Educación imaginaria
Nuestra sociedad actual está caracterizada por la interconectividad, esto permite que muchas personas acorten las distancias para poder informarse o estar conectados. Desde el otro lado del mundo las personas se pueden comunicar con una gran facilidad, lo que otrora eran las cartas o los correos, hoy en día son las redes sociales. Las personas hacen amigos, se comprometen, intercambian información, se realizan videollamadas y se hacen transmisiones en vivo, donde académicos pueden exponer sus ideas; pero también se usan las redes como herramienta para captación de menores y trata de personas. Lo malo no está en las redes, por el contrario, es el mal uso que se le da como herramienta.
Por otro lado, la pandemia nos
introdujo de forma exponencial a la utilización de las redes sociales, incluso
se hizo indispensable para comunicarse, pero esta sobreexposición a las
pantallas está generando una serie de conductas en los niños que no era lo
común antes de la pandemia. Si no prestamos atención a esas conductas, en poco
tiempo estaremos observando -por si ya no lo estamos viendo-, conductas
agresivas frente a los profesores, incluso con sus padres. Una conducta
del niño emperador, quien lejos de aceptar alguna negatividad, busca que se
haga su voluntad. Esto, evidentemente constituye un peligro si no se toma la
atención debida. Pero es la sociedad que continúa con ese empuje unilateral
hacia la tecnología, sin medir las consecuencias.
Byung-Chul Han (2017) sostenía
que «toda época tiene sus enfermedades emblemáticas» (p. 13). Pero estas
enfermedades no solo son pandémicas, sino también las enfermedades relacionadas
a la falta de educación. Durante las campañas electorales siempre los
candidatos abanderan la educación como elemento fundamental de su próximo
gobierno, pero cuando ocupan el poder, la educación se queda relegada hasta el
último peldaño. Entonces, ¿la educación importa para el poder de turno o solo
es adorno para llegar hasta ahí? Las respuestas pueden ser diversas en una
sociedad que solo busca amplificar el consumo. En ese sentido, vivimos una
educación imaginaria, que trata de encontrar caminos para la educación de las
nuevas generaciones en medio de la virtualidad, pero muchas veces se ve
imposibilitada frente a la adicción que producen las pantallas.
Nuestros niños y jóvenes
necesitan una educación real, no imaginaria, donde aprendan a convivir con el
otro, aprendan a socializar entre ellos, no ante la adicción a las pantallas
que lo único que busca es la alteración de las emociones y estar conectados más
tiempo que relacionarse entre sus pares. Hoy asistimos a una educación que
denomino imaginaria, porque está orientada a pensar la educación como un
espectro extensivo de las redes de información y no como un medio de
construcción del conocimiento. Es necesario que la educación sea una forma de
práctica de la libertad, tal como lo señaló Paulo Freire. Que el estudiante sea
educado en su contexto y que el docente se involucre en el contexto del
estudiante, una educación real y no basado en la imaginación tecnológica.
Nuestros estudiantes necesitan
estar en contacto con otros estudiantes, que aprendan a dialogar, porque solo a
través del diálogo podrán intercambiar ideas y generar nuevas formas de
socialización. Necesitamos más educación real que aquella que se pueda dar a
través de las pantallas, una educación que trascienda las fronteras de lo
imaginario y ficticio, que solo nos muestra sombras de lo que es.
Vladimir
Sosa Sánchez
Educación
imaginaria
Como citar este artículo: SOSA SANCHEZ, VLADIMIR. (2024). Educación imaginaria. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CD02). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/07/educacion-imaginaria.html
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