Reflexiones Postnavideñas
Al mismo tiempo que me siento a redactar esta columna, no puedo evitar sentir una cierta melancolía, un déjà vu agridulce, un poso de insatisfacción. No puedo evitar sentir cómo, a cada año que pasa, todo se vuelve cada vez más prosaico y superficial, incluyendo las navidades y otras fiestas. ¿Soy acaso el único que siente, cuando empieza el mes, un cierto hartazgo al ver cómo todo instantáneamente se tiñe de los colores navideños, las mismas canciones se repiten una y otra vez, y todo se llena de una impostada felicidad?
No quiero sonar a aguafiestas, al cínico eternamente negativo, pero no puedo evitar percibirlo de este modo, aunque estoy más que dispuesto a que se me rebata este punto de vista, se me ofrezcan contrapuntos que me fuercen a matizar. ¿Es todo horror y penumbra allá fuera? Obviamente no, y hay muchas noticias positivas que seguramente se nos habrán deslizado de entre los dedos, sepultadas ante los continuos sucesos negativos. Al fin y al cabo, vivimos mucho mejor que nuestros ancestros de hace un siglo, por no hablar de dos.
Sin embargo, en cuanto se ha ganado en riqueza material con el tiempo ¿Cuánto en materia espiritual? Creo que la pregunta no es baladí ni arbitraria, considerando que se se supone que estamos en unos días de fuerte connotación religiosa: el nacimiento de Cristo, el redentor de la humanidad y una de las figuras más influyentes de la historia del ser humano, se da la mano y comparte escenario con un señor mayor que reparte regalos a lo largo del mundo en un trineo. Resulta sorprendente, cuando uno reflexiona con cierta perspectiva, cómo las fiestas religiosas se han vaciado en buena medida de su contenido espiritual.
«¡Dios está muerto!» dirán unos, «¡Dios está obsoleto!», dirán otros, «¡El ser humano es el nuevo Dios!» dicen incluso algunos. Europa es, a día de hoy, un continente de descreídos y de ateos. La religión, con sus males y bondades, ofrece una visión, una forma de guiar la vida hacia algo más grande y noble. Y es que hay algo más allá del mero vivir por vivir, una llamada, un impulso y una necesidad de propósito. Concibo al ser humano como un ser teleológico (que aspira o lucha hacia un fin), mientras que el animal no aspira a nada más que a la consecución de su ciclo biológico de nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte.
Si Dios ha muerto, permanece ausente o jamás existió, ha de ser el ser humano el que se dota a sí mismo de propósito. Ya sea animalizándose y existiendo meramente por vivir, sin jamás aspirar a algo más, o ennobleciéndose en la consecución de un ideal u objetivo final. Cuando uno observa la historia de la humanidad, uno ve, en esencia, la voluntad de poder desatada de múltiples formas dependiendo del qué, cómo y quién. Del mismo modo que el ser humano es capaz de lo peor; de masacres, destrucción y maldad como sería inconcebible en la naturaleza, es también capaz de lo mejor; de la bondad más admirable y de una bondad como, del mismo modo, también sería inconcebible en la naturaleza.
Quisiera hacerle una pregunta directa al lector ¿Cuándo ha sido la última vez que te has detenido, te has inmerso en el silencio, te has parado a reflexionar o has tenido un momento en el que observaras tu interior? ¿Un diálogo contigo mismo? El mundo está lleno de ruidos, estímulos y distracciones que llevan a uno por un carrusel imparable de impresiones, hasta el punto en que mucha gente olvida su voz interior. Yo te animo, querido lector, a que hagas algunas reflexiones y que te detengas a admirar y a recrearte en el silencio.
Sergio Cánovas
Reflexiones Postnavideñas
Cómo citar este artículo: CÁNOVAS, SERGIO. (2024). Reflexiones Postnavideñas. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM38). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/01/reflexiones-postnavidenas.html
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