La cognición osmótica
Tengo un superpoder supersecreto. No es supersecreto porque lo oculte, no. A la vista de todos está. Es superevidente, aunque pase inadvertido. Y no, no soy pijo. Prometo no volver a utilizar el prefijo súper, lo digo hipersinceramente, de veras. Si lo he hecho es para que no se me tome en serio, porque el poder que tengo podría asustar a muchos. En mis manos está. Es también una habilidad y no conozco a nadie que la tenga, aunque la Tierra es muy grande y alberga muchos habitantes, así que, probablemente, algún humano habrá que también la tenga. Mi poderosa habilidad es menos llamativa, eso sí, que aquella de la que presumía Camilo José Cela hace más de cuarenta años, a saber: la absorción de litro y medio de agua de un solo golpe por vía anal. Cela —«altivo, desdeñoso, trabajador infatigable (siempre en su propio beneficio)», como escribió Tomás García Yebra en Madera de Cela, capaz de lo mejor y lo peor y de explotar con éxito el negocio de la estupidez humana; un laborioso escritor tan sucedáneo y soluble como la achicoria— alardeaba de aquella habilidad anal excusándose de la acusación falsa que le hicieron de haberle soltado un tremendo pedo a cierto mosén para acallar su discurso en el Senado. Él no osaría jamás peerse en público: «Yo soy, como todos los españoles, pedorro domiciliario, pero no pedorro transeúnte». ¡Ay, el placer del zullón íntimo y nocturno de manta y colchón! Aunque también los hay transeúntes: ¿quién no ha ido andando por la calle y no ha mirado furtivamente de reojo por ver si no había nadie detrás y le ha regalado al aire un cuesco?
Mi poder, ya
lo he dicho, es menos llamativo que la absorción celiana. Tengo la rara
habilidad de adquirir conocimientos por una suerte de ósmosis manual. Lo de
manual lo digo porque el poder está, repito, en mis manos. Yo lo llamo cognición
osmótica, la cual me confiere un excepcional carácter osmótico-cognitivo. Mis
manos tienen el poder de absorber el contenido de un libro al tacto. Sí, tal
cual lo digo. Si pongo un libro en mis manos, da igual si la izquierda o la
derecha, de inmediato el contenido traspasa la piel de la palma de la mano y va
subiendo por el brazo hacia el cerebro donde, finalmente, transformo las
señales cognitivas en lenguaje comprensible. No es tan sencillo como pueda
aparentar. Para que la cognición osmótica ocurra, el sujeto —o sea yo— ha de
estar en movimiento. Es decir, si estoy sentado, no me queda más remedio que
recurrir al ancestral recurso de la lectura tradicional. Reconozco que también
me produce mucho placer leer sentado, pero desde que descubrí que si caminaba
llevando un libro cerrado en la mano podía descifrar su contenido, me he dado a
la lectura transeúnte. Por alguna razón, esa ósmosis cognitiva, esa transfusión
de la savia del libro al flujo sanguíneo, está relacionada con el movimiento de
las piernas. Es como si cada paso que doy fuera el bombeo que activa el
mecanismo de la infusión del libro en las venas.
Para la mayoría
de personas paso completamente inadvertido: un hombre que camina con un libro
en la mano. Ignoran el prodigio que se está produciendo a cada paso que doy. Al
principio, por aquello de la novedad, me dio por leer tochos. Así pasaron por
mis manos Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán —la grandeza y
humor del Guzman influyó en Cervantes para escribir El
Quijote— o El hombre sin atributos de Robert Musil —una
novela inacabada que muchos citan y casi nadie ha leído— o La novela de
Genji de Murasaki Shikibu —considerada la primera novela de la
historia y, además, escrita por una mujer hace más de mil años—. Sin embargo,
la lectura transeúnte de un tocho presenta un tremendo inconveniente: todo
tocho pesa un huevo —entiéndase un buen huevo de osmio— y resulta poco práctico
y, sobre todo, agotador, porque se te cansan mucho los bíceps. Por eso, me dio
por la lectura andante de libros que pesan mucho menos y que son igualmente
jugosos: Pedro Páramo de Juan Rulfo, La muerte del
estratega de Álvaro Mutis, La casa inundada y otros cuentos de
Felisberto Hernández, El ojo que escucha de José Mateos, Helena
o el mar del verano de Julián Ayesta, Cuadernos de escritura de
Carlos Pujol, Dentro del tiempo de Dionisio Ridruejo, Lecturas
españolas de Azorín… Son libros de fácil y discreto transporte, y su
lectura, tanto transeúnte como domiciliaria, es muy provechosa. Habrá quien
piense que ese raro poder asusta más bien poco —por no decir nada—, que no es
para tanto el asunto. Al fin y al cabo, la lectura es cosa inofensiva. No hay
nada como pasar inadvertido con un gran poder...
El ejercicio
de la lectura transeúnte tiene una gran contrapartida que hace de la cognición
osmótica un arma potente. Resulta que es reversible y del mismo modo que el
libro se transfunde hacia el cerebro, también el cerebro puede enviar el libro
de vuelta a la palma de la mano. Para que eso ocurra es necesario un movimiento
del brazo hacia atrás en horizontal, como si fuera el resorte que se tensa para
aumentar la energía potencial elástica. Seguidamente se libera toda esa energía
en un tabanazo administrado en el rostro de la persona a quien se quiere
transfundir el libro en cuestión. Esta súbita descarga provoca grande dolor y
aturdimiento en el receptor, pero no tanto por el impacto de la palma de la
mano bien abierta en toda la cara, sino más bien por el conocimiento infundido
de golpe y porrazo —nunca mejor dicho— en el destinatario. Si placentera
resultaba la ósmosis, más placentera y euforizante es su difusión por la
liberación de adrenalina que conlleva para el emisor, o sea, yo.
Así aguarda uno la ocasión propicia para endiñarle un bíblico hostión con las Empresas políticas de Saavedra Fajardo —apenas setecientas páginas de nada— al gobernante que cambia de opinión según le convenga con tal de mantenerse en el poder. La letra con sangre entra, dicen; no, por cognición osmótica.
Michael Thallium
La cognición osmótica
Cómo
citar este artículo: THALLIUM,
MICHAEL. (2024). La cognición osmótica. Numinis Revista de Filosofía, Época
I, Año 2, (CV51). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.
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Genial Michael, muero de envidia de tu poder, disfruto leyendote siempre me sorprendes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro, por tomarte el tiempo de leerlo y escribir tu comentario. Un abrazo.
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