El
arte de amar
El mundo y la naturaleza son viscerales, expeditas e imparciales. Tanto el confort como las complicaciones a la que nos enfrentamos, no son más que productos de nuestra percepción de éstas. Siguiendo esta línea, pensar en la neutralidad ante las experiencias suena, más que lógico, pertinente; podría decirse que queda bajo nuestra responsabilidad, por nuestras vivencias y aprendizajes navegar a través de los enfrentamientos de la vida con ecuanimidad.
No
se puede negar que la belleza, nuestra esencia, el brote del sentir va mucho
más allá de la objetividad, del equilibrio neutral y de la incorruptibilidad.
Aquello, tan inherente a nuestra especie, no sólo nos caracteriza, sino que
también nos forma, nos guía y nos define. Es la precariedad de los sentimientos
y de nuestra existencia misma lo que sazona nuestra estancia, siendo un bálsamo
contra la despreocupada y despiadada naturaleza que es capaz de erradicarnos,
sea en un abrir y cerrar de ojos o tan lento que ni siquiera lleguemos a
percibir nuestra extinción.
Son
un sinfín de emociones las que provocan pensamientos, y de estos, se provocan
nuevos sentires; un ciclo infinito que trasciende hacia el núcleo de nuestro
entendimiento de la realidad. Este ciclo ha sido expuesto de distintas formas
con el propósito de enseñar, adoctrinar, a veces sólo para obtener un desahogo
de nuestra subsistencia. Las diferentes exhibiciones del ciclo han sido
expuestas principalmente dentro del arte. ¿Qué es el arte sino una propiedad
digna de la existencia humana? Ésta ahonda en múltiples temáticas ancladas a la
existencia de las emociones, pero pocas realidades pueden ser tan
experimentadas en el arte como el amor.
El
amor, en todas sus presentaciones, es capaz de generar progreso, fragilidad, y
hasta estabilidad. El amor incita a la lealtad, a los riesgos, a luchar y a
ceder. El amor es un ángel que teme caer, un humano que teme volar,
encontrándose en el medio y descubriendo esta nueva y desconocida realidad,
ahora entrelazada. El amor no es la finalidad, sino el camino y el porqué. El
amor comienza con el ángel, guerrero del cielo, rompiendo las reglas del
balance cósmico para salvar a un humano, un hombre atrapado en el confín del
Infierno; la entidad celestial, que jamás ha visto aquel inhóspito lugar ni al
mortal entendido como creación predilecta de su mismo creador y padre, del Dios
nombrado por tantos «benevolente y omnipotente». Una aventura acatada tras
mandato divino, volviendo al ángel el directo salvador del humano, quien habría
de ser rescatado de la perdición eterna. La liberación del alma de un hombre
con espíritu puro, honrado; un hombre conocido entre humanos como cazador y por
seres etéreos como El Hombre Justo, aprisionado en el Infierno por salvar la
vida de su propio hermano.
«Yo
fui el que te tomó y te sacó de la perdición» -dice
el ángel al cazador, introduciéndose mientras hace evidente que ocupa el cuerpo
de un ser humano capaz de contener su poder-,
un cuerpo que será siempre el representante de su existencia terrenal frente al
humano, pero que jamás evidenciará su completo vigor sobrenatural. El hombre,
redimido por justicia divina, confiesa al ángel que él, siendo un mortal que ha
errado, no merece salvación; así revela que no comprende el motivo de su
salvación ni el porqué de la intromisión del mismísimo Cielo para exonerarlo de
su sentencia eterna. Ahí comienza el amor, cuando dos seres comparten su
pensar, su sentir o cuando se adaptan para poder ser entendidos por el otro. El
amor es la destrucción de lo que era antes conocido, el buscar nuevas rutas, el
encontrar nuevos horizontes y aventurarse.
