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Manifiesto contraposturista

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Réplica al «Manifiesto posturista» de Pavlo Verde Ortega

Hace dos meses y medio, el joven boaleño, boalero o, mejor dicho, bobalense, Pablo Verde, publicó en esta misma revista una breve entrada titulada ‘Manifiesto Posturista’. En tal manifiesto, el autor critica la jerarquización turística de ciertos territorios sobre otros en lo que llamó ‘supremacismo topológico’. Frente a ello, propone una suerte de discriminación positiva hacia aquellos territorios con baja o nula atracción turística tratando de fomentar el turismo hacia tales espacios históricamente degradados, como las rotondas de Navalcarnero. Ciertamente, debo admitir que la elección de su título, ‘posturismo’, es magnífica en al menos dos sentidos. En primer lugar, porque como bien indica: ‘el posturismo NO es enemigo del turismo ni contrario al mismo y es capaz de convivir e incluso de hibridarse con él […] está frente -nunca contra- la turistización de la vida’. En segundo lugar, porque es un manifiesto propio de alguien asiduamente practicante del postureo, de hecho, la misma propuesta, que se presenta públicamente como crítica y militante, abraza fálicamente el paradigma hegemónico del turismo, como quien lleva una camiseta del Che Guevara. El joven y por qué no, verde, Verde practica así el turismo en su sentido etimológico, touring, puesto que hace una gira para volver finalmente al mismo punto.

El paradigma actual del turismo está atravesado por un individualismo que el manifiesto posturista rescata. En este caso, aquello que se prioriza sobre el resto de cuestiones es la satisfacción del turista; de hecho, Verde acaba admitiendo que las finalidades del posturismo son lúdicas y artísticas. En ambos casos, se produce una centralización colonialista, si se me permite el término, del sujeto visitante o, mejor dicho, conquistador. Aquello que Verde, desde su palacete de El Boalo, olvida, no es sino los intereses de las comunidades que habitan los territorios visitados. Rompiendo una lanza en favor de su manifiesto, desde sus vidrieras de la sierra difícilmente podrá verse el impacto que tiene el turismo en los barrios de la capital. No se me malinterprete, creo que la visita dignifica aquello que es visitado, por ejemplo, cuando se visita a un familiar o un amigo lejano. Sin embargo, el (pos)turismo rompe radicalmente las lógicas de la visita en tres puntos: no se produce una invitación por parte de quien habita el lugar, el impacto del turista tiende a empeorar las condiciones de vida del habitante y el habitante se desubjetiva para devenir en objeto espectacularizado.

El (pos)turismo tiene las raíces marchitas en tanto la excursión comienza desde el hogar del (pos)turista, que contacta con una agencia de viajes o decide seguir un modelo Airbnb para ir a un destino que desconoce. Se trata de la incursión en un lugar que no es propio alterando las lógicas de quienes allí viven únicamente para satisfacerse a uno mismo, a menudo, bajo la excusa de querer ver mundo o en el caso de Verde, quizás, por tener una excusa para salir de su afligido pueblo. Este capricho para quienes pueden permitírselo se suele justificar arguyendo que crean trabajo allí donde los (pos)turistas van; sin embargo, encontramos que no sólo es una actividad sobreproductora de trabajos precarios, sino también de fuertes cambios sociales en materia de precio de recursos básicos como la vivienda, la alimentación de proximidad o el transporte. El caso paradigmático de precarización es el famoso sector de la hostelería y respecto a los cambios culturales, no puedo sino hablar de la gentrificación turística por el síndrome de Venecia. Si Verde bajase de su torre de marfil, la sierra de Madrid, encontraría pintadas criticando la turistización de los barrios que conforman el centro de Madrid, especialmente en zonas profundamente gentrificadas como Lavapiés o Malasaña. En estos barrios, no sólo quienes trabajan para el turismo viven situaciones de verdadera precariedad, sino que también, quienes allí habitan se ven obligados a convivir con las consecuencias del turismo, no hay un afuera del turismo allí donde se normaliza: precios altos, calles sobresaturadas, ruido... De hecho, el encarecimiento del nivel de vida (re)produce este ciclo obligando a quienes allí viven a aceptar trabajos precarios para poder asumir el coste de vida de allí donde nacieron. De esta forma, el posturismo incorpora en su discurso la deseabilidad de que un territorio sea turificado quizás bajo el lema de ‘el turismo genera riqueza’, ahora bien, ¿riqueza para quién? ¿y a qué precio para quienes allí habitan? La estetización de un lugar, que en el manifiesto alaba, no da cuenta de las relaciones que se están dando allí y cómo la presencia de turistas, con lo que eso conlleva, transforma las dinámicas del lugar.

Bien podrían decirme que el (pos)turismo lo que pretende, precisamente, es evitar la saturación de esos lugares, buscando la diseminación del turismo por las distintas partes de un territorio. Esto tiene ciertamente poca agencialidad política en la práctica, dado que hay zonas que son intransitables o cuyo tránsito es indeseable al no estar preparado para ello, por ejemplo, cuando no tienen lugares de sombra o de pernocta. Sin embargo, plantea una cuestión mayor: al no criticar la dimensión espectacular del turismo actual, subjetiva al habitante, en última instancia, como un objeto de exposición. Quizás un ejemplo de ello son las pequeñas comunidades africanas, cuya pobreza se ha romantizado y pornografiado en las últimas décadas; en estos casos, las familias africanas abandonan sus labores habituales para practicar lo pornográfico, es decir, aquello que el visitante espera ver del sitio. No hay sorpresas, el lugar se reterritorializa en una mercancía, en un producto de consumo preparado para el visitante en cuestión.

La suavidad del joven bobalense le hace parecer ingenuo: este manifiesto contraposturista no se sitúa frente al (pos)turismo, sino contra el mismo. ¡Basta ya de migraciones caprichosas que calientan el planeta y ahondan las desigualdades! Reivindiquemos, frente al turismo, la visita basada en la convivencia con personas que te invitan a su cotidianeidad imponiendo sus condiciones, es decir, situando en el centro a quien habita. Es imprescindible dar la vuelta a esta forma de colonialismo clasista que hemos normalizado hasta el punto en el que todo vale por viajar en verano, a menudo, para mostrar en redes sociales un nivel de vida que no es materialmente el propio bajo el precio de empeorar el nivel de vida de quienes pertenecen, quizás, a tu clase social.

¿Quieres probar cosas nuevas? Entabla una relación con tu vecino. ¿Quizás otras culturas? Conoce personas y espera a que te inviten a sus tierras. ¿Te gusta el arte? Prueba a visitar antes los museos de tu ciudad ¿Eres religioso? Deja de serlo. ¿Quieres hacer nuevos deportes? Explora las actividades del gimnasio de tu barrio, pero deja de explotar las vidas y culturas de quienes nada tienen que ver contigo para satisfacer tus antojos, fantasías y aficiones, ¡turista, lárgate, que aquí nadie te ha invitado!


Quiero dar mis agradecimientos a mi amigo Pablo Verde, por abrir este debate y permitirme publicar en su columna semanal.


Manuel García Domínguez

Manifiesto contraposturista


Cómo citar este artículo: GARCÍA DOMÍNGUEZ, MANUEL. (2023). Manifiesto contraposturista. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CM2). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.

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2 comentarios:

  1. ¡Excelente crítica! Entre aristócratas se ve que nos entendemos a pesar del disenso. Algún día llegará la contrarréplica. De momento, no te duermas en los laureles.

    Pavlo.

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  2. María Sancho de Pedro13 de julio de 2023, 13:31

    Me hace ilusión ver como dos compañeros dialogan y abren una discusión tan interesante y necesaria

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