Ciegos a la Historia
La vi venir de frente. Venía con
un bastón blanco que movía de un lado a otro en semicírculo, en un vaivén
acompañado por el golpeteo periódico de la contera sobre la acera. Tic, tac,
tic, tac… Los cristales negros de las gafas, le ocultaban los ojos. Caminaba
pegada a la verja que encierra un recoleto jardín del palacio de Buenavista, en
la calle del Barquillo de Madrid. Según me iba aproximando a ella, pensaba en
si los ciegos nos oirán cuando pasamos a su lado, aunque lo hagamos con sigilo
y en silencio. Era una mujer sexagenaria. Muy cerca de allí está la calle de
Prim, lugar de peregrinaje de muchas personas ciegas. Poco antes de llegar a su
altura, me aparté a un lado separándome un metro y medio de su trayectoria.
Sería difícil que me oyera con el ruido del tráfico. La calle del Barquillo no
es muy ancha y por ella los automóviles circulan en un solo sentido. Cuando nos
cruzamos, sonó el pito de un coche. Conjeturé que no me habría oído y proseguí
mi camino. Mi sorpresa fue que cinco metros después siento la voz de una mujer
que grita: ¿Me oye? Me giro y veo que la ciega ha girado su cabeza hacia atrás
y repite: ¿Me oye? Yo digo: ¿Sí? Me acerco: ¿Puedo ayudarla en algo? Me
pregunta que si la puedo acompañar hasta que pasemos la puerta de un garaje,
que a veces se equivoca y se mete sin querer en el garaje. Le digo que yo no he
visto ningún garaje. ¡Ah, más personas que ven me lo han dicho, pero le aseguro
que hay un garaje más adelante! Los ciegos lo sabemos, se lo aseguro. Me dice
que va en dirección a Cibeles para tomar un autobús. La tomo del brazo y la
acompaño unos metros.
—¿Va usted en sentido contrario?
—me pregunta.
—Sí, pero no importa, la acompaño
unos metros —respondo.
—Le voy a causar fastidio. Con
que me acompañe hasta que pasemos la puerta del garaje es suficiente.
Por su acento deduzco que es
gallega. Se lo pregunto:
—¿Es usted gallega?
—¿Qué pasa? ¿Que no le gusta mi
acento? —bromea con retranca gallega.
—No, es que últimamente he estado
bastante por Galicia.
—¡Ay, Galicia!
—Estuve en un restaurante en
Padrón que se llama O Alpendre y comí un pulpo con queso de Arzúa riquísimo.
—¡Ay, queso de Arzúa! Se come muy
bien en Galicia, ¿eh?
—He estado en Valga.
—¡Ay!
—En Santiago.
—¡Ay!
—En Vigo.
—¡Ay!
—En Orense.
—¡Ay!
—En Allariz
—¡Ay!
—¿De dónde es usted?
—Soy de Coruña, bueno de Arzúa.
—¡Vaya! ¡Como el queso!
—Qué rico está el queso, ¿verdad?
¿Y qué hacía usted por mi tierra?
—Tengo allí un amigo que es un
estupendo director de orquesta, Diego Fortes. Es de Allariz.
Me doy cuenta de que,
efectivamente, la señora tenía razón: hay un garaje en la calle del Barquillo.
—Tenía usted razón, aquí está el
garaje. Fíjese que he pasado muchísimas veces por delante y no lo había visto.
—Si le digo que hay un garaje es
que lo hay. Ya me lo han dicho muchas personas que ven… ¿Le importaría
acompañarme un poco más, hasta donde está el Instituto Cervantes, así no me
equivoco? Luego ya voy yo sola hasta Cibeles. ¿Queda mucho para llegar al
Cervantes?
—No.
La acompaño unos cuantos metros
más y la dejo donde empieza la fachada del Cervantes. Nos despedimos y retomo
el camino que había desandado. Me dirijo por Barquillo hacia Fernando VI. Allí
doblaré hacia la derecha para llegar a la Plaza de las Salesas y a mi destino,
la librería Antonio Machado. El encuentro fugaz con la ciega me hace recordar
la conversación que tuve hace unos días con Mercedes García-Arenal. Ella es la culpable de
que ahora me dirija a una librería para comprar España diversa de
Eduardo Manzano y El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg,
dos libros que me recomendó.
Mercedes García-Arenal es una de
las personas que más sabe en España —y en el mundo— sobre la inquisición y el
Islam. Es arabista, historiadora e investigadora del Centro Superior de
Investigaciones Científicas. Desde pequeña le atrajo mucho la historia de los
periodos en que España había sido diversa. Quería saber cómo habíamos llegado a
la homogeneidad habiendo tenido un pasado tan diverso. Cuando llegó a la
universidad para estudiar Historia a finales de la década de los años sesenta,
descubrió que había una especialidad que se llamaba filología semítica, en la
que enseñaban árabe y hebreo y en la que había matriculados cuatro o seis
alumnos en los años más poblados. Mercedes pensó que esa especialidad le
abriría la puerta a los fondos y archivos de la inquisición donde poder
investigar para doctorarse en árabe e Islam. Se doctoró en 1976, y desde
entonces no ha dejado de leer, ni de escribir ni de investigar.
Mercedes se preguntaba durante
nuestra conversación si los historiadores lograrían algo poniendo más en el
candelero los hechos verificables de la Historia. ¿Acaso eso cambiaría la
ideología de las personas que se sirven de la Historia como arma política? Ella
misma sospechaba que no, que si los historiadores demostraran que la Historia
está tergiversada, eso no cambiaría la ideología política de las personas.
Mercedes afirma que ningún historiador profesional y serio cree en las
esencias. No hay nada esencial. Todo es susceptible al cambio histórico, al
cambio del tiempo y al cambio del contexto. En el momento en que uno habla de
pureza de orígenes y de pureza étnica, y se cae en la jerarquización de los
pueblos y de las razas, el resultado suele ser algo muy feo que produce mucho
sufrimiento.
¿Para qué sirve conocer la
Historia entonces? El historiador francés Pierre Vilar decía algo así como que
la historia sirve para leer el periódico y que no te engañen. El asunto es que
hoy pocas personas leen el periódico; leemos si acaso los titulares. Hoy nos
informamos o desinformamos por muy diversos medios. Conocer la Historia sirve
para desarrollar el pensamiento crítico. Y no es fácil hacerlo, porque siempre
tendemos a ver lo que sucede en función de nuestras creencias. Por el momento,
procuraré ponerle remedio leyendo El queso y los gusanos de
Ginzburg y España diversa de Manzano.
Muchas veces no vemos lo que
tenemos delante de nuestras narices, como el garaje que me ha descubierto una
ciega sexagenaria de Galicia por las calles de Madrid… No sé, me da la
impresión de que tal vez debiéramos frotarnos un poco los ojos por ver si quizás
somos también ciegos a la Historia.
Michael
Thallium
Ciegos a
la Historia
Cómo
citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024).
Ciegos a la Historia. Numinis Revista de Filosofía, Época
I, Año 3, (CV59). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/05/ciegos-la-historia.html
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