Gavilanes en la orilla del camino
Al darnos cuenta, un día, de la
naturalidad y verdad del arte, nos damos cuenta al mismo tiempo de la
artificialidad y mentira de la crítica artística.
Lo más patético del crítico de arte —de música, de poesía, de pintura— no es tanto que se equivoque y no entienda, sino que entiende de una cosa que… no comprende.
Esas palabras las escribió Ramón
Gaya, en Roma, en 1975. Más de veinte años después, en 1996 y ya en Madrid,
añadió que el crítico honrado, el crítico ingenuo, termina cayendo en la cuenta
de su fea actividad y quizás así encuentra un quehacer más puro, un modo de
confesarse: «No sería la confesión de unos pecados, ni tampoco de unas
virtudes, sino la confesión de un sentir, de su sentir». Esas palabras las
puede leer quien quiera en Naturalidad del arte (y artificialidad de la
crítica), un librito en cuarto, ameno, que Pre-Textos publicó en 1996 en
una cuidada edición con tipografía de Alfonso Meléndez y Andrés Trapiello. El
libro me lo regaló hace un par de meses el poeta Eloy Sánchez Rosillo: «Tienes
que leer la obra completa de Ramón Gaya. Hay un antes y un después».
Uno procura confesarse cuando
escribe sobre los libros que lee o la música que escucha, aunque no siempre
consigue la confesión pura —la expresión de ese sentir del que hablaba Gaya—
exenta de erudición y vanagloria de eso que las gentes conocen como «crítico»,
«experto», «entendido»… Y por eso hoy dejo aquí mi última confesión: lo
confieso, lo he leído y lo he disfrutado. Aunque para que esta confesión sea
más sincera y se ajuste al caso, debo añadir también que me hubiera gustado
leerlo más despaciosamente, sin la urgencia de quien quiere escribir sobre ello
en la columna semanal de Numinis. Me refiero a un libro también de la editorial
Pre-Textos que me llegó por correo hace apenas cuatro días: La orilla
del camino. Acabose de imprimir el 5 de febrero de 2024, es decir, que es
muy reciente. ¿Cuándo lo entregó el autor a la editorial? ¿Cuándo la editorial
decidió mandarlo a imprenta? ¡Ay, los destinos de los originales hasta que se
convierten en libros! Uno lee un libro en unas horas, en unos días, en unas
semanas, en unos meses, pero ignora si quien lo escribió tardó años en hacerlo.
No lo he dicho aún, el autor
de La orilla del camino es Emilio Gavilanes. Y si no lo ha
nombrado uno antes es porque Emilio es hombre discreto, que intenta pasar
inadvertido y que huye de todo protagonismo. Sin embargo, no va a poder
escabullirse ni zafarse del foco con que un servidor quiere alumbrar su labor
de escritor —magnífico escritor— de voz queda y singular… ¡Un maestro de la
prosa mínima, de la miniatura poética! Ya lo he dejado escrito en algún otro
artículo: su prosa y su poesía entraron en mi modesta biblioteca personal para
quedarse, y en esos anaqueles sólo permanecen los libros que aguantan la
relectura. Ese será el destino de La orilla del camino, la
relectura pausada y emancipada de esa primera lectura de quien devora con
entusiasmo la novedad del libro recién impreso.
Un compendio de más de ciento
cincuenta —ciento cincuentaiocho para ser exactos— relatos y microrrelatos que
abarcan cuatrocientas treinta páginas y distintos lugares y épocas: desde la
antigua Grecia y Roma hasta nuestros días. Si hay algo que uno nota enseguida
es que Emilio Gavilanes es un gran lector, te hace descubrir personajes en
veladas alusiones a otros libros o autores, algunos hoy completamente
olvidados, como esa Claudia Gancedo —que aparece en el relato Años
locos— de quien no queda ni rastro y cuya vida daría para un libro en
el que el mismísimo César Vallejo fuera una mera nota a pie de página. Por las
páginas de La orilla del camino desfilan dioses, héroes,
emperadores, reyes, conquistadores, conquistados, filósofos, escritores,
pintores, científicos, personas anónimas, animales…
Emilio Gavilanes escribe con la
paciencia de un lexicólogo, como un geólogo que busca el mineral de la palabra
precisa, pero sencilla, no rebuscada, ilustradora, rica, jugosa, natural. Es un
lenguaje de bellas imágenes, como cuando arde Persépolis, por orden de
Alejandro, y Emilio escribe que «desde lejos el cuenco de la ciudad parece un
pebetero desde el que asciende el humo de una ofrenda». Su prosa es sugerente,
evocadora. ¿Quién no puede encontrar al dueño de esas manos de las que habla en
uno de los microrrelatos?:
Hace millones de años esas mismas
manos moldearon las montañas y mezclaron entre las rocas y los minerales el
metal con el que están hechos los clavos que ahora las atraviesan y que parece
que buscan volver a sepultarse en la materia de la que han salido.
Los relatos ambientados en el
siglo XX, en la Guerra Civil española son quizás un poco más largos, sobre todo
esa Tercera oportunidad —el relato más largo de todos— en la
que un padre se ve frente a frente con Federico Gómez, el asesino y violador de
su hija pequeña, fugado de la cárcel Modelo, mientras la guerra cerca
Madrid:
Un asesinato produce un
desequilibrio en la estructura del universo, una alteración en la distribución
de fuerzas invisibles. Interrumpir una vida es una acto de magia. Y sólo se
puede restablecer el equilibrio mediante otro acto de magia. Suponer que por
encerrar a alguien se va a solucionar algo de lo que ha hecho es un pensamiento
mágico. Por mucho que se disfrace, la justicia consiste en ojo por ojo. Y eso
es mágico. Es creer que quitando al culpable un ojo la víctima va a recuperar
el suyo.
A Emilio Gavilanes le ha salido
un libro redondo, porque todos esos variados relatos que aparentemente no
tienen nada que ver los unos con los otros, sin embargo, están unidos por el
hilo de esa voz suya tan particular, de ese modo tan sugerente de narrar
sucesos cotidianos que pasan inadvertidos a no ser que alguien como él los
albergue en sus libros.
Hasta aquí llega esa confesión de
la que hablaba Ramón Gaya: mi sentir. Emilio es discreto y se hace a un lado en
el camino para dar protagonismo a otros, ignorante de que quienes lo leemos, le
damos el mayor protagonismo que a un escritor se le pueda dar: el placer de la
relectura.
Michael Thallium
Gavilanes en la orilla del camino
Cómo
citar este artículo: THALLIUM,
MICHAEL. (2024). Gavilanes en la orilla del camino. Numinis Revista de
Filosofía, Época I, Año 2, (CV49). ISSN ed.
electrónica: 2952-4105.
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