El
amor comienza inseguro. Es aquel hombre cayendo víctima de sus traumas y
vivencias, desconfiando de quien fue su salvador. Es el ángel dudando de todo
lo que conoce hasta ahora, entendiendo que su mandato fue desde el principio
cuidar al Hombre Justo y comenzando a traicionar sus propias creencias para
mantenerlo a salvo. Es todo el Cielo, Infierno y la Tierra conociendo al ángel
como el guardián del humano y al hombre como el maestro del ángel: guardián,
porque tan solo lucha por su protección; maestro, porque un ente que jamás
había convivido con alguien que no fuera su igual, comienza a entender el mundo
bajo las lecciones del cazador, aprendiendo sobre actividades, comenzando a
entender referencias humanas y, sin comprender aún las consecuencias, emprende
el arduo y complejo camino de sentir.
El
amor reta, como el resto de los ángeles señalando a uno de los suyos como
víctima de los humanos, mientras éste, con parsimonia, orgullo y fuerza, se
acomete a luchar por el mandato principal: proteger al cazador. Pero, el ángel
continuando esta travesía no presta al principio verdadera atención a la lucha,
no comprende que desde hace tiempo dejó de ser un mandato divino para
convertirse en un propósito propio; así es el amor, a veces sigiloso. El amor
es el hombre y el ángel sobreviviendo el apocalipsis; son ellos muriendo y
reviviendo, tanto simbólica como literalmente, pero siempre regresando al lado
del otro. El amor es una nueva experiencia, donde ríen, lloran, odian, dudan y
traicionan. El amor puede ser caótico, pero puro y natural.
El
amor se consolida, echa raíces y florece. El amor es aquel ángel terminando en
la jaula de la mortalidad, cediendo su divinidad por salvar a su protegido;
todo para seguir cayendo en las garras de la realidad humana, con sólo una
frase retumbando en su mente: el ángel caído ha aprendido a amar. Es tener al
hombre enseñándole más, desde cómo trabajar por dinero hasta cómo saciar las
nuevas necesidades adquiridas por su cuerpo perecedero y humano: dormir y
alimentarse.
El
amor es miedo, duro y descarnado. Es haberle dado de nuevo poder célico al
ángel aún después de su caída, con una sola condición: eliminar sus conexiones
terrestres. Es el ángel intentando olvidar sus aprendizajes terrenales, hasta
la clemencia; con la nueva misión de deshacerse del humano, siendo visualizado
como un obstáculo para sus obligaciones celestiales eternas. Es el cazador
viendo al ángel por primera vez en mucho tiempo, sólo para ser recibido con
golpes que podrían provocar su muerte; se convierte el amor en el cazador, tan
reservado, temeroso a expresarse y represiones, hincándose ante el ángel y
pidiéndole que lo escuche; es tener a aquel hombre diciendo por primera vez en
su vida «te necesito», aterrado de que el ángel lo deje por regresar a comandar
el Cielo; de esta misma forma, el amor ilumina y aclara.
El
amor es el ángel, rindiéndose ante estas palabras, acariciando el rostro del
cazador para curar las heridas con su gracia y dejando, de nuevo, todas sus
creencias atrás. El amor es leal; el amor es el ángel, dando todo su reino
beatífico, cediendo su puesto de guerrero y comandante para salvar la vida de
la humanidad, y el amor también es toda la división de espíritus celestes
entendiendo que, por humanidad, aquel ángel sólo se refiere a un humano, al
Hombre Justo, al cazador. Es el hombre sintiendo agradecimiento por aquel acto
de nobleza, pero también aceptando que nunca dudó de qué lado se encontraba la
esencia del ángel.
El
amor es aprendizaje; es el hombre que no creía en los ángeles, volviendo a uno
su mano derecha, su apoyo, su confidente, su desahogo. Es el ángel que nunca
había pisado la Tierra, comprendiendo la pasión humana y sintiendo por primera
vez; actuando por amor y devoción a un hombre. Es el ángel rechazando su fe, su
familia, su deber, su hogar y todo lo que conocía tras aprender sobre compasión
y lealtad. El amor es entendimiento mutuo, una unión mantenida entre el hombre
y el ángel sin importarles sus orígenes y quiénes estaban destinados a ser,
porque se niegan a ser desleales el uno al otro, provocando que sea más que
sólo un idilio.
