Una cualidad generizada del humano
La columna de hoy nace con la intención de contraargumentar la columna La condición sexuada del hombre, publicada el 17 de mayo de 2023 por Tomás Bravo Gutiérrez (https://www.numinisrevista.com/2023/05/La-condicion-sexuada-del-hombre.html). Así, se estructura como un diálogo entre esta columna y mi respuesta, intentando articular la última en torno a la teoría feminista y queer. Antes de todo, querría avisar que no es mi intención atacar al autor de forma personal, sino abrir un debate que permita nutrir la cuestión sobre la cual versa su columna.
El autor comienza aseverando que “la sexualidad […] ha quedado relegada a la manera en que su sexo o, de otro modo, su orientación sexual se expresan”. Sin embargo, siempre ha tenido esta connotación. Desde que se tiene registro, el término ‘sexualidad’ define tanto el conjunto de condiciones fisiológicas y anatómicas de cada sexo, como el conjunto de prácticas y comportamientos relacionados con el placer y la reproducción. Además, afirma que “el hombre […] revela su significación y orientación corpóreo-sexual por medio de su condición sexuada”, ya pudiendo avistarse argumentos de corte innatista e inmovilista. Esto es, interpretar que el resultado del proceso de sexuación sobre el cuerpo, del cual hablaré más adelante, condiciona (como alude el título de la columna del autor) tanto la significación, o sea, la idea o imagen que evoca ese cuerpo, como la orientación corpóreo-sexual, o sea, la direccionalidad no solo del deseo sino de la propia configuración corporal, es asumir que hay una esencia innata en el sexo que prefigura las modulaciones ónticas del ser humano, arrebatando su agencia en favor de un inmovilismo cientificista.
Continúa sosteniendo que «mucho antes incluso de su constatación sexual, el niño o la niña por venir ya es -a priori- comprendido como tal». Este proceso de presexuación del bebé se limita, precisamente, a lo que él considera que es la «raíz de la significación corpórea del sexo, su genitalidad». Así, en los exámenes obstétricos se encuadra todo un espectro sexual en el reconocimiento de una genitalidad (externa), así como se asume (como el autor declara) que la «condición sexuada delimita y prefigura […] los modos propios de ser y estar, la manera en que interpreta y desarrolla su proyecto vital». Reanuda así una justificación esencialista e inmovilista del canon binario sexuado, del cual también hablaré más adelante. Esta fue sagazmente contraargumentada por la segunda ola feminista, que tomó como base la desarticulación del determinismo biológico (que asume que la condición sexuada del humano es precisamente eso, una condición, y por tanto un eje de configuración distinta y estricta del proyecto vital de cada sexo) que lleva a cabo Simone de Beauvoir en El segundo sexo. A partir de ella, la teoría feminista del momento consiguió visibilizar cómo inmovilizar a las subjetividades en unos roles o esencias «biológicamente derivados» no era sino un mecanismo para perpetuar la complementariedad jerárquica de sexos y, por ende, el statu quo cisheteropatriarcal fundamental para la coyuntura cientificista ilustrada.
Después el autor afirma que, según una distinción entre condición sexuada y sexual (con la cual, si la primera emerge con la intención de visibilizar el proceso de asociar unos caracteres selectamente asociados con la sexualidad a un cuerpo, estoy más que de acuerdo), «a ella [la condición sexuada] nos referimos constantemente para comprender la vida del hombre en su dimensión masculina y femenina, esencialmente desiguales y dependientes la una de la otra». Esta aseveración repite el paradigma esencialista que, historizable hasta las teologías judeocristianas, advierte unas características psíquico-corporales diferenciadas entre sexos y las constituye como naturales y complementarias en un proyecto cisheteronormativizador. Esto es, asumir que existe una esencia masculina y femenina es enunciar una diferenciación binaria que no solo erra al enfrascar en un dualismo sésil al ser (humano) y su proyección, sino que consolida los preceptos normativizadores cisheterosexuales al corresponder de forma perfecta ambos sexos y no citar otras (muy) posibles vías de relacionarse sexo-afectiva-ontológicamente con los demás y con une misme.
