Sobre la ideología madrileña
No puedo decir: Madrid es mi tierra,
tengo que decir mi cemento,
-y lo siento-.
Gloria Fuertes.
Madrid es objeto de un culto persistente por parte de muchos nativos y foráneos que insisten en ver en sus luces, sus tiendas, su historia, monumentos y museos y su actividad en general con un sentimiento a medio camino entre el encanto y la pulsión consumista. No es que yo sea muy dado a estas mistificaciones, pero prefiero relativizar el hecho y considerarlo como parte de la generalizada devoción al mundo urbano y sus dinámicas propia de nuestros días, que afecta a otras tantas ciudades en todo el mundo (todas las ciudades felices, como las familias, se parecen unas a otras).
Uno de los pilares de ese culto es la idea de que Madrid (la capital y por extensión toda la Comunidad, que no deja de ser, salvo quizás la Sierra Norte, un apéndice de aquella) es un lugar acogedor que recibe a todos los forasteros con los brazos abiertos y la tolerancia por bandera. Nuevamente, no creo que sea algo específico de Madrid y se puede enmarcar dentro de la retórica estereotipada que confronta la apertura y el dinamismo de las ciudades con la endogamia y la cerrazón del medio rural. No obstante, el caso de la capital de España me resulta especialmente acentuado, al menos a nivel estatal, y quisiera centrarme en él y en cómo ha moldeado en las últimas décadas el imaginario político de la Comunidad Autónoma a la que da nombre.
Bautizo como «ideología madrileña» al relato que ve a la ciudad como una gran gatera que acoge a todos sus gatos (así son apodados los madrileños) sin importar el origen de estos. Según el mismo, Madrid (ciudad y comunidad) no puede permitirse hacer distinciones entre autóctonos e inmigrados porque es en sí misma una ciudad de recién llegados. Se calcula que la mitad de la población de la capital ha nacido fuera de la misma y es inusual encontrar jóvenes nacidos en Madrid con sus cuatro abuelos también madrileños de origen. Ya desde que fuera nombrada capital del Reino por Felipe II la Villa y Corte, que hasta entonces había sido una población más bien secundaria en el mapa nacional, también en lo demográfico, ha estado habituada a recibir personas venidas de otras partes del país.
Fue, sin embargo, en el siglo XX, y en especial
durante la posguerra, cuando Madrid y su periferia se convirtieron en un foco
de la inmigración venida principalmente de las zonas rurales y
empobrecidas de Extremadura y las Castillas, pero también de Aragón o Galicia,
debido a la promesa de empleo y mayor desarrollo económico e industrial de la
capital, solo comparables al del País Vasco
y Cataluña, los otros dos grandes receptores de inmigración interior en
aquellos días. Precisamente por oposición a estas dos regiones es como podemos
perfilar la ideología madrileña. ¿En qué sentido? País Vasco y Cataluña son
comunidades con cultura, identidad y lengua propias (el euskera y el
catalán, respectivamente). Cuando en las décadas de los 50 y 60 los inmigrantes
llegados de regiones de habla castellana se asentaron en las
periferias de las grandes ciudades vascas (Bilbao) y catalanas (Barcelona y
Tarragona) se les recibió sin grandes impedimentos, pues a fin de cuentas eran
mano de obra necesaria para reactivar una economía estragada por la guerra
civil. No obstante, siempre hubo hacia
ellos un sensible recelo que se tradujo en una retórica a veces xenófoba que
veía a los recién llegados como una amenaza para pervivencia de la lengua y
cultura autóctonas, ya de por sí estragadas por la política homogeneizadora,
nacionalista y centralista del franquismo. Así, se reavivaron dos vocablos de
viejo cuño en euskera y catalán para referirse de manera despectiva a los
inmigrantes hispanohablantes: maketo y xarnego (castellanizado
como «charnego»), respectivamente.
Mientras tanto, ¿qué estaba pasando en Madrid? Si los emigrados al Euskadi eran maketos y los emigrados a Cataluya eran xarnegos, los emigrados a Madrid eran… madrileños. Según la ideología madrileña, amparándose en hechos como que, en efecto, en Madrid carecemos de una palabra análoga a las que acabo de mencionar, Madrid dispensó a sus nuevos pobladores un trato más humano y abierto que las otros dos regiones receptoras de inmigración. Así con todo en adelante. Frente a la hostilidad de otras partes del país, la capital era y es el lugar donde cualquiera puede integrarse con facilidad.
