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Con una profunda tristeza

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Con una profunda tristeza

Los diccionarios reflejan lo que piensan quienes los hacen. Si estos son honrados —cualidad moral que nos induce a cumplir severamente nuestros deberes—, deberían reflejar el habla y sentir de la mayoría de hablantes de un idioma, más o menos cultos. Eso no siempre es así, como ocurre con quienes escriben los libros de historia. A veces recurro a eso que llamamos libros viejos para ver qué decían gentes de hace cientos de años. El Diccionario manual enciclopédico ilustrado de la lengua española e hispano-americana es uno de ellos. Lo descubrí leyendo en la prensa algún artículo de los que escribe Andrés Trapiello. Al parecer, el ejemplar que él tiene data de 1919, es decir, de hace más de un siglo. El mío cumple justo un siglo este año. El diccionario lo editó Saturnino Calleja —sí, el de fueron felices y comieron perdices, ese de los cuentos infantiles ilustrados cuyo nombre figura en el popular dicho «tienes más cuento que Calleja»— en 1924. Cuando digo que lo editó Saturnino Calleja, entiéndase la editorial Saturnino Calleja, porque el editor burgalés murió en 1915 y está enterrado en el madrileño cementerio de San Isidro.

Al ponerle el título a esta columna de hoy —suelo ponerles los títulos a los textos antes de escribirlos, manías que uno tiene—, fui a echar mano del mencionado Diccionario de Calleja. Busqué la palabra tristeza. Y lo que encontré me sorprendió, porque no aparecía, sino otra más antigua y hoy en desuso, salvo en boca de algunos poetas. Triste, tristor, tristura… ni rastro de tristeza, aunque sí que aparece como definición de tristura: «f. Tristeza (u. m. en poesía)». Así que bien podría haber titulado este texto Con profunda tristura a sabiendas de que hoy, más que como poeta, quedaría como redicho y pedante. El caso es que me quedé con las ganas de resolver qué pensarían las gentes de la palabra tristeza hace un siglo o más allá. Bien es cierto que ahora con internet uno puede buscarlo casi todo, pero quería tirar de papel, de los libros que tengo al alcance de la mano. Así que me fui a El arca de las palabras, libro ilustrado por Javier Pagola y que Andrés Trapiello compuso en 2005 con los artículos que había ido escribiendo en el periódico La Vanguardia a lo largo de los años. El libro lo publicó la Fundación José Manuel Lara en 2006. Miro a ver si encuentro la entrada tristeza. Curiosamente encuentro dos entradas relacionadas: tristeando y tristeza. Del gerundio escribe Andrés Trapiello lo siguiente: 

Cuando Foxá ingresó en la Academia dijo que no quería que se le aprobara ninguna palabra nueva, pero sí que trataría de convertir en verbo la palabra tristeza. Lo había oído a un indio de Bolivia: 'Ya ve, por aquí estoy; tristeando'.

De la palabra tristeza Trapiello apunta:

Tiene uno cierta inclinación a la tristeza, qué le vamos a hacer, como son propensos otros a la gordura. La tristeza es otra de las muchas flores que nos nacen en las cunetas del humor. En mí, la tristeza es ya natural, y lo antinatural sería la alegría, como al revés le pasa al alegre, de modo que he sabido estar alegre en mi tristeza, sin que se me note ésta. Y en pocos lugares me he encontrado más a gusto que en aquel Paseo de los Tristes granadino, patria feliz de los melancólicos.

Así que tristeando voy yo también como el boliviano de Agustín de Foxá. Hoy ya son pocos quienes conocen o leen a Foxá… al menos si los comparamos con los cientos de miles de enfervorizados que siguen a una «Sastre Veloz» que llena estadios hasta la bandera con gentes, colores y purpurina. Foxá, preterido por la progresía política española del siglo XXI que entiende de literatura lo mismo que un oso polar de vicuñas en el desierto de Atacama, es un magnífico escritor. En fin, ¡qué más da!

La profunda tristeza no viene de esta insólita situación política en España en la que políticos indultan a políticos para mantenerse en el poder unos y en sus trece otros y viceversa: el orden de los factores no altera el producto. La tristeza nace de un lugar más profundo. De ese lugar en el que uno tiene la certeza de que un amigo se irá para no volver más y que no se va porque quiera, sino porque no le queda otra, porque su cuerpo se le va apagando. Es una tristeza que empequeñece y ridiculiza todo ese juego político y circense encabezado por un presidente de gobierno soberbio y vanidoso, mendaz y embaucador, con más cuento que Calleja. Esa sí que es una profunda tristura. Y saber que uno no puede hacer nada por cambiar el destino, me refiero al de mi amigo. Una espera amarga. Un adiós que llega seguro, sin dar señas, certero, definitivo.

 

Michael Thallium

Con una profunda tristeza

 

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Con una profunda tristeza. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV62). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.

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