El autor reflexiona sobre cómo ‘el hombre’ «no encuentra […] su fundamento en la realidad» mientras que varón y mujer sí lo hacen. En cuanto a lo primero, asumir que no es comprobable de forma empírica ‘el hombre’ es desoír que, como también recordó Beauvoir, el Hombre (definido, si atendemos a la teoría psicoanalítica, como el portador universal del falo simbólico) se ha (auto)posicionado como el faro onto-epistemológico del resto de seres, o sea, ha significado históricamente la unidad de medida del ser, del saber, del poder y del género. En cuanto a lo segundo, responder desde un binarismo sexual históricamente construido bajo parámetros positivistas e intereses biopolíticos, como ha trabajado en profundidad Anne Fausto-Sterling en Cuerpos Sexuados, es conservar no solo la invisibilización de las personas intersexuales y sus consecuencias sanitario-políticas sino la postura cientificista que asume que interpretar la naturaleza no es un acto sociocultural, dinámico, histórico, sino un acto de precisión y objetividad. Ante esto, solo puedo citar a Judith Butler: «los cuerpos […] solo viven dentro de las constricciones productivas de ciertos esquemas de género altamente polarizados», pues el acceso que tenemos a la naturaleza es siempre situado, construido y sesgado, y el proceso de sexuación está mediado por las construcciones históricas de género (véase La construcción del sexo de Thomas Laqueur).
Luego, el autor observa que «la vida humana puede realizarse tanto desde una perspectiva teórico-analítica-existencial como desde una empírica-sintética-personal», constituyéndolas como «radicalmente distinta[s]» y tomando la «interpretación personal y proyectiva» como «único punto de vista posible desde el que fundar su realidad eidética». Esto me recuerda a la empresa de la fenomenología (el estudio filosófico que intenta explicar el ser y su consciencia mediante el análisis de los fenómenos inteligibles a la consciencia), mas obviando que todo fenómeno empírico, en tanto que relacionalidad entre el Uno y lo Otro, se configura performativamente, y por esto no hay una esencia previa, sino que las identidades (y corporeidades) que dialogan en la relacionalidad empírica están perpetuamente construyéndose a través precisamente de este diálogo (véase Cuerpos que importan de Judith Butler). Así, la operación fundacional eidética surge de una presuposición de una esencia estable y un formato epistémico capaz de acceder a ella, conformándola y fosilizándola, a través de la «condición de varón y de mujer» como sostiene el autor, en aras de perpetuar un sistema esencialista que justifique una fuerza anterior de cuyo devenir es imposible escapar.
El autor continúa afirmando que «la vida humana aparece realizada en dos formas profundamente distintas, por lo pronto dos realidades somáticas y psicofísicas bien distintas: varones y mujeres», desechando los profusos y exhaustivos estudios científicos (y prepondero esta perspectiva porque se ha instalado un monopolio epistémico de origen colonial del cual ha nacido la fe ciega en la Ciencia) que han demostrado las inconsistencias cualitativas y cuantitativas en los estudios históricos de diferencias psicosomáticas sexuales. Inconsistencias nacidas de intereses biopolíticos y económicos para inmovilizar un sistema colonial cisheterosexual (pues, como estudió Monique Wittig en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, la cisheterosexualidad es un régimen político y epistemológico, más allá de un paradigma sexo-identitario) de esencias binarizadas (véase Cuerpos Sexuados de A. Fausto-Sterling). Así, este sistema determinista, esencialista y universalizante se proyecta en el argumento del autor de que «el carácter sexuado del hombre, expresado en su determinación biológica, social, personal y proyectiva supone […] una dimensión […] esencial y determinante para la comprensión de […] la humanidad en general». Esto vuelve a inmovilizar al sujeto en su devenir vital, esencializa binariamente el espíritu humano y universaliza el paradigma sexo-generizador eurocéntrico ilustrado.
Después, el autor proclama que la «condición dual» del ser humano le obliga a «ser lo uno o lo otro puesto que su disyunción implica […] dependencia». Esta enunciación encierra de nuevo la asunción de que hay una esencia, una condición, que prefigura al sujeto en dos modos radicalmente distintos, subordinados (pues recordemos que todo proyecto esencialista binario nace de una justificación epistémica patriarcal) e ineludibles porque los entiende como polos co-constituyentes, mas olvida que, cuando estos polos son cuestionados y resignificados por prácticas subversivas, esta dependencia de raíces petrificadas se quiebra: observa que las esencias, si es que acaso las hay, son dinámicas, maleables, contingentes e infinitas y, aunque no totalmente agenciadas, puede haber flujos entre ellas. Así justamente es como es posible atender mejor la realidad trans*, que desafía los mineralizados paradigmas sexo-genéricos modernos en pos de un sujeto mutante, activo en su conformación óntica y no fijado (al menos no de forma inapelable) a unos intereses patriarcocentrados.
