Soy un estereotipo trans
Hay relaciones que constituyen una evidente diferencia de poder, como la relación médico-paciente. El poder referido en este tipo de relaciones se ancla a la oposición de saberes: el paciente acude a un médico presentándole una serie de signos y síntomas; el médico decodifica lo referido para encontrar un diagnóstico, tratamiento y seguimiento.
Este tipo de modelo es
individual, privado, como un acuerdo mutuo donde el médico comparte su
conocimiento y el paciente entrega a la pericia médica su bienestar. Dentro,
comprendemos que hay un sinfín de pacientes acudiendo con un sinfín de médicos.
En ocasiones se habla sobre el
tipo de pacientes que el médico recibe. Se les clasifica dependiendo de si son
de fácil o difícil manejo, categorizando los «difíciles» a partir de respuestas
y rasgos estereotipados –como pasivo-dependiente, emotivo-seductor, masoquista,
somatizador, exigente-agresivo, incumplidor, por decir algunos–. Pero en el
poco tiempo que llevo estudiando en la facultad de medicina, hay pocos
pacientes de los que he escuchado con mayor queja, dudas y angustia como de la
gente trans.
Hace unos pocos días tuve la oportunidad de participar en un seminario como estudiante de medicina, junto a tres doctores, para hablar sobre la inclusión de la existencia trans en las profesiones de la salud. Fue un foro en línea, disponible a cualquier persona que se registraba. En su mayoría fueron médicos, lo cual fue estresante por sí mismo. Cayeron preguntas abiertas, directas y anónimas.
Yo, estudiante de medicina,
desertor de filosofía, próximo a titularme como psicólogo, pensando en la
pronta posibilidad de casarme con mi pareja de tres años, llevando ya más de
cinco años de transición y viviendo como hombre en sociedad mexicana, tuve una
hora tan angustiante como cuando fui adolescente y mi madre me castigó el
celular, pidiéndome la contraseña para poder revisar mis mensajes.
Hay un proceso de vulnerabilidad
que se complica al explicar a quienes no han padecido de escondites,
prohibiciones de lo nato y consensuado, de intransigencias a la privacidad por
el mero hecho de ser o sentir sin un daño intrínseco al ser ajeno. Y ahí me
encontré, en ese seminario, intentando aportar lo máximo posible para no ser
catalogado como el token de la conferencia.
Mentiría si expresara un completo
desdén por el espacio. Hay muchas cosas que me hicieron sentir afortunado. Por
ejemplo, las doctoras del seminario son doctoras mías (la endocrinóloga es
quien me apoya en la transición, la reumatóloga me apoya con mi discapacidad
física), a las cuales aprecio bastante; el equipo de la institución de
publicación académica médica fue de gran apoyo y dio un excelente seguimiento a
todo. La calidad de las preguntas mediadas por la institución con respecto a
los ponentes, incluyéndome, fue de un gran respeto y con grandes intenciones.
Sin embargo, las preguntas públicas me tomaron por sorpresa y, al mismo tiempo,
fueron del tipo exacto que esperaba, lo cual me decepcionó.
Lo curioso es que, al principio,
mis respuestas estaban ancladas a un diálogo previamente preparado por mí, no
con el propósito de ser leído sino con el propósito de recordar mis puntos.
Intenté ser muy meticuloso en las respuestas que daba, sabiendo que, de cierta
manera, para una sección de dicho foro yo sería la primera persona trans que
habrían visto en su vida. No se trata de darme un crédito entero, abanderarme
como el salvador del colectivo trans entre el gremio médico, pero sabía que
podría aportar una diferencia puntual.
Hubo momentos durante la
organización de mi diálogo que oscilaba entre analizar si mis respuestas
tendrían un impacto de ser «un buen» o «un mal» trans para los espacios
cisgénero. ¿Qué resultaba más importante? ¿Quedar bien a los ojos de la
mayoría, educar de la manera más tajante, mediar entre un público académico
mientras hacía guiños a la comunidad a partir de comentarios que requerirían
una amplia sabiduría sobre intertextualidad queer o tener una postura tan
neutra que pudiese ser clasificada como tibia o sin convicciones firmes?
Toda mi discusión interna se vio
removida desde la primera pregunta. «Históricamente, ¿cómo ha sido la atención
y cómo se ha transformado la atención a pacientes transgénero desde su
experiencia?». Era evidente que sí podría hablar desde lo histórico, rememorar
cómo llevamos sólo un DSM y un CIE sin clasificar a la comunidad trans como
patológica, pero mi respuesta decidió hablar desde lo más conocido: lo que he
vivido yo como paciente. Fue un poco crudo para mí explicar cómo se me ha
calificado con prejuicio el ser trans en consultorios, cómo se le ha
clasificado a mi dolor crónico como una consecuencia directa del «trauma de ser
trans» mientras me refieren a psiquiatría. Hablé por mis amistades trans,
quienes han sufrido de violencia médica por prejuicios sobre una poca
receptividad para comprender su propio padecimiento, una negación directa del
servicio o la descalificación de ser merecedores de una atención de calidad por
experiencias que se anclan de manera estereotipada a la comunidad LGBT.
Apenas escuché a los demás
participantes hablar, comenzó una emoción distinta. Al comenzar mi planeación,
pasé por el tipo de ansiedad natural por enfrentarnos con un reto específico. A
mí, en lo particular, la experiencia de hablar en un foro me fascina siempre y
cuando parta de mi decisión. Pero esa ansiedad se había esfumado ya, ahora le
daba la bienvenida a un dolor profundo en el abdomen con mayor sujeción a lo
descrito como «vacío». No tanto por mi respuesta, ni siquiera la exposición de
los casos –tanto el propio como los comunitarios– me incomodó siendo algo que,
al fin y al cabo, es realidad. Mi problema comenzó a residir en las preguntas
del público. «¿Qué hacemos como médicos si un paciente trans no entiende que no
debe ir a ginecología, sino a urología?». Mientras me preguntaba qué carajos
quería indicar con su pregunta, me respondí el porqué de mi incomodidad: es un
reto muy injusto e interesante a la par tener que, desde una vulnerabilidad y
calidad de minoría ser a quien impulsan a educar a un ámbito de mayor autoridad
académica, de cierta manera.
Hay relaciones que constituyen
una evidente diferencia de poder, como la relación médico-paciente. Pero muy
pocas veces se habla de cuando el médico es el que debe aprender a partir de un
paciente. Se habla bastante de un cierto ego redundante en gran parte del
gremio médico, donde pueden llegar a olvidar su calidad de humanos para
visualizarse como máquinas, a veces incapaces de crecer en conocimientos. Me
parece curioso como algunos olvidan que la investigación tanto
clínica-científica como social y filosófica no terminan jamás.
No esperaba sentir tanta
vulnerabilidad hasta que comprendí lo inevitable que era. Siguiente pregunta:
«¿Qué cambios o adaptaciones ha tenido que hacer para proporcionar una atención
más inclusiva a los pacientes transgénero?». Yo, ninguno. Tal vez comprender en
qué sentido iba a llegar el proceso en un consultorio siendo trans. «Comprender
la esfera biopsicosocial como un elemento de importancia clínica», respondí. No
sólo contestando a su pregunta, sino también a la mía: ¿qué cambios he tenido
que hacer para soportar las preguntas incómodas por parte de algún médico yendo
yo a consulta siendo trans? Tengo que comprender que no es su culpa
–probablemente– no saber sobre la existencia trans del todo. Tal vez nunca ha
conocido a nadie trans.
Me explico las cosas
constantemente para no tener ningún tipo de repercusión en un espacio donde
tengo una ligera desventaja en algún sentido. Al fin y al cabo, el médico
podría rechazar atenderme, podría no visualizar bien mi sintomatología, podría
practicar negligencia deliberada, pero la gran mayoría nunca lo han hecho. He
tenido interacciones amenas o algunas que parten hacia otro extremo: «casi todo
mi círculo social es trans, vas increíble en tu transición». Suelo agradecer el
apoyo, pero es extraño que lo comenten cuando mi consulta fue por finalidad
gastrointestinal.
Tercera pregunta: «¿Cómo manejan
las posibles barreras o prejuicios que pueden surgir dentro del sistema de
salud al atender a pacientes transgénero? ¿Tienen algún protocolo o consejo
para los profesionales de la salud que se encuentran con estas dificultades?».
Aproveché en mencionar que la experiencia trans no es algo novedoso, pero sí lo
es el reconocimiento social, político y cultural de la comunidad. Hablo de la
importancia de educarnos, de la poca información que existe en repercusiones
fisiológicas para las personas que toman algún tratamiento hormonal… Asimismo,
reviso la segunda pregunta en el chat «¿Qué hago si mi paciente trans incomoda
a la gente cis? ¿Cómo lo abordo?».