Así
es como el arte nos ayuda a entender nuestra propia realidad. No importa si son
seres fantásticos, situaciones inverosímiles o impalpables: el amor, tan
característico de la humanidad, siempre será reconocido ante los ojos del que
quiera ser espectador. Es a través de esta historia, de un ejemplo tan irreal,
que se puede entender hasta dónde llega el sentir. Son personajes que, sin una
descripción física, existen en la mente de quien lo lee; un relato que puede
encarnarse en cualquiera.
Un
humano y un ángel, una mujer y un hombre, dos hombres, dos mujeres, dos
disidencias. Sean quienes sean los intérpretes dentro de la narrativa, si son
capaces de generarnos empatía, rabia o fascinación, significa que fueron
creados para darnos algo más que sólo distracción. El ángel y el cazador no
necesitaron de un beso para evidenciar su amor, no necesitaron una confesión
directa para constatar lo que fue real entre ellos ya que su creación fue para
demostrar al amor.
La
historia generará misterio, dudas inexplicables, pero su propósito es claro:
despertar nuestra imaginación. ¿No es ésta la verdadera intención del arte?
Alimentar al intelecto o al alma. El arte nos genera descubrimiento personal,
social, cultural, político, histórico y global. Si somos ágiles, el arte puede
reformarnos tras el análisis. Con una historia, se puede asesorar sobre las
realidades de las emociones; las anécdotas que pueden o no ser verídicas e
incluso así introducirnos a un plano ilustrativo. ¿Realmente importa si el
ángel usaba el rostro de una mujer o un hombre para presentarse frente al
cazador? Lo que incumbe es lo que originaron, lo que aquellos personajes
significaron, su razón de existir y su lazo; un lazo que, aunque sólo esté
plasmado en un cuento, fue real mientras se experimentó en nuestra imaginación.
Ese
es el propósito del arte, del sentir, del vivir y ser humanos. No somos
limitados por la severidad de la naturaleza, podemos decidir lucrar con nuestra
efímera existencia de la manera más bella y voraz. Son, tanto el ingenio del
emisor al generar las historias como la creatividad del receptor para hilar los
relatos con sus propias experiencias, los que inmortalizan nuestra presencia en
el mundo. El ángel y el cazador serán sólo parte de una fugaz tarea de la
imaginación de algunos, mientras para otros ellos dos serán producto de más
inventiva, dándoles vida más allá de los cortos renglones de su historia,
plasmándolos en más letras, en dibujos, representaciones o tan solo en el
pensamiento.
La
naturaleza sólo actúa sin consideración, pero nuestra naturaleza es la de crear
a partir de lo existente; nuestra naturaleza es conectar vivencias con arte y
concebir arte a través de nuestras vivencias. No es una práctica de egoísmo,
sino una manera de relacionarnos con los ajenos a nuestras realidades. El arte
puede darnos una palmada en la espalda, puede despertarnos o puede ser nuestro
consuelo. El arte son el ángel y el cazador; es lo que representan y lo
imaginado mientras se contaba su historia. El arte va más allá de lo plasmado y
apreciado; el arte también somos nosotros, lo que propaga su existencia. El
verdadero arte reside en lo que éste nos suscita.
Nota:
La historia relatada y los personajes mencionados se basan en Dean Winchester
(el cazador) y Castiel (el ángel), personajes protagonistas de la serie de
televisión estadounidense «Supernatural», creada por Eric Kripke en 2005.
Daniel
Escoto L.
El
arte de amar
Cómo citar este artículo: ESCOTO L., DANIEL (2023). El arte de amar. Numinis Revista de Filosofía, Época
I, Año 2, (CD2). ISSN ed. electrónica:
2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/12/El-arte-de-amar.html
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