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Mi jazmín, ¡vaya sujeto!

 Encabezados

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Del qué y el quién de las plantas

Los seres humanos hemos establecido denominaciones para las plantas desde hace milenios y son innumerables los términos que en todas las lenguas del mundo hacen referencia a las múltiples especies vegetales con las que tenemos relación. A esto hay que añadir la compleja taxonomía que desde los tiempos de Lineo se ha empleado para clasificar a todos los seres vivos y que en la actualidad nos permite realizar una cartografía detallada de las 300.000 especies de plantas conocidas. De esta manera puedo identificar al jazmín cuyo aroma me alcanza mientras escribo, invocar su nombre científico, Trachelospermum jasminoides, señalar que pertenece a la familia Apocynaceae, y, dando un pequeño salto taxonómico para no saturar al personal, decir que es una planta angiosperma, es decir, con flores, que a su vez se inserta en la división de las espermatofitas, o sea, con semillas.

Este listado taxonómico, aunque incompleto, es correcto y da buena cuenta de la realidad filogenética de los jazmines. Ahora bien, hay algo que me resulta desconcertante de este tipo de nomenclaturas. Tras haber enunciado la taxonomía del jazmín me imagino yendo a una fiesta donde me encontrase con personas desconocidas que al verme entrar me pidieran que me presentara. A lo que contestaría: «soy un humano, nombre científico: Homo sapiens, del género Homo, familia de los homínidos, orden de los primates…». Me figuro también que de paseo con mi perro una persona se acercase a él y luego de hacerle mimos exclamase: «¡quién es este perro tan mono!», sin más respuesta por mi parte que algo como: «Se trata de un Canis familiaris, del género Canis, familia de los cánidos… Es natural que te parezca mono».

Estas dos suposiciones suenan claramente absurdas. Lo que estaba en juego en ambas situaciones era el «quién» (quién soy yo, quién es este perro), interrogante que se suele responder mediante el nombre, la máscara con que intentamos aprehender eso que somos o vamos siendo. De ahí que carezca de sentido contestar con una taxonomía. En primer lugar, porque no dice nada particular de cada uno de nosotros, sino de los grupos biológicos a los que pertenecemos. Y, además, porque dicha jerga apela más bien al «qué», nos convierte en objetos de una clasificación y pasa de puntillas, cuando no por encima, de nuestra condición de sujetos. Sin embargo, lo que en humanos e incluso en perros u otros animales próximos parece descabellado, resulta obvio en otras tantas especies de plantas, animales u hongos. Al enfrentarnos a un ejemplar de jazmín como el que persiste en envolverme ahora mismo con el olor de sus flores nuestra primera reacción será: «¿qué es?», a lo que podemos responder: un jazmín, un Trachelospermum jasminoides o, por simplificar, una planta. Nada más.

Es como si rechazásemos de antemano la posibilidad de que criaturas como el jazmín pudiesen ser un quién, un particular. No deja de resultarme sorprendente, pues, más allá de lo que la botánica pueda decirnos sobre las habilidades de las plantas, son seres vivos que han conseguido mantenerse con vida, extenderse y reproducirse a pesar de las cambiantes condiciones de nuestros ecosistemas. Una piedra o una guitarra no son capaces de algo así, por lo que parece claro que los jazmines (cada jazmín individual, más bien) son mucho más que un objeto. A partir de aquí me surgen algunos interrogantes: ¿Es un alguien este jazmín? ¿Podemos preguntar por su quién? Y por último, ¿un jazmín, o cualquier otra planta, puede tener nombre?

     Antes de rastrear la evidencia científica sobre cognición y sintiencia vegetal, basta con ver a este jazmín, cómo se las ha arreglado para encaramarse primero por una columna y luego por los muros exteriores de mi casa o cómo manda información a sus polinizadores (y a los humanos impertinentes) a través de los aromas a los que ya me he referido, para darse cuenta de que hay algo en su estar en el mundo que rehuye cualquier imagen simplista y mecánica que podamos tener de él o de cualquier otra planta.