No obstante, esta es la gran trampa de Madrid, en la que su izquierda ha caído al asumir el discurso integrador sin cuestionarlo (véase la conversación en El País entre Íñigo Errejón y Ángel Gabilondo, candidatos por partidos progresistas a las elecciones autonómicas de 2019, para confirmarlo). No pretendo excusar en absoluto el nacionalismo vasco y catalán en sus manifestaciones más integristas y defensoras de una supuesta pureza nacional, pues son execrables, pero hay que entender que debajo de palabras como xarnego y maketo había ante todo una discriminación que no era cultural o lingüística, sino de clase. Los inmigrantes llegados a estas regiones, además de castellanohablantes, eran pobres y proletarios y el temor que aparentemente les inspiraban a los catalanes y vascos autóctonos (mayoritariamente a los burgueses) era en el fondo una aporofobia maquillada con xenofobia.
En Madrid, al carecer de una percepción semejante de los recién llegados, su estatus ha sido mucho más fluctuante. Por un lado no ha impedido que, sobre todo en los años 60 y 70, se organizasen de manera eficiente y comprometida en el movimiento obrero y las diversas luchas vecinales por mejorar su situación, de manera análoga a lo que ocurrió en Euskadi y Catalunya; pero, por otro, en las últimas décadas ha permitido que esa conciencia de clase se fuera diluyendo poco a poco en una «madrileñidad» vacía y neutralizadora de las divisiones de clase. Nuevamente, no son grandes las diferencias con la estrategia aplicada por los proyectos autonómicos vasco y catalán, que han tratado de minimizar los intereses enfrentados de unos y otros mediante una narrativa de país ya no excluyente (al menos no de manera mayoritaria), como durante el franquismo, sino integradora y amable.
Ahora bien, en estas dos comunidades se ha llevado a cabo sin renunciar al proyecto nacional(ista) y enfatizando la importancia de las lenguas y las culturas propias, lo que aún levanta los recelos de muchos dentro y fuera de estas regiones. En Madrid, por el contrario, la ideología madrileña se ha forjado a base de un sentir despreocupado, jovial y centrado en lo económico. Esto le ha permitido perseguir los mismos objetivos que en Cataluña y el País Vasco (a saber, mantener el statu quo y los privilegios de clase), pero implementándolos de una manera mucho menos ruidosa y hostil para el resto de España, casi por la puerta de atrás, diríamos.
Por ello hay que dejar atrás la idea de que Madrid es una ciudad acogedora e integradora y afrontar la realidad de que eso depende de cómo, con qué color de piel, con cuánto dinero llegues a dicha ciudad. Los barrios y ciudades que menos inmigración rural y proletaria recibieron en los 50 y 60 siguen siendo los más ricos e influyentes de la capital, mientras que los barrios y municipios del sur que la acogieron son aún, y con un notable margen, los más desfavorecidos, y en los últimos años han sido los que han asumido la mayor parte de la inmigración extranjera, la más humilde, frente a los inmigrantes de más categoría, que se han asentado en zonas como Malasaña o Lavapiés, barrios tradicionalmente obreros convertidos ahora en escaparates de precios asfixiantes.
En una canción del cantautor Mundo Chillón, De Madrid al suelo, se resume cabalmente lo que hay debajo de la ideología madrileña de la que vengo hablando: «Madrid, Madrid, Madrid,/ en Barcelona se piensa mucho en ti./ Con acento diferente/ joden a la misma gente/ en Buenos Aires, Nueva Delhi o en Pekín./ Y nosotros, peleando,/ elegimos cada bando,/ mientras ellos se reparten el botín». Dicho queda. Por ello, parafraseando a otro egregio cantautor, pongamos que dejo, que dejamos, de hablar de Madrid y empezamos a tratar las cuestiones que realmente acucian a las clases menos privilegiadas de la región. Lo contrario es hacerle el juego a la derecha madrileña, al PP en particular y a su cabeza más visible hoy en día, la Presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, quizá, y tristemente, la mayor ideóloga madrileña.
Pavlo Verde Ortega
Pongamos que dejo de hablar de Madrid
Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2023). Pongamos que dejo de hablar de Madrid. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM32). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/06/pongamos-que-dejo-de-hablar-de-madrid.html
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