sigue vivo para comprobarlo— la humanocracia seguirá sin desarrollarse
eficazmente y la guerrarquía imperará en buena parte del planeta. Y también
seguirá la monserga política de izquierdas y de derechas, de ultraizquierda y
ultraderecha, de bandos irreconciliables. Las gentes serán más instruidas, pero
muchísimo más ignorantes.
La humanocracia es la desesperanza del guerrarquista
y la némesis del ladrón.
Michael Thallium
La humanocracia y la guerrarquía
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). La humanocracia y la
guerrarquía. Numinis Revista
de Filosofía, Época I,
Año 2, (CV70). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/07/la-humanocracia-y-la-guerrarquia.html
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