Esta
noche me muero
Me lo dijo un amigo al teléfono y
enseguida sus palabras me evocaron a otras parecidas que pronunció un anciano
Jorge Luis Borges hace ya muchos años. Borges se las dijo a Joaquín Soler
Serrano en una entrevista televisiva allá por 1980. Joaquín
se despedía del maestro argentino deseándole que volvieran a verse en cuatro o
cinco años para celebrar el premio Nobel de Literatura. Borges, que ya entonces
tenía ochenta años, le cortó con una frase que descolocó un poco al veterano
entrevistador: «Pues yo soñé esta mañana que me moría». Joaquín, sorprendido o
incrédulo, espetó un «¡No!» al que Borges respondió con un «Sí, y que sentía
una gran sensación de alivio, me desperté de ese sueño sintiéndome francamente
feliz». Borges murió seis años más tarde. Jamás ganó el premio Nobel.
Entrevistas como esas no se hacen ya, y hoy tampoco habría mucho público para
verlas o escucharlas. Estamos abducidos por la fugacidad de la inmediatez y la
brevedad nugatoria.
La frase de mi amigo, siendo
parecida, era de otra índole. Tampoco tengo por qué mantenerlo oculto, me
refiero a su nombre. Es también escritor, como Borges: José Antonio Abella.
Resulta que hace un par de días, lo llamé para felicitarlo por su cumpleaños.
Ha cumplido sesentaiocho. Me hubiera encantado ir a verlo a Segovia, donde
vive, pero un gripazo de esos que menudean a comienzos de 2024 en España,
desaconsejaba mi visita. Cuando respondió a mi llamada, lo felicité y me
disculpé por no haber ido a verlo. Le conté lo de mi gripe. Jose —así, con
acento en la o y no en la e— respondió que mejor
así, porque él también se encontraba en cama. Estaba pasando por uno de esos
bajones abisales que le dan a la semana de haber recibido la quimio —eso sólo
lo saben quienes la han recibido alguna vez—. Abella tiene cáncer, uno de esos
"malencarados" que no tiene cura. Lo lleva con naturalidad y con
naturalidad hablamos también de ello. No es ningún secreto. Nunca lo he visto
quejarse, y así se lo hice saber. «No te equivoques, es que los amigos sólo me
veis cuando estoy bien; no quiero que nadie me vea cuando estoy mal, no quiero
dar pena. Pero te aseguro que sí me quejo, ¡claro que me quejo! Pregúntale a mi
mujer cuando estoy mal y verás lo que te dice». Fue entonces cuando soltó la
frase. «Cuando estoy tan jodido, muchas veces me digo: esta noche me muero.»
Lo que para Borges fue un sueño
placentero, para Abella era una pesadilla; para ambos la muerte, un alivio. A
pesar de todo, Jose lo lleva con dignidad, entereza y bastante humor. Le
comenté que el día de fin de año lo pasé en cama; él me dijo que también. Así
que a ambos nos unía el haber recibido el Año Nuevo en cama con nuestras
respectivas enfermedades: Jose en Segovia, yo en Allariz. Le conté que había
estado unos días por Galicia acompañando a un amigo en una aventura musical.
Este amigo es un magnífico director de orquesta. Se llama Diego Fortes. No es amigo porque sea un magnífico
director, sino porque es una muy buena persona. Con Diego anduve de allá para
acá: ensayos con la orquesta en Santiago de Compostela, ensayo con el coro en
Vigo, luego ensayo con el coro y la orquesta en Santiago y después prueba
acústica y exitoso concierto en Orense. Vida de director de orquesta: muchos
kilómetros de carretera, horas de ensayo e innumerables gestiones. Todo eso es
lo que el público no ve cuando un director de orquesta sale al escenario. A
Jose estas cosas no le suenan ajenas, porque tiene dos hijos músicos: Héctor
y Óscar Abella; por cierto, Óscar es el tuba
principal de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, y ¡menudo virtuoso
que está hecho!
De ese breve interludio musical, la
conversación telefónica derivó hacia otros asuntos que tanto a Jose como a mí
nos distrajeron del malestar físico: el Año Nuevo, el futuro de la humanidad,
el consumismo, las guerras… «En 2024 va a ocurrir algo gordo», dijo, «ojalá me
equivoque, pero la situación mundial está muy mal». Me recomendó que escuchase
una entrevista que le hicieron a Antonio Turiel, científico del CSIC, en Sobrevivir al Descalabro, en 2021.
Turiel habla de la transición energética, del agotamiento de los combustibles
fósiles y de los eventuales escenarios de la crisis energética mundial.
Después Jose me contó que acababa
de escribir otro cuento para niños. En el último año y medio Abella tiene una
férvida actividad literaria, quiero decir, que escribe más que nunca. Siempre
ha sido muy laborioso y meticuloso con sus novelas. Ahí están como botones de
muestra La sonrisa robada, Aquel mar que nunca vimos, Trampas de niebla o El
corazón del cíclope. Sin embargo, últimamente sus sesiones de trabajo
llegan a las catorce o quince horas diarias. Dice que ya sólo escribe cuentos
porque intuye que no le dará tiempo a terminar una novela de quinientas
páginas. No lo dice tanto por la extensión de la obra —seguro que si se pone a ello, lo
consigue—, sino más bien por mantener el elevado nivel
literario que ha logrado en la vida. A mí me admiran su dedicación y capacidad
de trabajo, y más aún cuando sé que ya no tiene sensibilidad en la yema de los
dedos… pero ahí sigue apañándoselas para ¡escribir lo que no está escrito!
Quedamos en vernos cuando fuera posible. El tiempo apremia, sí, pero todo llega
a la sazón.
Al
colgar recordé unas palabras que José Antonio Abella me había escrito unos días
antes: «Respetemos la vida, nuestro regalo más valioso». Entonces fue cuando
pensé en Jorge Luis Borges, en los días musicales por Galicia al lado de Diego Fortes con todos esos
músicos maravillosos, y me senté a escribir estas palabras que ahora concluyo.
Esta noche no me muero; Abella, tampoco. Vale.
Michael
Thallium
Esta
noche me muero
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Esta noche me muero. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV42). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/01/Esta-noche-me-muero.html
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