El autor prosigue sosteniendo que «los polos […] se construye[n] […] positivamente, que el uno sin el otro no pueden comprenderse en su totalidad; ambos se solicitan y reclaman». Además, asevera que «el carácter sexuado del hombre no se manifiesta, por tanto, primariamente de uno y posteriormente de otro». Este argumento soslaya las previamente citadas argumentaciones feministas que han comprendido que la realidad está androcentrada y que la mujer (en tanto que uno de los polos universalizados pero también como representante de todos aquellos sujetos alterizados) se construye, en su faz corpórea y ontológica, en base a la anterior construcción de esta en el hombre. Es el también citado falo simbólico (y su desplegado instrumento de dominación onto-epistemológica y sexo-afectiva, el pene) lo que ha vertebrado la realidad tal y como la conocemos (falocentrismo). Asumir que hay una igualdad en condiciones de construcción de la mujer y el hombre es invisibilizar el arrebato sistémico e histórico a sujetos subalternos de alternativos sistemas sígnicos que permitirían acceder a alternativos mundos epistémicos y ónticos, y con esto igualar de nuevo el devenir formador de los sujetos para naturalizar los soterrados intereses biopolíticos.
En la posterior afirmación del autor, opera de nuevo esta naturalización: «el hombre que es varón lo es sustancialmente, esto es, que es de un modo esencialmente distinto al del hombre que es mujer». De aquí se puede sostener que es imposible la trans*ición, pues lo que uno es, siempre lo será sustancialmente, mas la realidad es más compleja que esto y demuestra que, como dice el texto cuando asevera que «yo estoy en mi sexo […] desde esa instalación vivo vectorialmente», el sistema sexo/género, en tanto construcción histórica e interesada de un lugar de vectorialización vital, puede ser (y es) desafiado, pues el origen de coordenadas, la dirección o el objetivo son siempre modulables y pocas veces parametrizables. Además, insto a reconsiderar concretamente el lugar de enunciación, pues equiparar al ‘hombre’, aunque se haya señalado la no posible demostración empírica de este, con ‘el humano’ no solo tiene una historia muy específica de opresión sino unas consecuencias filosóficas radicalmente palpables.
El autor reanuda este determinismo biológico en su afirmación de que «la instalación sexuada ‘penetra, impregna y abarca’ estructuralmente el resto de dimensiones, realidades y funciones del varón y la mujer», pues no concibe que pueda haber un desplazamiento onto-epistémico situado sino que «el varón, como la mujer, contempla la realidad desde su perspectiva». Llegados a este punto, querría invocar al autor y preguntarle: 1) ¿Cuáles son las diferencias entre la dimensión masculina y femenina?; 2) ¿Cómo es que penetran tan radicalmente que no se pueden movilizar?, y 3) ¿Qué procesos biológicos determinan profundamente toda la realidad de cada sexo? A estas cuestiones tengo mis respuestas: 1) Ninguna, si no nos atenemos a un esencialismo de género jerarquizador y cisheteropatriarcal; 2) No lo hacen, porque en este caso sí es demostrable empíricamente que la mutación y la contingencia son propiedades de los sistemas construidos socio históricamente como lo son el sexo y el género, y 3) Ninguno, porque todos los resultados científicos que han ayudado a perpetuar el sistema binario de diferenciación radical entre sexos han sido desbancados progresivamente.
Para concluir, quiero tomar en consideración el proyecto de igualación de esencias sexo genéricas por parte del autor, no forzándolas a ser jerárquicas sino creyendo en su interdependencia ontológica. No obstante, y como creo haber argumentado, este objetivo se encuadra de nuevo en un sistema filosófico dualista, esencialista, determinista y cisheteropatriarcal, cuyos resultados son (como bien ha demostrado la historia) peligrosos, y cuya existencia se basa en la construcción intencionada de las condiciones óptimas para poder percibir la (supuesta) condición sexuada del hombre y el rechazo a la evidencia queer feminista de que esta última es, de hecho, una cualidad (más) generizada (por y) del humano.
Ceres López García
Una cualidad generizada del humano
Bibliografía
- BRAVO
GUTIÉRREZ, T. (2023). La condición sexuada del hombre. Núminis Revista
de Filosofía, Época I, Año 2, (CS27). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/la-condicion-sexuada-del-hombre.html
- BUTLER, J.
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- WITTIG, M.
(2005). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Egales.
Cómo citar este artículo: LÓPEZ GARCÍA, CERES (2023). Una cualidad generizada del humano. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CL6). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/06/una-cualidad-generizada-del-humano.html
Quizá deberías haber utilizado un lenguaje menos jergoso para facilitar la comunicación, pero es una respuesta oportuna y necesaria. Enhorabuena
ResponderEliminarBuenas! Sí es verdad que utilizo lenguaje técnico, pero en este caso lo sentí necesario para articular una precisa contraargumentación. Igualmente, lo tendré en cuenta en la próxima :). Muchísimas gracias por comentar, me alegro que te haya gustado
EliminarBuenas! Primero darte las gracias por haberte tomado el tiempo de leer mi crítica. Espero que haya sido nutritiva y constructiva. Un saludo :)
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