El privilegio de la calma
Recientes conversaciones me han hecho reflexionar acerca de lo arduo que es relatar y justificar fenómenos opresivos que a uno le atraviesan, exponer cómo (consideras que) funcionan desde una perspectiva encarnada, un pasado incardinado en el trauma resultante de ese sistema social psicosomáticamente dañino. Sin embargo, también me he percatado de cómo esta dificultad debe ser ignorada para dar paso a un discurso calmado, objetivo, instructivo. La vehemencia y el dolor en el discurso solo aminora la importancia del argumento de este, pues como reza la famosa frase: «si se pierden las formas, se pierde la razón». Esta columna pretende pensar acerca de la presión por articular un discurso razonado, sosegado y correctamente argumentado y sus consecuencias ante un empuje emocional y pasional relevante en el propio discurso. Así, quiero demostrar en esta somera cavilación que, en numerosas ocasiones, la calma nace del privilegio de vivir ajeno a ciertas estructuras represivas.
El todavía vigente ensalzamiento de la Razón requiere desatender y negar las emociones para ser capaces de llegar a una verdad objetiva de la realidad alejada de juicios subjetivos. Sin embargo, los sentimientos son catalizadores y resultados de la mediación cognitiva con el mundo que nos rodea, son el principio y el fin del proceso político en tanto que rigen las necesidades y deseos que deben ser atendidos por la comunidad. Aunque el proceso de razonamiento y aplicación de normas lógicas al discurso sea imprescindible para un buen funcionamiento del diálogo, la empatía y los mecanismos de nutrición y construcción de una sociedad, las emociones también juegan un papel fundamental en ello como dispositivos de encarnación y simbolización de las experiencias que modelan la realidad. Es iluso y dañino considerar que el ser humano puede emitir juicios de forma objetiva cuando, como bien sostiene Haraway (1991), el conocimiento es situado (lo que significa que responde a coordenadas espaciales, temporales, personales y comunitarias) y, por tanto, su proyección discursiva está mediada por esa situación.
Así, lo personal es político, ya lo decían las feministas de la primera ola, y lo político es personal en tanto que las emociones pueden guiarnos hacia mejores futuros a través del proceso complejo y vigorizante de concienciación de los sistemas que nos atraviesan y determinan nuestras realidades. Esto es precisamente lo que demuestra la importancia que reside en escuchar a nuestras emociones, pero sobre todo entender aquellas que están desbordándose de las palabras de personas que han vivido esos sistemas. Más allá del posible ejercicio de autocontrol que pueda facilitar y amenizar la digestión externa (e interna) de las historias opresivas que contamos, merecemos relatarlas con vehemencia, desorden y dolor porque son vestigios de quienes fuimos y en quienes devinimos. Esperar de alguien, que ha sufrido momentánea o crónicamente una represión con consecuencias psicosomáticas, la articulación sosegada de sus memorias es ignorar la carga emocional que estas conllevan y la trascendencia política del flujo sentimental producido. Entonces, ser capaz de hablar sobre una estructura de opresión desde la calma y la supuesta objetividad no solo proviene de una (consciente o inconsciente) incomprensión de la naturaleza real del conocimiento humano sino del privilegio que supone no cargar con ese bagaje emocional, resultado de una historia sofocante de opresión.
Orquestar el discurso en torno a la opresión con la pretensión de razonarlo y argumentarlo adecuadamente es deseable, mas no siempre posible ni recomendable, pues a veces es necesaria la pasión en el discurso para hacer entender la gravedad del sistema opresivo del que se habla. Por último, que no menos importante, querría señalar que el privilegio de la calma también nace de la irresponsable expectativa de que aquellas víctimas de las estructuras referenciadas instruyan en estos sistemas a las personas no implicadas. Así, esperar plácidamente a que seas educado es una descarada forma de eximirte de responsabilidad de comprender el mundo que te rodea para justificar una actitud pasiva, altiva y despreocupada hacia las vivencias del resto. La curiosidad, en tanto práctica de respeto y entendimiento, es nutritiva, pero la respuesta a ella no procede desde esa empatía y es difícil por ello mantener siempre una calma pedagógica, pues hacerlo, en resumidas cuentas, es una cuestión o de mucho trabajo psicológico o de un afortunado pero peligroso privilegio.
Ceres López García
El privilegio de la calma
P.D: Aunque considero que todos somos atravesados por los sistemas opresivos que enmarcan las dinámicas sociales, aquí me refiero al privilegio de que lo haga oblicuamente y no directamente. Aunque esta dicotomía es necesariamente debatible, facilita la comprensión del fenómeno expuesto y por esto es utilizada.
Bibliografía
- Haraway, D. (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Cátedra.
Cómo citar este artículo: LÓPEZ GARCÍA, CERES (2023). El privilegio de la calma. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CL11). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/10/el-privilegio-de-la-calma.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario