La felicidad como estado transitorio
No existe la felicidad en tanto que estado absoluto. El mero hecho de compartir una afirmación como tal genera cierto dolor en mi interior. Fui criada en un ambiente católico y, por tanto, embadurnada del consuelo existencial que genera la religión. Me concedieron la posibilidad de descanso sobre un Ser que siempre quiere y acompaña, un eterno padre con el que siempre se puede ser pequeño y vulnerable. Eliminaron la muerte en tanto que fin y sentido vital, y la dotaron de esta acepción del camino todavía no transitado. Dicha senda, encerraba la mayor de las promesas: la opción de una felicidad, ya no terrenal, sino celeste, divina, pura, trascendente, absoluta.
Antes de proceder al cuerpo de la reflexión, he de alertar de que no planteo hacer un alegato a favor de una visión ateísta, pero debo aclarar que esa es la perspectiva desde la que parto. Por ahora, al menos, solo quiero centrarme en aquella experiencia de la que tengo, al menos, una mera certeza y que se identifica con una forma de existencia vital fenoménica que ahora me ocupa. En ella, la materia nos recorre a todos como única posibilidad, aunque con diferentes disfraces. El cuerpo es el vestido que adopta la subjetividad presente, con todos los matices tecnológicos que siguen surgiendo y que modifican el acceso al mundo. Se parte de la premisa de que, si hablamos de emociones, o de estados algo más complejos como la felicidad, no pueden estos plantearse si no es corporalmente. La felicidad, como tantos otros sentimientos, no es algo que se racionalice, no es algo que se relegue al espíritu: naturalmente, es una sensación hormonal, que se percibe con las vísceras y con las entrañas.
Sujeta carnalmente, la felicidad no puede formularse como absoluta: como estado no sujeto al cambio y a la mutabilidad. La felicidad es aquel estado que solo se concibe bajo el descubrimiento de la contradicción del mundo y el aprendizaje al navegar entre las aguas del devenir. La felicidad es el poso de la adquisición de un modo de vivir, de una vivencia que se torna estable en su recepción ante la inestabilidad: que sabe del dolor, sabe del envejecimiento, sabe de la enfermedad y sabe de la muerte. Las cuatro colisiones con la realidad que revelan la existencia del cambio y que permiten anclarse en tanto que todos somos siervos de las mismas.
La felicidad como estado transitorio es una verdad difícil de aceptar, puesto que si se tiene en frente la posibilidad de un estado absoluto inalcanzable, todos trataremos de estirar nuestros dedos y alcanzar este último. El problema reside en que, desde la propia corporalidad, estados como aquellos no tienen sentido. En la tierra, los clímax más intensos solo son percibidos efímeramente. Hay quien replicará que la felicidad absoluta no coincide con un placer carnal, aunque este sea extremo. Lo que no se entiende desde esta postura, es que lo que se percibe desde su perspectiva como felicidad espiritual, siguen siendo, como ya hemos mencionado, estados corporales por los que se transita. Si eliminamos el cuerpo, eliminamos la posibilidad de sentir dicho estado. La felicidad solo tiene sentido en tanto que estado transitorio, y es en tanto que así, que es verdaderamente alcanzable y disfrutable estéticamente. Solo cuando participa del contraste con otras sensaciones es que es capaz de forjarse esta delicada pero fuerte experiencia de la felicidad transitoria.
María Sancho de Pedro
La felicidad como estado transitorio.
Bibliografía
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- MERLEAU PONTY, M. (1996) Fenomenología de la percepción, Península.
- NIETZSCHE, F. (1996). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos.
- PASCAL, B. (2015) Pensamientos, Alianza Editoral.
- SCHAEFFER, J.M. (2009). El fin de la tesis de la excepción humana, Fondo de Cultura Económica.
- SCHAEFFER, J. (2000). Adiós a la estética. La bolsa de la Medusa.
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). La felicidad como estado transitorio. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CL36). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/07/la-felicidad-como-estado-transitorio.html
Muy guay!
ResponderEliminarSi en el cielo hay hurís y vino, como dice el mulá,
ResponderEliminarnuestro premio en lo alto será beber y amar.
Yo comienzo a gozar y vaciar copas en vida,
disponiendo mi alma al placer de allí arriba.
Omar Jayam