Ganado a pulso
—No sé qué decirte.
—No sé, di algo, lo que quieras.
—¿Y para qué? Hay asuntos tan
viscerales que, por mucho que ande uno cargado de razones, es inútil discutir.
Dile tú a la cáfila que no cruce el río porque hay cocodrilos, al cardumen que
se disperse porque acecha el tiburón.
—Siempre estás igual con las
palabras raras, cáfila, cardumen… Así nadie va a entenderte. Pero bueno, en
cualquier caso, algo tendrás que decir sobre la amnistía, ¿no?
—Nada, ya lo han dicho otros
muchos antes y mejor que yo. Las razones que uno pueda tener son como esas
palabras que llamas raras. La gente pasa de ellas, de qué les iba a servir
conocerlas. Pues eso. Con las razones, ocurre lo mismo.
—No estoy de acuerdo. A mí me
interesan tus razones.
—Pero si acabas de decir que son
raras y que nadie va a entenderme.
—No, lo que he dicho es que
siempre hablas con palabras raras, no que tus razones sean raras.
No tegiverses.
—Ya veo que no me has escuchado.
Acabo de decirte que mis razones son como esas palabras que llamas raras. Y,
por cierto, se dice 'tergiverses'.
—¡No me vengas ahora con
picajoserías!
—¡Mira tú! ¡El que dice que uno
emplea palabras raras!
—No me cambies de tema. Te he
preguntado por la amnistía.
—Amnistía viene del
griego amnestía. Significa olvido. Está relacionado con mente y
amnesia…
—Que no, que no. Que no te he
pedido que me hagas un análisis etimológico. Que lo que quiero saber es lo que
piensas de la amnistía, la que propone Sánchez.
—Querido Sancho, los que buscan
aventuras no siempre las hallan buenas…
—¡Y dale! Ni yo soy Sancho ni tú
Don Quijote.
—Lo de Sancho lo dice uno porque
ese sencillo escudero tiene más fama que su propio rey, Felipe III. ¿Quién sabe
hoy, quinientos años más tarde, quién era y qué hizo Felipe III? Sin embargo,
son legiones las que saben de Sancho y de sus andanzas. En cuanto a ese Sánchez
del que me hablas, no lo nombres. No le des fama inmerecida. Déjalo, que ya ha
hecho arte en coleccionar animadversiones. Dentro de quinientos años nadie
recordará quién fue ni qué hizo el susodicho, por mucho que ahora no duerma y
todo lo añasque.
—¡Y dale otra vez con las
palabras raras! Déjate de literaturas y ve al grano. Te he preguntado por la
amnistía. Y, por cierto, tampoco se acordará nadie de nosotros dentro de
quinientos años.
—Eso es bien cierto, amigo. Ni de
ti ni de mí ni de los millones que hoy poblamos el mundo… Pero no hablemos de
futuro cuando lo que nos pica y escuece es el presente…
—No te me vuelvas a ir por
literaturas. ¡Al grano!
—Pues bien, como insistes, te diré que no es la
primera vez que se concede una amnistía en España. Muchos creen que solo hubo
una, la de 1976, antes de aprobar la Constitución de 1978. Sin embargo,
entre 1875 y 1923 se concedieron cinco de carácter general. La que se concedió
en 1918 para amnistiar a los sublevados de agosto de 1917, no sirvió de mucho.
Y ya sabes como terminó Eduardo Dato. Esto lo explicaba muy bien un tal Roberto
Villa en una artículo suyo que apareció en la revista La lectura hace
apenas una semana: La amnistía y el colapso del constitucionalismo.
Así que no me voy a repetir. Léelo tú, que yo ya lo leí. Durante la Segunda
República, en 1931, 1934 y 1936 se aprobaron tres amnistías generales y las
tres fueron amnistías de partido, es decir, que exculpaban a los amigos y
excluían de los beneficios a los adversarios. En fin, aquello desembocó en una
Guerra Civil…
—Te estás yendo por las
ramas.
—¿Ves? Ya te dije que mis razones
son como las palabras raras: la gente pasa de ellas. Tú, mismamente.
—Ve al grano. Ya te lo he dicho,
¿qué piensas de la amnistía?
—Pienso que es una amnistía
partidista, sin consenso más allá del interés político del candidato a
Presidente del Gobierno y de dos partidos catalanes que antiguamente se
llamaban regionalistas. Es una amnistía viciada y perniciosa como la persona
que la ha promovido. Hay cosas, querido amigo, que solo han de hacerse con un
gran consenso, como una buena ley de educación que nunca se ha hecho, porque
tampoco nunca ha habido consenso de todos, sino de los partidos de turno en el
gobierno. En fin, que mientras rija el «tú eres de los míos y te perdono todo
lo que hagas con tal de que no gobierne el adversario», seguiremos como la
cáfila y el cardumen.
—No empecemos con las palabras
raras y la literatura…
—Mira, a uno le va quedando menos para que lo envíen a
las trincheras de la batalla por la vida. Algún buen amigo anda ya por allí, en
esas posiciones más avanzadas donde el silbido de las balas rachea los oídos y
vuelca los corazones. Pero nunca se está a salvo. No hace falta estar en la
trinchera para que le llegue a uno en cualquier momento una simple bala fría
que acabe con su vida. Esa, la vida, podemos perderla en cualquier momento; la
muerte siempre se gana, nunca se pierde. Lo que muchos quisiéramos es ganarla
en una partida larga con cartas propicias para disfrutar de la victoria en unos
cuantos juegos.
—No importan las cartas, sino
cómo se juegan…
—No está mal el apunte, aunque
mejor que de mano le toquen a uno buenas, sobre todo si el juego es de azar
que, como a Emilio Pascual le gusta decir, no es sino otro de los nombres del
destino.
—¿Y quién es ese amigo de las
posiciones avanzadas en la trinchera?
—Su nombre es Jesús Herrán. No hace mucho le preocupaba que
la coexistencia de las dos Españas peligrase si se desentierra el silencio. Se
refería al silencio de todos esos cadáveres enterrados en fosas comunes durante
la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Sus familiares no pueden acudir a
ningún cementerio para honrar su memoria. Hablaba —y hablaba con buen tino—,
de desenterrar sin ruido.
—Te recuerdo que te pregunté por
la amnistía, no por la memoria.
—Amnistía, amnesia, mente…
Olvido. «La democracia es la esperanza del incauto y la estrategia del ladrón»,
escribió Nicolás Gómez Dávila. Frente al desenterramiento silencioso entre las
dos Españas, hay una tercera, cuarta y quinta Españas que vemos con asombro,
decepción y cabreo la amnistía que plantea un presidente en funciones para
conseguir los votos que le faltan. ¿Por España? ¿Por cuál? ¿La primera, la
segunda… la quinta? No, por su propio interés. ¡Puro embuste! Es pernicioso.
Para él pide uno un destierro con ruido, con el mismo ruido que él mismo
procuró para el desentierro de un dictador. Se lo ha ganado a pulso.
—Me aburres.
—Ya te avisé. Una golondrina sola
no hace verano.
Michael Thallium
Ganado a pulso
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). Ganado a pulso. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV34). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/11/ganado-pulso.html
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Fantástico texto lleno de ingenio y sentido del humor para abordar esta infamia que es la amnistía y el acuerdo de la imposición.
ResponderEliminarGracias por ese amable comentario.
EliminarGenial leer algo escrito con humor, ingenio y nueva mirada, tan poco frecuente en este tema.
ResponderEliminarAgradecido por el comentario.
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