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Poemario Digital VII

RESEÑAS
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¿Dónde estás, corazón?

Pedro Emilio


¿Dónde estás, corazón?

¿Dónde estás, corazón?

Allá donde voy no te siento.

 

Tus latidos bombean demasiada sangre:

manchas con ella mis manos blancas, 

mi cuerpo agarrotado;

y algunas bocas que me rodean

exhalan rojo su mortífero aliento.

 

Suenan lejanos tus latidos, pero muy fuertes, 

ensordecedores. No lo entiendo.

Tan fuertes suenan como estruendos

de edificios desplomados, 

tan trágicamente rotundos que incluso dudo 

de si por mis venas corre sangre 

o gritos, polvo y escombros.

 

De pronto, hablas una lengua extraña,

corazón;

no distingo tus palabras.

Una música sí reconozco:

el timbre tuyo es de lamento, 

pero el tono de clamor 

digno, noble e irredento. 

 

(Cinco veces al día oigo 

cómo pides auxilio a un dios 

desentendido).

 

Corazón, dime, ¿qué sabor es este? 

La sal no podrá calmar 

tan sedienta desesperanza

ni tampoco disipar el humo blanco.

 

Dime corazón por qué ruegas

que caigan trombas 

como baldes imposibles

de agua limpia y fresca.

 

¿Dónde estás, corazón, 

que mi nariz me engaña

con espantosos olores 

de pólvora y cenizas?

 

El aire que acogen mis pulmones,

(ellos aquí, tan cerca)

es húmedo, triste y salado;

tan distinto al de aquéllos

condenados a respirar

sangre, polvo y miseria.

 

¿Dónde estás, corazón?

 

Cruel incertidumbre

Cruel es mi deseo de volver a besar el mundo con tus ojos 

y recuperar la suavidad de tu piel bajo mis labios. 

Tu sonrisa ha dejado un hueco 

en forma de arco: el corazón está ahí, 

casi entero, incluso parece que sonríe, 

pero le falta la alegría inocente de tu mirada sobre sí. 

 

Doce horas de vuelo hacen 

de todas las ausencias una sola. No logro 

diferenciarte. 

Sólo aparece clara tu nostalgia cuando levanto la vista 

y sigo el vuelo de una rapaz urbana o la azarosa caída 

de una hoja cansada. 

O cuando, atento al discurrir de los segundos, 

soy consciente de los colores que brinda

el paso del tiempo al son de las nubes.

 

Yo estoy lejos y olvidarte no es difícil. 

Pero si pienso en el regreso 

cae de un soplo

el edificio de cristal que es el olvido 

y tu aroma inunda mis ojos: 

por todas partes suenan trinos de pájaros y rojos de rosas. 

¿Qué hago con el mundo si no es compartirlo contigo?

 

Sueño de azaleas

Una noche de azaleas anunciaba el fin de salivas en contacto.

Las cenizas de una chusta abandonada

al destino de unos labios rotos, moribundos

por el frío y atacados por la seca sed de la inocencia,

callaban la gris ausencia de sombras que encubrían.

 

El adiós fue así: frío y seco.

Impronunciado como antes lo había sido el amor que nunca nacería:

no hay lugar para el amor entre las ruedas sucias de los autobuses.

Desde luego no hay paz para este corazón inquieto

que pugna por vivir y sufre 

por las horas que no fueron,

que susurra versos que no son tristes

porque ni tristeza queda, 

como no hay rencores y tampoco pena.

 

Sólo una voz suave, húmeda 

como la plata y doliente, 

alegremente doliente, 

vibra en la noche indiferente y agitada 

de una ciudad extranjera.

 

Cómo citar este artículo: Emilio, Pedro. (2024). Poemario Digital VIINuminis Revista de FilosofíaÉpoca IAño 2, (PDVII). ISSN ed. electrónica: 2952-4105https://www.numinisrevista.com/2024/02/poemario-digital-vii.html 


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