Si llevamos estas observaciones al ámbito científico veremos que dichos aromas no son sino compuestos orgánicos volátiles (COV), «que operan como señas informativas entre miembros de su especie y de especies distintas» (Segundo-Ortín y Calvo, 2023: p. 5). Esto se suma a otras habilidades normalmente asociadas a la subjetividad, como el reconocimiento de plantas emparentadas. Murphy y Dudley (2009) investigaron cómo la competitividad en plantas del género Impatiens era mucho menor cuando sus vecinas compartían linaje, lo cual hace suponer que pueden distinguir entre individuos emparentados y genéticamente alejados. También se ha detectado la capacidad de toma de decisiones en el crecimiento de las raíces y las ramas, que deben determinar hacia dónde desarrollarse en función de las múltiples variables ambientales y de los nutrientes de la zona. 

Afirman de nuevo Segundo-Ortín y Calvo (Op. cit.): «como los animales, las plantas deben decidir dónde forrajear luz y nutrientes (entre otros recursos distribuidos de manera dispareja en diferentes calidades y concentraciones)» (p. 6). Por último, no son menos destacables los experimentos de Mónica Gagliano y su equipo (2014), que plantean seriamente la posibilidad de aprendizaje por habituación y memoria a largo plazo en plantas (concretamente en la mimosa púdica). Los ejemplares demostraron poder identificar qué estímulos eran de riesgo y cuáles no y reaccionar a la defensiva o con indiferencia, respectivamente. Otro estudio muestra asimismo que la reacción de la mimosa púdica presenta variaciones en función de cada individuo y situación (Reed-Guy et al., 2017).

Este complejo abanico apenas esbozado aquí y claramente incompleto pone de manifiesto que cada planta tiene una historia en cuanto organismo, una memoria con la que puede enlazar su pasado y su presente y una manera particular y flexible de desplegar las habilidades comunes a su especie y a su reino en general. Cada una de ellas es un cofre de significados, una perspectiva única del mundo que no podemos aprehender con un simple qué. Esto ha llevado a Paco Calvo y Natalie Lawrence (2022) a hablar de «fitopersonalidades» (pp. 175-178). Así pues, frente a cualquier intento de cosificar a las plantas o a cualquier otro organismo que nos pueda resultar extraño a simple vista, bien haremos en aprender a mirarlas como si estuviéramos observando a criaturas únicas e imposibles de en taxonomías o nombres genéricos.

 Llegados a este punto estamos en condiciones de responder a la tercera pregunta: ¿Tiene sentido ponerle nombre a un jazmín? Que trataré de responder en la próxima columna.


Pavlo Verde Ortega

Mi jazmín, ¡vaya sujeto!

 

Bibliografía

- CALVO, PACO y LAWRENCE, NATALIE. (2022). Planta sapiens. The Bridge Street Press: Londres (RU)

- GAGLIANO, MONICA; RENTON, MICHAEL; DEPCZYNSKI, MARTIAL y MANCUSO, STEFANO. (2014). Experience teaches plants to learn faster and forget slower in environments where it matters. Oecologia 175, 63–72

- MURPHY, GUILLERMO y DUDLEY, SUSAN. (2009). Kin Recognition: Competition and Cooperation in Impatiens (Balsaminaceae). American Journal of Botany, 96(11), 1990–1996

- REED-GUY, SARA; GEHRIS, CONNOR; SHI, MENG y BLUMSTEIN, DANIEL. (2017). Sensitive plant (Mimosa pudica) hiding time depends on individual and state. PeerJ, 31(5)

- SEGUNDO-ORTÍN, MIGUEL y CALVO, PACO. (2023). Plant sentience? Between romanticism and denial: Science. Animal sentience, 33(1)


Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2023). Mi jazmín, ¡vaya sujeto! Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CM33). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/06/mi-jazmin-vaya-sujeto.html

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