¿Dónde estás, corazón?
Pedro Emilio
¿Dónde estás, corazón?
¿Dónde
estás, corazón?
Allá donde
voy no te siento.
Tus latidos
bombean demasiada sangre:
manchas con
ella mis manos blancas,
mi cuerpo
agarrotado;
y algunas
bocas que me rodean
exhalan
rojo su mortífero aliento.
Suenan
lejanos tus latidos, pero muy fuertes,
ensordecedores.
No lo entiendo.
Tan fuertes
suenan como estruendos
de
edificios desplomados,
tan
trágicamente rotundos que incluso dudo
de si por
mis venas corre sangre
o gritos,
polvo y escombros.
De pronto,
hablas una lengua extraña,
corazón;
no distingo
tus palabras.
Una música
sí reconozco:
el timbre
tuyo es de lamento,
pero el
tono de clamor
digno,
noble e irredento.
(Cinco
veces al día oigo
cómo pides
auxilio a un dios
desentendido).
Corazón,
dime, ¿qué sabor es este?
La sal no podrá
calmar
tan sedienta
desesperanza
ni tampoco
disipar el humo blanco.
Dime
corazón por qué ruegas
que caigan
trombas
como baldes
imposibles
de agua
limpia y fresca.
¿Dónde
estás, corazón,
que mi
nariz me engaña
con
espantosos olores
de pólvora
y cenizas?
El aire que
acogen mis pulmones,
(ellos
aquí, tan cerca)
es húmedo,
triste y salado;
tan
distinto al de aquéllos
condenados
a respirar
sangre,
polvo y miseria.
¿Dónde
estás, corazón?
Cruel
incertidumbre
Cruel es mi
deseo de volver a besar el mundo con tus ojos
y recuperar
la suavidad de tu piel bajo mis labios.
Tu sonrisa
ha dejado un hueco
en forma de
arco: el corazón está ahí,
casi
entero, incluso parece que sonríe,
pero
le falta la alegría inocente de tu mirada sobre sí.
Doce horas
de vuelo hacen
de todas
las ausencias una sola. No logro
diferenciarte.
Sólo
aparece clara tu nostalgia cuando levanto la vista
y sigo el
vuelo de una rapaz urbana o la azarosa caída
de una hoja
cansada.
O cuando,
atento al discurrir de los segundos,
soy
consciente de los colores que brinda
el paso
del tiempo al son de las nubes.
Yo estoy
lejos y olvidarte no es difícil.
Pero si
pienso en el regreso
cae de un
soplo
el edificio
de cristal que es el olvido
y tu aroma
inunda mis ojos:
por todas
partes suenan trinos de pájaros y rojos de rosas.
¿Qué hago
con el mundo si no es compartirlo contigo?
Sueño de
azaleas
Una noche
de azaleas anunciaba el fin de salivas en contacto.
Las cenizas
de una chusta abandonada
al destino
de unos labios rotos, moribundos
por el frío
y atacados por la seca sed de la inocencia,
callaban la
gris ausencia de sombras que encubrían.
El adiós fue así: frío y seco.
Impronunciado como antes lo había sido el amor que nunca nacería:
no hay
lugar para el amor entre las ruedas sucias de los autobuses.
Desde luego
no hay paz para este corazón inquieto
que pugna
por vivir y sufre
por las
horas que no fueron,
que susurra
versos que no son tristes
porque ni
tristeza queda,
como no hay
rencores y tampoco pena.
Sólo una
voz suave, húmeda
como la
plata y doliente,
alegremente
doliente,
vibra en la
noche indiferente y agitada
de una
ciudad extranjera.
Cómo citar este artículo: Emilio, Pedro. (2024). Poemario Digital VII. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (PDVII). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/02/poemario-digital-vii.html
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