MANUSCRITO CARTA DE ABEL SÁNCHEZ
Adelina Natalia Demeterca
Introducción
Este texto pretende exponer la otra cara de la moneda de la obra Abel Sánchez del gran escritor vasco Miguel de Unamuno, obra en la cual se retrata la vida de Joaquín Monegro y su dolor y envidia hacia su hermano de nacimiento, pero no de sangre Abel Sánchez. Está contado desde la perspectiva de Joaquín y es una obvia referencia a la historia que aparece en el capítulo del Génesis de la Biblia, la historia de Caín y Abel, la cual se menciona varias veces a lo largo de toda la narración original.
Ya que Unamuno relata la angustia
de Joaquín y sus oscuros deseos de terminar con la vida de Abel por la
estranguladora sensación de inferioridad, me parecía oportuno relatar la
angustia del niño prodigio que sufre Abel y que igual de estranguladora es la
sensación de siempre tener que estar en la cima.
La carta de Abel:
Querido Joaquín,
Hace mucho que no oigo de ti, no
sé si sigues respirando o por el contrario te encuentras a dos metros bajo
tierra. Con la esperanza de que te llegue y la leas, te hago entrega de esta
carta. Sé que tuvimos una relación complicada caracterizada por secretismos y pecados
capitales, he de admitir que siempre sentí cariño hacia ti, aunque nuestros
caminos se hayan separado de la manera que menos hubiera deseado.
Siempre tuve una ligera sospecha
del resentimiento que sentías hacia mí y siempre miré a otra parte, también intenté
mirar a otra parte cuando descubrí que sentía ese mismo resentimiento hacia ti
y hacia mí mismo. Quería pedirte que me disculpes si es que cabe en tu alma,
siempre supe lo que decían de ambos y nunca alcé la voz para hacerte sentir
merecedor de buenas palabras. Las buenas lenguas eran mi orgullo y las malas
lenguas eran tu castigo, siempre has sido rebajado y, aún habiéndome jurado como
tu hermano, nunca tuve el valor para defenderte. Sé que no me perdonarías, pero
espero que, aunque tú no lo hagas, Dios vea el arrepentimiento en estas palabras
y consiga ascender a su lado, para que cuando ambos demos nuestro último suspiro pueda dedicar la eternidad a merecer tu perdón.
El motivo de mi silencio es mi
mayor pecado, guiábame la sed de gloria dondequiera que iba y cualquier cosa
que hiciere. Cada palabra alabando mi trabajo o mi carismática personalidad,
alimentaba al niño hambriento de mi interior, y cada palabra que a ti te
degradaba me hacía sentir superior. Si hubiese yo hablado, me hubiese quedado
sin esas palabras y hubiese muerto por falta de los nutrientes que alimentaban
mi bestia.
Viví para la afirmación de los
demás y me temo que moriré para ella también, siempre fui tratado como prodigio
y por el temor de decepcionar, me aseguré de estar siempre en la cima de la
montaña. Fui dichoso al tener un talento que me permitía tener el aplauso del
público, fui considerado el mejor pintor que nuestra zona haya visto. Recuerdo
cuando me hablaste de tu prima y estaba feliz de que amaras a alguien más que a
ti mismo, porque advertía lo triste y solitario que eras, pero me la
presentaste y me di cuenta de que mujer más bella que ella no iba a conseguir.
Consecuencia de aquella obsesión de siempre estar encima de cualquiera, decidí
hacerla mi mujer. Nunca la amé, solo amaba la satisfacción que me proporcionaba
ser vistos como la pareja perfecta, ser vistos como el artista y su musa, todo
era perfecto hasta que tú también fuiste exitoso. “El mejor médico que había
existido” decían ahora las buenas lenguas, había surgido entre nosotros un
exitoso médico que estaba casado con una bella mujer que por primera vez en su
vida había recibido elogios. Me ardía que la atención se hubiera desplazado a
ti, pero a mi suerte la población seguía estando de acuerdo en que yo era el agradable
y el sonriente Abel, y tú el frío y antipático Joaquín. Necesitaba hacer que las
miradas volvieran a mí, así que tuve un hijo. El pueblo esperaba que fuera un
gran pintor como el padre y ese posible futuro se incrustó en mi mente como una
mala sanguijuela, era algo que me negaba a aceptar siquiera en muerte. Así es,
sentía rencor hacia mi propio hijo, no me avergüenza admitir haber sido un mal padre,
pero me avergüenza admitir que eché la culpa de ese rencor a una criatura
inocente. Por gracia o por desgracia se dio a la medicina y no al arte, y como
es natural fuiste tú el maestro de esa joven mente, te llamó padre y tú le
llamaste hijo, aún teniendo tú a tu hija Joaquina.
