
Los hombres no son aliados en el feminismo
Aviso a navegantes:
el tema que me propongo comentar a día de hoy es polémico cuando menos. Sin
duda alguna, es uno de los puntos claves de escisión dentro de las diferentes
corrientes del feminismo. Discutir si el hombre es aliado o exactamente qué
papel ocupa para la lucha feminista es una temática que choca directamente con
el problema del sujeto político, a la par que roza con muchas heridas
aparejadas a la tentativa de definición pasada, llevada a cabo por agentes de
opresión con nombres y apellidos que en muchos casos han sido hombres.
Quiero ser clara: los
hombres no son aliados del feminismo porque forman parte del sujeto político
del mismo. Entiendo perfectamente que esta afirmación escueza a muchas
compañeras, pero defender lo contrario conlleva consecuentemente una serie de
políticas excluyentes que acaban afectando en mayor medida a personas
vulnerables y disidentes. La forma tradicional que han tenido algunos
feminismos de incluir a los hombres en la lucha, sin ponerles en el centro para
evitar el riesgo de que por privilegio acabaran siendo los protagonistas, ha
sido precisamente encasquetarles en la función de aliados. Es una formulación
suave para decir que el feminismo no les compete como protagonistas.
Esta estrategia tiene
un riesgo mayúsculo. Para empezar, por las cuestiones ontológicas y políticas
que se desprenden de definir un sujeto político. Cuando se pone a la mujer como
protagonista del feminismo, se la suele enunciar como sujeto político. Esto
significa que la lucha política, esa acción de resistencia concreta que se
deriva del feminismo, solo puede contar con ella como sujeto de dicha acción.
Por tanto, excluir a los hombres de esta acción conlleva negarles agencia
política. Esto del sujeto político cerrado, que en el caso del feminismo solo
se contempla como mujer, plantea otros problemas ya discutidos en el recorrido
histórico del feminismo. ¿A qué mujer nos referimos?
Mohanty (2008) se lo
cuestionó en la década de los 80 y se percató de que esa Mujer siempre
era blanca y occidental. En su fuerte enunciación, en la nulidad de su
cuestionamiento, por el camino se habían abandonado a mujeres atrás que no
encajaban con la descripción porque sus circunstancias históricas concretas no
coincidían con este sujeto mayúsculo. El feminismo decolonial, así como el
materialista y socialista, tuvieron un importante papel a la hora de introducir
una lente de interseccionalidad al debate y rescatar como sujetos políticos a
otras mujeres que se estaban dejando atrás.
Y entonces Judith
Butler (2022) siguió la conversación: ¿solo se ha excluido a mujeres? Pero,
¿qué diantres es una mujer? El género en disputa (1990)
planteó la posibilidad de un feminismo postfundacionalista que no enunciara un
sujeto político fuerte. La prioridad debía ser dejar de preguntarnos a quién
incumbe el feminismo en singular, puesto que enunciar un sujeto fuerte acaba
ocultando toda la pluralidad y la diferencia que se ha tratado de ocultar bajo
esa categoría. Recogiendo y resonando a Hanna Arendt (1997), la política que se
identifica y que solo es posible mediante el encuentro, requiere de que
aquellos que se encuentren sean personas diversas y plurales.
Es esa pluralidad la
que se debe poner en el centro. No se trata de eliminar un sujeto político, no
se trata de hacer un “nuevo borrado histórico de la mujer”, como muchas
feministas transexcluyentes temen. Se trata de amparar que la verdadera
naturaleza humana, si es que algo así puede enunciarse, es una naturaleza en
perpetua construcción. La única forma de llevar a cabo un movimiento político
honesto es aceptar que nos caracteriza el devenir. Por tanto, la forma más
honesta de tratar de congelar conceptualmente dicho devenir es apostar por la
colectividad como sujeto político, una colectividad que no puede desligarse de
la acción, de la praxis política. En ello estamos todes.
Si
además aceptamos que la naturaleza del género es construida culturalmente,
entonces todavía tiene menos sentido no querer independizarnos de unas
categorías que han sido usadas también para encasillarnos binaria y
opresivamente. ¿Realmente estamos segures de que somos hombres o mujeres?
¿Desde cuándo y hasta cuándo? Y, ¿no hay posibilidad de que dicha realidad
cambie? Preciado (2020) nos anima precisamente a aceptar la incertidumbre y el
riesgo, incluso el morbo, y la realidad que constituye y que siempre se nos
presenta como posible de trasmutar, de vencer, de cuestionar, de acuchillar el
género. «El monstruo es aquel que vive en transición» (Preciado, 2020: p. 45).
Todes tenemos la potencia de convertirnos en sujeto mujer. Por tanto, acaba
resultando estúpido cerrar puertas del feminismo a particulares concretos.
Abramos el género, abracemos la colectividad, abarquemos lo trans y
entonces habrá cambio político real.
María Sancho de Pedro
Los hombres no son
aliados en el feminismo
Bibliografía
-
ARENDT, H. (1997) ¿Qué es la política? Paidós.
-
BUTLER, J. (2022). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós.
- MOHANTY, C.T. (2008). “Bajo los ojos de occidente.
Academia feminista y discurso decolonial” en Descolonizando el Feminismo:
Teorías y Prácticas desde los márgenes. Cátedra.
- PRECIADO, P.B. (2020). Yo soy el monstruo
que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas, Editorial
Anagrama.
Cómo citar este
artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). Los
hombres no son aliados en el feminismo. Numinis Revista de Filosofía,
Época I, Año 2, (CL33). ISSN ed. electrónica: ISSN ed.
electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/los-hombres-no-son-aliados-del.html



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«Digamos también que la definición de 'feminista' con la que el vulgo, enemigo de la realización jurídica y política de la mujer, pretende malévolamente indicar algo extravagante, asexuado y grotesco, no indica sino lo partidario de la realización plena de la mujer en todas sus posibilidades, por lo que debiera llamarse humanismo; nadie llama hominismo al derecho del hombre a su completa realización.» - Clara Campoamor, en «El voto femenino y yo. Mi pecado mortal» (Editorial Renacimiento, p. 31)
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