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Querer ser monstruos

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Querer ser monstruos

El periplo identitario de personas disidentes atraviesa en numerosas ocasiones la reapropiación de injuriosos apelativos, o sea, la autodenominación a través de aquellos insultos que las han enmarcado en la monstruosidad. Así, en estos colectivos se han asentado históricamente prácticas de creación y apoderamiento de símbolos de diversa naturaleza (lingüísticos, visuales, auditivos, etc.) que, aun habiendo algunos detentado vectores de opresión y exclusión, han tejido redes de inclusión vitales para la supervivencia y florecimiento de las personas implicadas. Pero ¿por qué, ante una plausible y dañina internalización de la monstruosidad apelada, estos colectivos deciden hablar(se) en estos términos? Intentaré esbozar en la columna de hoy las razones detrás de este incomprendido fenómeno y reflexionar acerca de sus peligros y beneficios. 
Dice Butler que «ser interpelado/a… puede oírse o interpretarse como una afirmación o un insulto, dependiendo del contexto en que se produzca la interpelación» (Butler, 2010). O sea, ser nombrado puede tener dos posibles modalidades: una contestataria, habilitante y otra patologizante, paralizadora. Mientras que esta última pretende reducir la totalidad de la persona a una identidad concreta que se alinea con las políticas de control de la vida, la primera pretende reterritorializar subversivamente esta identidad, o sea, resignificarla de forma revolucionaria. Esto se lleva a cabo haciendo uso del mismo poder que ha sido ejercido en contra de una significación emancipadora y respetuosa, pues como bien analizó Foucault, «el aparato disciplinario produce sujetos pero, como consecuencia de esa producción, introduce en el discurso las condiciones para subvertirlo» (idem). De este modo, es posible invertir la modalidad y controlar la interpelación presente y futura (e incluso pasada), pues cuando los colectivos se autodenominan con insultos realizan una transformación semántica de estos, en pos de una definición monstruosa que asiente prácticas revolucionarias y una defensa gozosa que cuaje políticas de (auto)cuidado.
Así, la reapropiación de apelativos denigrantes se concibe como la explotación del mecanismo que los ha fabricado para marginalizar y patologizar sujetos en pro de incluir y habilitar monstruos. Y es que, ante la preocupación por la asimilación de la monstruosidad apelada, debo decir dos cosas: la primera es que «cualquier movilización contra el sometimiento habrá de partir de él y…la vinculación [paradójica] a la interpelación injuriosa se convertirá en la condición que haga posible su resignificación» (idem), y la segunda es que acoger la monstruosidad como motor colectivo-individual (transindividual) es conveniente en la quiebra de la normatividad como ejercicio rebelde y liberador de visibilización y ampliación de los márgenes. De este modo, los colectivos disidentes deciden hablar(se) en estos términos porque rechazan la normatividad pudorosa y desean que el resto también lo haga. 
Sin embargo, aunque la autodenominación mediante apelativos ofensivos puede ser emancipadora, también es común su viraje hacia la fetichización de las políticas identitarias. Así, la «adhesión paradójica a los apelativos injuriosos» es eventualmente sintomática de prácticas que incurren en identitarismos. Lo problemático de estos es que juegan con la homogeneización y totalización de la identidad, en tanto que pretenden constreñir la totalidad de sujetos diversos en un marco de rasgos concretos limitantes. Ante no constituirse socialmente por haber sido marginalizadas de los procesos subjetivadores, las personas disidentes «se aferra[n] a cualquier término que [les] confiera existencia» (idem) y esto debe ser visibilizado y analizado críticamente, pues suele responder a los «requerimientos del estado liberal…[que] asumen que la afirmación y reivindicación de derechos solo puede hacerse desde una identidad singular y agraviada» (idem). Así, desde aquí quiero animar a la incoherencia identitaria y el desquite del uso racional de los apelativos pues, si la gramática del poder nos vincula irremediablemente a él, lo único que nos queda es jugar con y batallar contra ella.
Para concluir, quiero entonces señalar la importancia del uso de estos apelativos en la construcción de comunidades disidentes y proyectos subversivos, así como avisar que el reclamo de su monopolio, aun con matices problemáticos, nace del deseo de articular epistemes que acojan las vidas de estas comunidades para reconocerse sujetos. Espero que la columna de hoy haya ayudado a explicar este fenómeno y es que, aunque nos hayan dañado insinuándonos monstruos, politizar nuestra lucha requerirá, paradójicamente, querer serlo.

Ceres López García

Querer ser monstruos

Bibliografía
- BUTLER, J. (2010). Mecanismos psíquicos del poder. Feminismos, Cátedra.

Cómo citar este artículo: LÓPEZ GARCÍA, CERES (2023). Querer ser monstruos. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca IAño 2, (CL9). ISSN ed. electrónica: 2952-4105https://www.numinisrevista.com/2023/08/querer-ser-monstruos.html

2 comentarios:

  1. Como en todas tus columnas de opinión abres puertas a pensar más allá de las cosas cotidianas y pararse a pensar que hay lecturas diferentes que nunca hacemos de ciertas cosas. Como bien dices en esta columna usar los términos que muchos lanzan sobre algunos colectivos es entrar dentro del círculo lingüístico que usan los mediocres Enhorabuena.

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  2. Excelente idea la de dar visibilidad a este fenómeno.
    Si decirte bajo mi humilde opinión que podrías intentar acercar parte de tu lenguaje a la mayoría de de posibles lectores.
    Aún así excelente columna.

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