El acelerado desarrollo al que se ha visto expuesta nuestra era con la aparición de Internet y la generalización de su acceso en los últimos años ha provocado un cambio radical en la sociedad, lo cual podría entenderse como una reforma estructural del nivel de la Revolución Industrial o la aparición de la escritura. Esta transformación ha sido un proceso muy rápido (apenas se cumplen 60 años del nacimiento de la Red, que en su germen ni se parecía a lo que hoy entendemos como tal) y bastante experimental, por lo que las fuerzas interesadas en el control de este entorno emergente han tenido que ir adaptándose de igual modo: a un ritmo vertiginoso y con políticas que se reformulaban en la práctica. Todo ello ha generado un contexto de caos y tecnicismo en el que al público lego le resulta muy difícil diferenciar si quiere esto o aquello, si cree que vender sus datos para la explotación mercantil es o no un costo asumible con tal de disfrutar de ciertos privilegios; si le parece bien pagar precios desorbitados por determinados programas o se decanta por la filosofía del libre acceso.
Además,
el análisis de las relaciones que tienen lugar en el contexto cibernético puede
arrojar algo de luz sobre el modelo de sociedad al que aspiramos y, tal vez,
ofrecer alternativas al sistema de organización dominante. El movimiento
hacker, que tiene mucho que ver con la promulgación del código abierto, es un
claro ejemplo de comunidad nacida en el seno de Internet, cuya actividad
involucra tanto aspectos tecnológicos como éticos o económicos. Sin embargo,
para gran parte de la población, el software libre es algo de lo que casi no se
ha oído hablar y que tiene una apariencia inestable (no da, al menos, la
confianza de empresas como Apple o Microsoft), y a los hackers los consideran «piratas» informáticos que deben de estar involucrados en actos maliciosos.
La
cuestión del código es fundamental para comprender qué derechos se nos están
reconociendo y cuáles se nos están negando en la web. Por un lado, las
propuestas de software privado resultan bastante coercitivas con respecto al
cliente, pues le impiden elegir los datos a los que puede acceder, así como los
programas que puede ejecutar. Las empresas planean las mejoras de sus productos
según los estudios de mercado y se sirven de nuestra calidad de
usuario-pasivo-expectante para alimentar sus beneficios. El control de conducta
que se viene denunciando por el uso abusivo de las cookies es un ejemplo
de ello, y nos aterra saber la cantidad de datos íntimos que circulan por la
misteriosa Nube (a lo cual preferimos volver el rostro). Por otra parte, la
opción del código abierto puede parecernos arriesgada, sobre todo desde la
perspectiva del usuario no especializado.
Para
entender un poco en qué consiste esto de la filosofía del libre acceso, que
está relacionada con el carácter público de la información y las medidas
democráticas que lo garantizan, solo hay que echar un vistazo a la historia de
Internet. La Red surgió como el resultado de unas investigaciones impulsadas
por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en la década de 1960, lo
cual podría llevarnos a confusión, pues se supondría que un proyecto de esta
índole habría de ser bastante proteccionista y presentar altos niveles de
encriptación. Pero lo cierto es que el Gobierno estadounidense no había
descubierto aún la magnitud de la iniciativa. Quizá esa fuera la razón de que
el desarrollo de la Red (por aquel entonces ArpaNet) obedeciera más a un modelo
de conocimiento en el que el saber se supone un bien común que hay que
compartir y al que todos podemos contribuir.
Este
panorama de amplia libertad de acceso, modificación e intercambio del código
fuente cambió en los años 80’, debido a la irrupción de los softwares privados
en el mercado. Un modelo que ya da señal de cómo las potencias económicas
comenzaron a interesarse por el futuro de la Red, desbancando todas las demás
opciones. Así, la mayoría de los hackers que antes trabajaban para entidades
gubernamentales fueron absorbidos por empresas privadas. Más allá del ámbito
comercial o informático, esto tiene repercusión a nivel político, pues, en un
mundo cada vez más tecnologizado, las posibilidades que nos ofrecen nuestros
dispositivos se confunden con alarmante celeridad con nuestra posibilidad de
acción en el contexto social.
Las
tensiones entre los avances tecnológicos y los sistemas económico-jurídicos,
siempre a la zaga de los cambios en la sociedad, son más que frecuentes en
nuestra historia. La creación de Internet podría suponer un horizonte de
libertad desde el que plantear nuevas formas de organización, y durante mucho
tiempo así se creyó. El acceso a la información, el aprovechamiento de recursos
ajenos y la copia consentida han resultado ser métodos eficaces en muchos
proyectos. La propia Red quizá no hubiera sido posible si no se hubiese fundamentado en
el código abierto. Tim Berners-Lee y Ted Nelson desarrollaron el lenguaje HTML
para poder realizar conexiones bidireccionales, logrando enlazar todo un
conglomerado de enlaces que se remitían entre ellos y se visualizaban en la
pantalla (lo que se conoce como World Wide Web). Un proyecto que fue, en todo
momento, eminentemente público. Quizá una solución privativa hubiera dado otro
resultado más parcelado, con accesos restringidos y poca portabilidad, lo cual
habría hecho imposible la globalización alcanzada por el Internet actual.
Asuntos como quién tiene la autoridad sobre el código son de vital importancia para definir la dirección que tomarán nuestros derechos y libertades, tanto en el entorno virtual como en el social. La Red apunta a diversificarse y ocupar cada vez más resquicios de nuestra realidad, por lo que aprender a convivir con un ambiente que en ocasiones se presenta hostil casi resulta una cuestión de supervivencia. Por otra parte, las prácticas llevadas a cabo en comunidades cibernéticas nos dan algunas lecciones sobre cómo se pueden aprovechar otro tipo de estructuras de trabajo, o qué potencial tiene el conocimiento cuando se pone en sociedad. Quizá eso nos haga replantear el futuro que queremos dar al acceso y la difusión de la información.
Héctor Montón Julve,
El código, una cuestión democrática
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Como citar este artículo: MONTÓN JULVE, HÉCTOR. (2023). El código, una cuestión
democrática. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (AON7).
ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/el-codigo-una-cuestion-democratica.html
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