Ambos renegamos a nuestra propia
sangre, pero tú me robaste al que iba a ser mi orgullo y el pueblo lo veía más
tuyo que mío, quedé huérfano. No me podía permitir perder mi prestigió y de ahí
pinté mi gran obra “asesinato de Abel a manos de Caín”, aún yo siendo artista
que no disfruta de su arte pensé que ese cuadro iba de ser inmortal por su
perfección. Parecía que te agradó tanto que hiciste una cena en su honor,
hiciste un discurso, ¡y qué discurso! Todo el mundo te aplaudió y estuvo
hablando de ti durante semanas ¡semanas! Mi obra quedó atrás y lo único que era
aclamado era el significado que le habías dado.
No paraba yo de repetir que no
entendía la obra hasta que no alzaste tu voz, repetía para odiar menos el hurto
de atención que había cometido, te daba el crédito de mi obra con la esperanza
de que se acabara tu gloria. Necesitaba esa gloria, ¡la necesitaba más que al
agua o al aire! Necesitaba la gloria porque era lo único que había conocido desde
que nací; si perdía eso, perdía la vida, me había esforzado para perfeccionar mi
técnica y ampliar mis conocimientos y asombrar más. Nadie en esta tierra sabe
la cantidad de obras quemadas para que no quede prueba de mis errores ¡nadie!
Nadie sabe que me negué a explicar a mi hijo Abelín mi trabajo para no ser
recordado como “Abel padre, el malo”.
Hiciste a mi hijo casarse con tu
hija y supe que no era una alianza sino una declaración de guerra, la única
forma para relacionarte con Abelín y no perderlo era uniéndolo a ti mediante
lazos de sangre. Nunca expresé mi desagrado injustificado hacia ti, nunca lo
hice para no romper mi imagen de persona agradable e ideal para cualquier hija
de burgués. Sentía verdadero vacío, no sentía pasión ni amor por nada ni nadie,
ni por mi propio hijo ni por la mujer a la que juré pasar el resto de mi vida a
su lado. Cada día te esforzabas menos para encubrir el hecho de que me
repudiabas tanto como yo a ti, aunque yo siempre tuve esa faceta de hermano
preocupado. Se acabó destapando del todo cuando nació nuestro nieto, hiciste lo
imposible para llamarlo como tú, era el abuelo favorito y no soportabas seguir
siendo el segundo, era una historia que ya te sabías muy bien porque te la
contaba yo. Me aprovechaba de mis dotes artísticas para cautivar a la cría,
todo lo que pedía yo lo dibujaba, todo lo que decía yo adulaba. Creció con las
buenas y malas lenguas, creció con el cálido Abel y el frío Joaquín, así que me
prefería a mí siempre. Te vi rogar y suplicar por su cariño, y le vi rechazar y
esquivar tus palabras para correr hacia mí, ese fue el culmen de tu odio hacia
mí, no pudiste esconderlo más.
En una de nuestras recurrentes
cenas familiares en las que nadie disfrutaba de la compañía de ningún otro,
estallaste, me maldijiste por arruinar tu vida, me suplicaste que me fuera para
ser el abuelo favorito y el primero en algo antes de que dieras tu último
suspiro. Aún sabiendo que lo que decías era verdad y que arruiné tu vida, lo
negué, calmadamente te dije que necesitabas ayuda y que no estabas bien, que la
envidia te había consumido ya del todo y que no quedaba más Joaquín dentro de
ti. Podría haberme disculpado, podría haberte dejado ser feliz por primera y
única vez en tu vida, pero no tuve la valentía, te condené a morir infeliz y
solo. Estuvimos de acuerdo entre todos en internarte en un psiquiátrico solo
para librarnos de ti y de la mala hierba que yo mismo sembré en ti cuando nadie
miraba, ¡peor aún!, cuando todos miraban.
Es tarde, mi corazón no late cómo
antes y creo que no me queda mucha sangre más que bombear. Fui ruin, fui cruel,
por dentro estaba podrido, pero por fuera era regado con la admiración de los
demás, perdóname por favor, si estás leyendo esto antes de que cierres los ojos
y no los vuelvas a abrir busca algún lugar en tu machacada alma para
perdonarme.
Con cariño, Abel Sánchez.
Adelina Natalia Demeterca
Manuscrito carta Abel Sánchez
Cómo citar este artículo: NATALIA DEMETERCA, ADELINA.
(2023). Manuscrito carta Abel Sánchez. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año
2, (LIT09). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.
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