Comprendo la complejidad de las
experiencias tanto personales como en sociedad. Comprendo lo que la
subjetividad puede jugar en las vivencias. Comprendo que no puedo descalificar
a alguien sólo por el tipo de preguntas que hace, que no puedo conocer a partir
de dos oraciones el tipo de criterio que alguien tiene. Pero quisiera muy en el
fondo perder dicha comprensión, para responder sin ningún tipo de filtros y de
complejos.
… «Dr. Daniel, considerando la
atención desde su perspectiva como paciente y como profesional de la salud,
¿qué cambiaría sobre los abordajes actuales en la atención a la comunidad
transgénero?». Jamás me habían llamado doctor, ni siquiera lo soy todavía.
Aproveché para tocar algunos temas que consideraba fundamental comprender: que
lo que buscamos como comunidad no sólo reside en una transición hormonal,
tratamiento o atención a nuestra salud mental. Queríamos atender nuestra gripa,
dolor de cabeza o esguince sin tener que educar al médico lo que significa
nuestra vivencia, justificándola de alguna forma.
Hablé de cómo existía un
estereotipo incrustado en la comunidad, donde se aviva una reactividad
emocional y defensa automática sobre la vivencia trans, donde se nos tiene que
tratar con pinzas y sin errores. Insistí en que se comprendiera que podíamos llegar
a estar a la defensiva porque no acudimos sólo con la preocupación de nuestro
padecimiento al consultorio, ya que resulta un volado si el personal de la
salud que nos atiende va a comprender nuestra experiencia, la respetará o si
tendremos que argumentar nuestro día a día en un consultorio.
Hablé de cómo lo que esperamos va
más allá de empatía como un anclaje a «ponerse en los zapatos ajenos», como
alegoría a comprender lo que el otro está pasando. También, se trata de la
capacidad de atender dicha esfera biopsicosocial. Donde esperamos ser atendidos
en grupo como seres humanos, capaces de escuchar y razonar. Hablé de cómo,
muchas más veces de las que creemos, el sentido común es obtenible a partir de
una plática sin prejuicios y directa. Hablé de cómo la reactividad emocional
estereotipada hacia la comunidad es igual de latente que una reactividad
emocional por parte del que desconoce o se opone a aprender sobre nuestra
comunidad.
Dentro de estas etiquetas se
olvida encasillar a un tipo de paciente «difícil» que tanto se escucha en el
gremio con pesadumbre, estrés y prejuicio: un paciente trans. Pero va más allá
de querer exponer mi angustia natural por mi género, quiero aclarar que pocas
experiencias han sido tan enriquecedoras como descubrirme trans. Mi «Ser» trans
es un espacio seguro, un gran momento de aprendizaje, de paz y de cariño. Pero
a mis veintiséis años aún me falta aprender de resiliencia, el instruirme sobre
cómo lograr no sentirme vulnerado y desprotegido como cuando mi madre descubrió
por primera vez en mis mensajes que mis amistades me llamaban Daniel, amigo,
hermano.
Es un verdadero dolor de espíritu (por no decir de cojones) que a veces me quede sin posibilidad de replicar con certeza que no habemos personas trans con reactividad emocional al propio hecho de ser trans. Evidentemente las habemos, y resistiremos tal cual con el trauma que implica el proceso. Es tan extraño tener que explicar que, por supuesto que sí hay repercusiones en nuestra psique, las cuales no van de la mano con el «hecho» de ser trans, sino con las herramientas que mi familia tuvo para procesarlo, con lo que mi gobierno pudo y no quiso ofrecerme, con lo que significó para mis círculos sociales, para mi ropa, para mis rutinas, para mi escolaridad. Qué irónico ser humano y tener miedo a caer en estereotipos, conjeturas o encasillamientos. ¿Acaso las ranas tendrán miedo de saltar?
Terminando el seminario, me
escribieron algunas personas. Por un lado, me agradecieron por abrirme, por
otro me afirmaron que fue una buena ponencia. Una persona en específico me
felicitó, no por la ponencia, no por mis palabras, sino por lo bien que
combinaban mis lentes, mi atuendo con mi recién posible barba. Al final del
día, siempre sonrío profundamente, como lo hice en la adolescencia después de
que mi madre descubrió que era trans. «Ya soy libre de decirlo».
Daniel
Escoto L.
Soy un
estereotipo trans
Cómo citar este artículo: ESCOTO L., DANIEL (2024). Soy un estereotipo trans. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CD9). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/06/soy-un-estereotipo-trans.html
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