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Selina

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Selina

Luz de luna. Luz brillante que alumbra en la oscuridad de la noche como la linterna alumbra los sótanos de la vida. ¿Y qué es un sótano sino un lugar en la entraña de la tierra donde apenas llega la luz? 

Selina Kyle no era nadie hasta que la transformaron en Gatúbela en 1940. Nació en verano. ¿Ladrona? Enigmática, como una gata. Y en lugar de amar u odiar a un ratón, a Gatúbela le hicieron querer y aborrecer a un murciélago, un ratón volador. Digo que le hicieron querer y aborrecer, porque a esta mujer gata se la inventaron dos hombres, Guillermo y Roberto. Mujer ficticia que aún hoy pulula en sus muchos alteregos de carne y hueso: Michelle Pfeiffer, Anne Hathaway, Zoë Kravitz… 

Muchos siglos antes, miles de años atrás, dicen que una Selina titánide, extraordinariamente hermosa, se enamoró de un bello pastor que guardaba las vacas en Latmos. También dicen que ambos llegaron a tener cincuenta hijos. Las diosas pueden acometer ese tipo de empresas sin esfuerzo aparente, con eficacia divina. El poeta John Keats, en 1818, tituló un célebre poema suyo con el nombre de aquel pastor que guardaba las vacas en Latmos y preñó cincuenta veces con cincuenta orgasmos a una diosa. ¡Proeza bucólica! Mitos y leyendas, quien quiere las cree y quien no, las deja… como las lentejas.

La Selina de quien quiero hablar hoy no es ni gata ni diosa. Es una Selina anónima y actual que lleva a cabo su labor de profesora con discreción. Una de tantos docentes que habitan las facultades universitarias. Al cabo de los años, por sus clases pasan miles de alumnos. Imposible tal vez recordarlos a todos. Pongamos que nuestra Selina se apellide Blasco —algún apellido hay que ponerle si queremos dar algún viso de veracidad a esta historia— y supongamos que Selina Blasco imparta clases de Historia del Arte. Historia, tan menoscabada; arte, tan desconocida. Ahora imaginemos que Selina Blasco es, además, investigadora en el ámbito del diseño. Luego conjeturemos que tiene un alumno a quien ha dado clases y ahora ayuda en un proyecto de investigación. Sin ser consciente de ello, Selina desvela al alumno un mundo sugerente y deja en él una huella indeleble. El proyecto de investigación termina. Y Selina no vuelve a saber nada del alumno. Todos los años pasa lo mismo: nuevo curso, nuevos alumnos. La profesora sigue un año más y otro más en la facultad, pero ¿qué ocurrió con aquel alumno?

Figurémonos ahora que ese alumno que terminó los estudios desciende a los sótanos de la vida. No es fácil imaginárselo, porque solo quienes descienden a los infiernos saben lo que quema el fuego. No quiere seguir siendo quien es; quiere ser otra persona. Quiere ser otra y no otro. ¿Podrá borrar el pasado? Quizás haya un algo de homofobia en su interior. No quiere amar a un hombre como un hombre. Quiere ser mujer. Quiere sentirse como una mujer, amar como una mujer, ser amada como una mujer. Emprende una transición que muta su cuerpo. Se cambia el nombre. Un nombre que le da luz. Ya no es él, sino ella. En esa transición desaparecen las amistades falsas y aparecen otras nuevas, sinceras, auténticas. Incertidumbres. Dudas. Y de repente, siente que no quiere seguir con esa transformación, que su cuerpo y su voz, que ya apuntan formas y modos femeninos, no son realmente lo que quiere. No se reconoce tampoco. Para. Detiene la transición. Llegan ese desagradable estado de embriaguez y ese dolor físico. Y de nuevo en los sótanos de la vida. ¿Seguir? ¿Abandonarlo todo definitivamente? ¿Marcharse? ¿Desaparecer? ¿Ella o él? Otra vez vuelve esa pregunta que se ha hecho una y mil veces y que ahora vuelve a hacerse mil y una veces más. ¿Quién soy? En la entraña de la tierra, en la oscuridad, atisba un halo de luz. Comienza un lento ascenso. Terapia. Amigos. Despacio. Descubre que la identidad, su identidad, va mucho más allá que el sexo. Emerge con serenidad y firmeza. Se comprende. Se responde. Los pensamientos suicidas se desvanecen. Da igual si es él o ella. Es. Con eso basta. Es consciente de que la vida es un camino largo. Por fin, siente que es quien quiere ser…

Ajena a todas esas tribulaciones y camino de ascenso, Selina Blasco, la profesora universitaria, recibe a los alumnos del nuevo curso. Nuevas caras, nuevas vidas. Ignora que en algún momento del camino influyó decisivamente en un antiguo alumno; no sabe que su luz lo iluminó para volver a la vida. Aquel alumno no es gatúbela ni diosa; no ama ni aborrece a los murciélagos, ni se enamora de ningún pastor que guarde las vacas. No es divina, no es bucólica. Es humana, muy humana, imperfecta y muy empática. Nadie se la ha inventado. Luz de luna. Luz brillante que alumbra en la noche como la linterna alumbra los sótanos de la vida. ¡Humana proeza! Su nombre, Selina Resco.

 

Michael Thallium

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Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Selina. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV58). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/05/selina.html

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