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Te pido permiso

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Te pido permiso

Te pido permiso, ahora que aún no te has ido, para decirte adiós, amigo, porque aún te quedan fuerzas para leerme y porque cuando te hayas ido, ya no tendrá la despedida ningún sentido, aunque es probable que acompañe a tu mujer, a tus hijos y a tus nietos ese día de la separación definitiva. No por ti, que ya no lo verás, sino por ellos, para que sientan por enésima vez cuán excepcional has sido. A mí me quedarán tus libros y la inmensa suerte de poder escuchar tu voz. Es poco, lo sé; no tus libros, que los he leído casi todos, sino tu voz. Ojalá hubieran quedado grabadas más horas de conversación. Han sido las que han sido. Suficientes, generosas.

Te conocí en la recta final cuando tú ya estabas de salida, aunque con una vitalidad y energía arrolladoras. Soy un amigo un tanto advenedizo, porque llegué tarde a tu vida o tú a la mía. Y aunque sé que me dijiste que podía considerarte un hermano mayor, y así lo he sentido, he tenido poco tiempo de disfrutarte. Si en el alma se queda un vacío cuando se va un amigo, imagínate qué se me quedará cuando tú te vayas, hermano. Sé que podré recitar con un nudo en la garganta ese endecasílabo de Miguel d'Ors tan hermoso y cierto en tu caso: «Se fue, pero qué forma de quedarse». Permanecerás como el árbol que extiende sus raíces y poco a poco va creciendo.

Fuiste muy generoso conmigo. Sin ti es muy probable que mi novela no se hubiera publicado, porque me presentaste a tus editores, Jesús y Lines, y fueron ellos quienes rescataron la novela de ese lugar en que descansan tantos libros inéditos. ¡Así que muchas gracias, Jose! Pero cuando miro atrás, también tendría que agradecérselo muy sinceramente a Ignacio Sanz, tu amigo y compañero de tantos años, porque fue él quien me habló de ti y me incitó a leerte a ti y a Ramón García Mateos quien, como sabes, publicará el próximo otoño en Valnera una novela espléndida, magnífica, de lo mejor que he leído en muchísimo tiempo, y que inmortalizará Cerralbo, ese diminuto pueblo salmantino rayano con Portugal. Sé que a ti te encantaría. También tendría que agradecérselo a Jesús Martínez «Alcaraván», el librero de Urueña, porque él me recomendó leer y escuchar —porque es un extraordinario narrador oral— a Ignacio Sanz. Ya ves, Jose, lo que son las coincidencias. También por Ignacio supe de otro gran amigo tuyo, Tomás Sánchez Santiago, a quien consideras tu hermano y el mejor escritor de España. No te sonrojes, no. Supongo que ellos, Tomás e Ignacio, sentirán tu marcha con una profunda tristeza, porque son tus amigos de toda la vida, los de verdad, los que han estado a tu lado durante tantísimos años, a las duras y a las maduras. 

Quiero que sepas que Carmen, mi amiga la pintora, te envía un abrazo muy fuerte. Le encantaría despedirse de ti, pero el cardiólogo le ha dicho que reduzca todo aquello que le provoque emociones fuertes. No obstante, me ha repetido que quiere verte y abrazarte en persona. También te manda un fuerte abrazo Mischa, mi amigo el violinista. Siempre me pregunta por ti. Cuando tú te hayas ido, le pediré que toque algo de Bach… será un modo de sentir tu permanencia entre nosotros. Y David Moliner también quisiera verte.

Por ti también he conocido a otras muchas personas, empezando por tus hijos, Héctor y Óscar, dos músicos fantásticos. De María Jesús, tu mujer, no voy a descubrirte nada nuevo. Tú mismo le has dedicado una novela que espero que algún día vea la luz. José Ignacio García, Mónica Lalanda, Mariano Martín, Jesús Carazo... Ciertamente, eres un sujeto afortunado. Yo me siento igualmente afortunado por haber compartido una parte del camino contigo, por muy pequeña que esta haya sido. Cuando pienso en despedirme de ti, me viene a la cabeza La despedida, la sonata para piano que Beethoven le compuso al archiduque Rudolph. No quisiera despedirme de ti, Jose, con tristura; lo hago con emoción, con un profundo agradecimiento, conmovido por tu ejemplo vital. He sido inmensamente afortunado de haber conocido al autor de Yuda, de La sonrisa robada, de El hombre pez, de Trampas de niebla, de Aquel mar que nunca vimos, de El corazón del cíclope… Tus libros no son lo más importante, lo más importante eres tú.

Te pido permiso para despedirme de ti así, con la palabra escrita, que es la única que nos queda cuando nos marchamos. Esa palabra escrita a la que tú has dedicado tantos años y tanto tiempo. Te vas, pero dejas un buen número de amigos y personas que te quieren y te aprecian. Ellos harán por que tus nietos, algún día, cuando sean mayores, descubran realmente quién fue su abuelo. Tus hijos y tu mujer ya lo saben. 

Por lo que a mí respecta, aunque digan que es un suceso muy extraño e improbable y que tú también para estas cosas seas un descreído, tengo la certeza de que en algún momento un vencejo se posará en mi mano para volver a remontar el vuelo, muy alto, muy alto... y cada vez que en el cielo atisbe su vuelo, volverá tu presencia a revolotear a mi lado.



Permíteme, Jose, ponerle música a nuestra despedida. Es la que me llega hondo ahora. Quizás la conozcas, me refiero a la Arietta, el tema principal del segundo movimiento con variaciones de la última sonata para piano, la número 32, que Beethoven compuso hace ya más de doscientos años. Con ella de fondo, recibe mi abrazo emocionado, pero no triste, sino con un profundo agradecimiento por la inmensa suerte de haberte conocido. Te pido permiso para decirte una última vez al oído: «Gracias amigo, adiós hermano».

 

Michael Thallium

Te pido permiso


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Te pido permiso. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV63). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/06/te-pido-permiso.html

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