Comprender la vida
«No, el mundo que yo habitaba siendo joven no es el mismo de hoy; por lo menos, así me lo parece, y creo se lo parecerá también a cuantos lean este libro de peregrinación en busca de pasadas aventuras.» Esas palabras bien podría haberlas escrito alguno de los autores de las abundantes guías del Camino de Santiago. Pero no. Esas palabras las escribió Axel Munthe, un médico sueco que también escribía libros. Nada llamativo, a priori, salvo que las escribió en el prólogo de 1930 a su novela autobiográfica La historia de San Michele. La novela es de 1929 y fue todo un éxito. Ha sido traducida a más de cuarentaicinco idiomas. Axel Munthe vivió entre 1857 y 1949. Una vida larga de noventaidós años. Las palabras de Munthe son de lo más actual casi un siglo más tarde.
Comprender la vida
a veces no es fácil y para algunos, según vamos cumpliendo años, comprenderla
se nos hace cada vez más difícil. Cuando uno es joven y empieza a cuestionarse
el porqué de la vida, lo hace con la vitalidad de quien afronta un misterio atrayente.
A medida que van pasando los años, no sé, me da la impresión de que el misterio
pierde aquella atracción de juventud, incluso deja de ser un misterio y se
convierte en una madeja compleja de acontecimientos y relaciones personales
unidos por intereses de todo tipo. Hay quienes frente a esa complejidad tiran
la toalla y abandonan el barco antes de tiempo. El misterio de la vida les pesa
más que el misterio de la muerte.
No, el mundo que yo
habitaba siendo joven no es el mismo de hoy. ¿Mejor? ¿Peor? Distinto. Mucho más
complejo, me parece, aunque probablemente no menos complejo que el que narraba
Axel Munthe en La historia de San Michele, ambientada en el Capri
finisecular. Cuando digo finisecular, me refiero al siglo XIX. Finiseculares
son también los años del siglo XX que habité en mi juventud. Por La
historia de San Michele desfilan personajes como Jean Martin Charcot,
Henry James, Guy de Maupassant, Louis Pasteur... Todos ellos muy conocidos en
su tiempo y con quienes Munthe trató. Sin embargo, con quienes más se mezcló
este humanista sueco fue con la gente humilde, con los más pobres y con los
animales.
Munthe fue un
humanista y por su condición de médico conoció tanto la vida como la muerte.
Luchó por salvar vidas y arrebatárselas a la parca, muchas veces sin éxito. Vio
vivir, sufrir y exhalar su último aliento a todas y cada una de las personas
que conoció en Capri. «Poetas y filósofos, que con sonoros versos y prosas
saludan a la muerte como la gran libertadora, a menudo palidecen ante la mera
mención de tan buena amiga. Es una historia tan vieja como la humanidad.
Leopardi, el poeta más grande de la Italia moderna, que anhelaba la muerte en
exquisitas rimas desde que era un muchacho, fue el primero en huir aterrado
cuando Nápoles fue golpeada por la epidemia de cólera. Incluso el gran
Montaigne, cuyas sobrias meditaciones sobre la muerte lo hicieron inmortal,
salió pitando como un conejo asustado en cuanto la peste llegó a Burdeos. El
viejo y huraño Schopenhauer, el filósofo más importante de la modernidad, que
había convertido la negación de la vida en base de todas sus enseñanzas, solía
poner fin tajantemente a cualquier conversación sobre la muerte».
¿Comprender la
vida? La vida es imperturbable ante cualquier acontecimiento, indiferente a la
tristeza o a la alegría del ser humano, muda e impenetrable como la piedra dura
de Rubén Darío, esa que ya no siente. La vida es como ha sido siempre. La
paradoja está en que el mundo, el escenario en el que se representa, cambia
constantemente para evitar el hastío. La vida no hay que comprenderla, hay que
vivirla; lo que hay que hacer es comprender el mundo, el escenario, para
vivirla del mejor modo posible. Vivir sin prisa, porque al final todos
llegamos a la última estación del viaje, al momento en que se baja el telón
definitivamente.
En las grandes
ciudades, tan complejas, uno puede ver cómo fluye la vida colectiva. Basta con
levantarse muy pronto, al alba, cuando la mayor parte de seres humanos aún
dormita, y subirse a un otero para divisar las luces que pronto se apagarán
cuando salga el sol. Las grandes ciudades no duermen. Y, luego, bajar del
privilegiado otero para mezclarse en el fluir de tantas gentes: quienes van a
trabajar y se apiñan en los vagones del metro en la hora punta, quienes llevan
a sus hijos aún pequeños al colegio, quienes se juntan en el bar para desayunar
antes de entrar al trabajo… La vida colectiva es mucho más fácil de comprender
que la vida individual. Colectivamente, somos muy predecibles. Una vida
colectiva organizada es relativamente mansa, es relativamente manejable; las
vidas individuales se escapan al control y son «peligrosas» para quienes lo
ejercen. Y aún más «peligrosa» resulta para quienes ejercen el poder la vida de
quien observa y se entremezcla pasando inadvertido, pero advirtiendo esas cosas
que no se ven por el ajetreo de las obligaciones diarias, por el trajín de las
costumbres, por esa inconsciente premura de la inercia vital. A ese mejor no
hacerle ni caso. ¿Qué va a comprender de la vida?
Michael Thallium
Comprender la vida
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Comprender la vida. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV44). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/01/comprender-la-vida.html
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