La sexualidad como término general para referirse al modo en que el hombre nace, vive y muere ha quedado relegada a la manera en que su sexo o, de otro modo, su orientación sexual se expresan. Sin embargo, este acontecimiento que es el hombre, antes de manifestar su condición sexuada a través de su significación y orientación corpóreo-sexual, revela su significación y orientación corpóreo-sexual por medio de su condición sexuada. Así lo muestra Julián Marías en Antropología Metafísica cuando a raíz de la significación corpórea del sexo, su genitalidad, añade: «Hay otra -dimensión-, revelada en ese mínimo detalle social, que podemos llamar su interpretación personal y proyectiva».
En efecto, el hombre que esta por nacer va a ser interpretado,
entendido y concebido como varón o mujer. Mucho antes incluso de su
constatación sexual, el niño o la niña por venir ya es -a priori-
comprendido como tal. Por lo que su condición sexuada delimita y prefigura el
sexo y su orientación, los modos propios de ser y estar, la manera en que
interpreta y desarrolla su proyecto vital. El cual vendrá definido por este
mismo carácter, donde encuentra su origen la realidad sexual de la persona, el
sexo en términos biológicos.
La condición sexuada del hombre, que no sexual -atendiendo a la distinción
que Marías establece entre ambas- constituye una de las piezas fundamentales
para la sana y adecuada comprensión de la sexualidad. A ella nos referiremos
constantemente para comprender la vida del hombre en su dimensión masculina y
femenina, esencialmente desiguales y dependientes la una de la otra. Digo como
varón o como mujer porque «tan pronto como se piensa un instante se advierte que eso que se llama ‘el
hombre’ no existe». O lo que es lo mismo, que la idea de hombre no encuentra, no al menos de
manera empírica, su fundamento en la realidad.
El análisis de la vida humana puede realizarse tanto desde una perspectiva
teórico-analítica-existencial como desde una empírica-sintética-personal. Por
lo que, aunque ambas perspectivas hablan del mismo hombre, la manera en que lo
abordan es radicalmente distinta. Nosotros, siguiendo con el hilo conductor de
este artículo, lo vamos a concebir y comprender desde eso a lo que Marías llama
su interpretación personal y proyectiva. Es decir, desde su condición de varón
y de mujer, único punto de vista posible desde el que fundar su realidad
eidética.
Y dado que nuestro análisis parte de lo humano en un sentido radical,
diremos que la vida humana «aparece realizada en dos formas profundamente distintas, por lo pronto dos
realidades somáticas y psicofísicas bien distintas: varones y mujeres». En efecto, la condición sexuada del
hombre nos enfrenta ante una realidad que no solo no debemos evitar, sino lo
que es más importante, que no podemos evadir. Este carácter sexuado del hombre,
expresado en su determinación biológica, social, personal y proyectiva supone
para Marías una dimensión más que esencial y determinante para la comprensión
del varón, de la mujer, y de la humanidad en general.
Ahora bien, estas dos formas de ser de las que hablamos no pertenecen a
ningún hombre como tal, sino que como explicamos al principio es el hombre
quien se desarrolla y produce necesariamente sexuado. Su condición dual
constituye «una de sus formas radicales de instalación» o, dicho de otro modo, que el hombre o existe como varón o existe
como mujer. Y no cabe no ser lo uno o lo otro puesto que su disyunción implica
correlación, y esta, vinculación; es decir, dependencia.
La vida humana se manifiesta «disyuntivamente, en una disyunción circunstancial que pertenece
intrínsecamente a la ‘consistencia’ de esa vida». Lo cual quiere decir que es la disyunción la que constituye al hombre
como tal varón y como tal mujer, como términos disyuntivos; no los extremos
tomados por sí mismos, ni siquiera el término intermedio entre ambos, sino la
disyunción misma. Ella es –la disyunción- quien vincula al
varón y a la mujer, los conviene recíprocos y dependientes, polares.
La realidad empírica nos muestra que la condición sexuada no es visible
solo desde uno de los polos, sino que se necesita del otro para reconocerse
como tal. Esto no quiere decir que el uno se construye a raíz del otro, sino
positivamente, que el uno sin el otro no pueden comprenderse en su totalidad;
ambos se solicitan y reclaman. No podemos entender la realidad de la mujer sin
el varón y viceversa, no podemos entender la realidad del varón sin la mujer.
El carácter sexuado del hombre no se manifiesta, por tanto, primariamente de
uno y posteriormente de otro, sino que como decimos, ambos constituyen la
realidad del otro.
Ahora bien, esa instalación del hombre en la realidad sexuada constituye
una de las formas originarias y determinantes de su existencia. El hombre
que es varón lo es sustancialmente, esto es, que es de un modo
esencialmente distinto al del hombre que es mujer. Por eso, para Marías «yo estoy en mi sexo… es mi manera de estar viviendo… desde esa
instalación vivo vectorialmente, proyectándome en diversas direcciones,
apoyándome a tergo en ella». Y desde esta instalación que soy yo, con que me encuentro y en que me
encuentro, a través de la cual estoy, me enfrento con el otro. Este
enfrentamiento consiste, en la medida en que son referidos el uno al otro, el
uno respecto del otro, en habérselas constantemente con la otra parte.
La instalación sexuada «penetra, impregna y abarca» estructuralmente el resto de dimensiones, realidades y funciones del
varón y de la mujer, que no caben ser entendidas sin su condición primaria,
recíproca y dependiente, desigual y divergente; que marca incluso la condición
sexual de cada uno. El varón, como la mujer, contempla la realidad desde su
perspectiva, y su perspectiva es así misma captada y comprendida desde su
instalación corpórea sexuada; que es distinta según sea uno u otro. Y en tanto
que tal instalación no solo constituye un hecho biológico, sino también social
y psíquico, hemos de tomar en cuenta -como ya dijimos al principio- su
significación personal y proyectiva, biográfica.
Hemos de comprender, en fin, que varón y mujer «son dos estructuras reciprocas; por ser
instalaciones, tienen carácter vectorial -con intensidad y orientación,
factores esenciales de la sexualidad biográfica-: la estructura que llamamos
‘hombre’ como varón no se agota en ‘ser’ positiva y exclusivamente algo,
sino estarlo siendo frente a la feminidad; y a la inversa, ni
más ni menos». Y justamente por esto,
porque su condición no solo consiste en un estar, sino en un estarlo
siendo, el varón y la mujer son en un sentido muy
distinto, muy distante e interdependiente el uno del otro.
Todas las citas pertenecen a la obra de Julián Marías, Antropología Metafísica (1970)
Tomás Bravo
Gutiérrez
La condición
sexuada del hombre
Cómo citar
este artículo: TOMÁS BRAVO GUTIÉRREZ. 2023. La condición
sexuada del hombre. Núminis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CS27). ISSN
ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/la-condicion-sexuada-del-hombre.html
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